Introducción
La causalidad
es uno de los conceptos más importantes del conocimiento humano. Mediante este
el ser humano puede establecer conexiones explicativas y predictivas entre
hechos u otros conceptos. Por medio del concepto de causalidad es por el que se
posibilita el conocimiento explicativo y predictivo que marca a la ciencia y la
filosofía en general. Gracias a este concepto, el ser humano puede determinar
que un hecho, cosa, estado de cosa o concepto está determinado jerárquicamente
por otro hecho, cosa, estado de cosa o concepto. La causalidad, al menos en una
primera aproximación, es el puente epistemológico que posibilita el
conocimiento explicativo y predictivo (Diéguez 2020).
El primer
pensador de relevancia en reflexionar sobre el concepto de causalidad fue
Aristóteles (384-320 a.C). En sus libros Categorías y Metafísica, el filósofo griego
expone lo que él establece como las diez formas de ser o formas de predicar.
Establece los principios por el cual se puede decir que algo es algo, siendo el
concepto de causalidad esencial para dicha tarea de sistematización de la
estructura del conocimiento y el lenguaje. Para Aristóteles, la causalidad es
una relación objetiva de los hechos de la experiencia. Según el filósofo
griego, cuando se establece una relación causa-efecto entre el movimiento de un
balón de futbol y la patada que le precede, dicha relación existe entre estos
hechos de forma independiente al observador que registra dicha conexión. El
movimiento de la pelota es explicado por la patada inmediatamente anterior. Si
uno estudia el tipo de patada, su inclinación y empuje, las condiciones
contextuales y las características de la pelota, puede predecirse cómo será el
movimiento del balón tras la patada (Rovira, 2021).
Esta
interpretación objetiva de la relación causal desde Aristóteles ha triunfado
enormemente, no solo en el ámbito científico-filosófico, sino que el propio
sentido común nos empuja a ella. Cuando examinamos que una piedra se calienta
al dejarla un rato al sol, pensamos rápidamente que la causa del calor es la
luz solar y que el calor de la piedra es un efecto de la incidencia de esta
última. La causalidad, entendida como una relación objetiva, es la base de
todas nuestras explicaciones y predicciones de la vida cotidiana, asumiendo su
independencia ontológica del sujeto que la capta (Rovira, 2021).
En el campo de
la epistemología, esta interpretación “fuerte” de la causalidad ha sido muy
exitosa, pero no presenta una total hegemonía. Con la decadencia de la
escolástica a finales de la Edad Media y el nacimiento de la ciencia moderna,
el concepto de causalidad aristotélica fue cuestionado principalmente por el
empirismo inglés, de la mano de George Berkeley (1685-1753), pero sobre todo
por el genial David Hume (1711-1776). El ilustrado escoces, apodado “el verdugo
de la metafísica”, cuestionó el estatus epistemológico y ontológico de la
causalidad por medio de una interpretación radical del empirismo (Russell,
2005).
Hume expone en
su Investigaciones sobre el conocimiento humano (1748) que, siendo la
experiencia empírica la base del conocimiento humano, las relaciones causales
entre hechos solo se establecen ante el registro repetido de la sucesión de un
hecho tras otro. Esto quiere decir que lo que nosotros entendemos como relación
causa-efecto, solo supone una generalización inductiva de la sucesión de varios
hechos que se repite en el tiempo (Russell, 2005).
Al basarse la
causalidad en la inducción, no puede afirmarse de forma rotunda, pues cabe la
posibilidad de que un hecho futuro refute dicha generación para que esta última
no sea válida. Para Hume, todo nuestro conocimiento, si no son verdades lógicas
triviales, es de naturaleza probabilística y no universal. No hay ninguna
evidencia de una concepción rígida de la causalidad en la experiencia, siendo que
esta última es un mero instrumento conceptual que utilizamos para hacer posible
un conocimiento pragmático del mundo, lo que el filósofo de la ciencia Imre
Lakatos (1922-1974) llama convencionalismo (Lakatos, 1982).
El
convencionalismo entiende que la causalidad que impera en las teorías
científicas solo es una manera de ordenar la realidad con un cierto grado de
probabilidad. Si dicho orden permite explicar y predecir la mayor cantidad de
fenómenos posibles, la relación causal se acepta como verdadera por pura
conveniencia, pero no se afirma ningún estatus objetivo de dicha relación
(Lakatos, 1982).
Ante las
críticas de Hume, la concepción objetiva de la causalidad fue progresivamente
abandonada por los filósofos para formular otras perspectivas. Este es el caso
del filósofo alemán Immanuel Kant (1724-1804). En su monumental obra Crítica
a la Razón pura (1781), Kant entiende que la causalidad no es una categoría
que expresa una relación objetiva entre objetos, sino que es una categoría
trascendental que ordena jerárquicamente los fenómenos de la conciencia de
forma universal. La causalidad kantiana pasa de ser una relación ontológica, a
una relación gnoseológica entre fenómenos que son captados por la conciencia.
La causalidad no es captada por el sujeto, sino que es construida (a partir de
los datos de la experiencia y otras categorías) por el propio sujeto (Rovira,
2021).
La causalidad en la filosofía de la ciencia contemporánea
Con el análisis
trascendental de la causalidad por parte de Kant, fue repensada en multitud de
formas por parte de los pensadores y científicos posteriores al filósofo de
Königsberg. Para el positivismo y el neokantianismo, la causalidad es un
concepto que regula las relaciones entre hechos, pero no supone ningún
conocimiento ontológico de la realidad objetiva. Este es el punto de vista de
respetados pensadores y científicos como Auguste Comte (1798-1857), Ernst Mach
(1838-1916), Henri Poincaré (1854-1912), Bertrand Russell (1872-1970) o Rudolf
Carnap (1891-1970) entre otros. Desde la óptica positivista, la causalidad se
entiende como una relación probabilística entre hechos o estados de cosas con
cierto grado de verosimilitud. Este punto de vista es compartido por la
metodología científica actual, pero con serias modificaciones. El positivismo
entiende que la causalidad es una relación probabilística que se acepta como
verdadera por el grado de correspondencia con la evidencia empírica, es decir,
la relación causal se estable si y solo sí la experiencia la verifica con un
cierto grado de significación (Kolakowski, 1981).
El propio Carnap
intentó desarrollar lo que él llamaba "lógica inductiva". Es ta
lógica inductiva pretendía establecer un método por el cual se pudiera
cuantificar la probabilidad de verdad de las hipótesis científicas. Esta lógica
inductiva se basa en prescindir en el principio del tercer excluido, siendo la
verdad o falsedad de una proposición un gradiente que oscilo entre el 0 (falso)
y el 1 (verdadero). Habrá proposiciones que sean más probables
respecto a otras, proyecto revitalizado por científicos y filósofos
neopositivistas como Hacking y Cartwright (Suárez, 2022).
Esta
naturaleza probabilística de la causalidad que persiste en las teorías y leyes
científicas es explicada de forma clara por Carl Hempel (1905-1997) en su libro
Filosofía de la Ciencia Natural (1966). Una relación causal es la
relación explicativa y predictiva que se establece entre dos conjuntos de
hechos con un determinado sustento empírico en forma de probabilidad. Cuando
hablamos de relación o tendencia causal en ciencia, debe de entenderse desde un
“concepto débil”, una relación explicativa y predictiva que se sustenta en la
evidencia empírica con un cierto grado de probabilidad, la cual puede ser
refutada en el futuro (Hempel, 1984).
La explicación
científica según Hempel y Popper se basa en el modelo nomológico-deductivo.
Este último afirma que la explicación de un hecho particular a partir de su
causa se basa en la de subsumir el primero a un conjunto de leyes generales y
condiciones específicas. Los hechos particulares solo pueden ser explicados a
partir de leyes generales y universales, como la mecánica clásica o la
termodinámica, expresadas y unas condiciones específicas que unen las leyes con
los hechos particulares (Hempel, 1984).
Sin embargo,
este modelo no se adapta bien a aquellas explicaciones en las que no se tengan
leyes generales tan consolidadas (como es el caso de las ciencias sociales o la
psicología). En esta caso, la explicación viene dada por la establecimiento de
unas serie de leyes generalizadas por inducción, a la cual se le añaden unas
condiciones iniciales específicas. Es así que esta explicación está marcada por
un grado de probabilidad en función de la evidencia empírica favorable a las
leyes que sustentan tal explicación. A este tipo de explicación se le conoce
como modelo inductivo-estadístico (Suárez, 2022).
La causalidad
probabilística y las leyes estocásticas también fueron tratadas por el
brillante matemático ruso Andréi Kolmogorov (1903-1987). Este afirma que las
leyes de la naturaleza más simples son aquellas que establecen las condiciones
bajo las cuales algún suceso de ocurrirá o no ocurrirá, pero en ambos casos con
certeza. Un suceso A, que bajo un sistema de condiciones S a veces ocurre o no,
se denomina aleatorio respecto al sistema de condiciones (Kolmogorov, 1982).
Sin embargo,
estos hechos no son arbitrarios, sino que responde a leyes estocásticas, la
cuales son igualmente válidas que las leyes deterministas. Una ley de
estocástica no es una inducción probablemente válida, sino una ley que,
partiendo de una aleatoriedad inicial, establece que un hecho ocurrirá o no
ocurrirá en una determinada proporción probabilística, siendo la verdad o
falsedad de esta ley determinada si la proporción del hecho en una serie de
condiciones ocurre o no ocurre realmente, algo que acerca al matemático ruso a
las reflexiones de Mario Bunge(1919-2020) (Kolmogorov, 1982; Bunge, 2015).
Sin embargo, la
concepción lógica-probabilística de la causalidad ha sido ampliamente crítica
por muchos autores. Bunge argumenta que la lógica inductiva es imposible,
debido a que la probabilidad es una propiedad inherente a los eventos, no a las
proposiciones. Una proposición es un enunciado que hacer referencia a un hecho
o un conjunto de hechos que estén relacionados, es decir, los enunciados son
verdaderos o falsos en función de si existen los hechos a los que hacen
referencia. Un hecho o conjunto de hechos existe o no existe en la realidad, no
existen con un "cierto grado de probabilidad". La probabilidad
inductiva no puede fundamentar la causalidad (Bunge, 2015).
A su vez, el filósofo y lógico W. Quine
(1908-2000) critica la posibilidad de construir una lógica inductiva, ya que la
anulación del principio del tercer excluido impide la formulación de las leyes
o teoremas más básicos de la lógica simbólica, llegando a una serie de
inconsistencias y contradicciones que traen más problemas que soluciones. De
hecho, Quine argumenta que debemos de tomar un compromiso ontológico con todas
aquellas conexiones causales y teorías científicas que demuestran su existo a
la hora explicar y predecir los fenómenos de la experiencia empírica (Quine,
1977).
A pesar de la
irreductibilidad de la causalidad a la probabilidad, Bunge entiende a esta
última como algo objetivo. La probabilidad, y por ende las relaciones
probabilísticas siguen leyes muy determinadas, siendo los fenómenos aleatorios
explicados por todo tipo de teorías científicas. La causalidad probabilística
no hace alusión la "posibilidad de verdad", sino a la naturaleza
propia de las entidades y relaciones que estudia algunas ciencias como la
mecánica cuántica, la ecología o la sociología. Una relación causal
probabilística determina que la probabilidad de que ocurra un efecto está
determinada por la probabilidad de su causa. La causalidad incorpora a la
probabilidad, siendo esta última un caso especial de las leyes propias de la
ciencia (Bunge, 2015).
Una concepción
interesante sobre la causalidad probabilística es dada por Patrick Suppes
(1922-2014). Según Suppes, y en general quienes tratan de la causalidad
probabilista, no es preciso que el efecto siga invariablemente a la causa, sino
que basta con que ésta incremente la probabilidad del efecto. Es decir, basta
con que la probabilidad condicional del efecto, dada la causa, sea mayor que la
mera probabilidad del efecto. C es causa de E si la P(E/C)>P(E). Por tanto,
la idea de causalidad se identifica con la de relevancia estadística positiva:
la causa es un factor positivo estadísticamente relevante para su efecto, y
tal relevancia estadística se detecta empíricamente observando frecuencias
relativas. Siendo así, el concepto de relevancia estadística vendría a
ser un sustituto de la idea humana de conjunción constante sin que se
abandone por ello el enfoque empirista. Esta concepción de la causalidad no es
alternativa a la concepción tradicional (determinista) sino que la incluye como
un caso límite. Se dará causalidad determinista (de condición suficiente)
cuando la probabilidad de la causa, dado el efecto, es igual al: P(E/C) = 1
> P(E) (Álvarez, 1992).
Pero esta
definición es aún incompleta: permitiría afirmar una relación causal entre
efectos colaterales de una misma causa. Suppes establece una segunda condición
para determinar una causa probabilística: que no haya un factor F tal que
P(E/CF)=P(E/F). El hecho de que un C cumpla la condición (1) lo convierte,
según Suppes, en causa prima facie, pero si no logra cumplir la condición (2)
se revela como una causa espuria, bastarda. Por el contrario, un C que
satisfaga las condiciones (1) y (2) sería una causa genuina (Álvarez, 1996).
La postura
actual de la ciencia no se basa en el positivismo, sino no en el falsacionismo.
Este último fue desarrollado por Karl Popper (1902-1994) y enriquecido por
Lakatos y Hempel . La relación causal que establece una proposición científica
no se acepta como probablemente verdadera por medio de su verificación, sino
por la imposibilidad provisional de refutarla. Las teorías científicas no
tienen que ser verificables, sino falsables, es decir, debe de poder idearse
una manera de refutarlas en la experiencia. Si al diseñarse un experimento que
pueda refutar dicha relación causal por medio de la experiencia, se
muestra que no se refuta, se acepta dicha relación como verdadera, pero siempre
de forma provisional (Lakatos, 1982).
Conclusiones
Desde la más
moderna filosofía de la ciencia, el conocimiento científico viene determinado
por la construcción de interacciones formales entre teorías y leyes, haciendo
referencias estas a las interacciones materiales. Las inferencias teóricas se
traducen en inferencias materiales que hace alusión a conexiones causales
(tanto deterministas como probabilísticas), la cual se basa en el contraste con
los datos empíricos (Suárez, 2022).
Este breve
examen del concepto de causalidad en ciencia pretende mostrar el carácter
probabilístico, pero sobre todo condicional del conocimiento científico. Cuando
una teoría científica establece una conexión causal, la cual no es un mero
constructo apriorístico (Kant) o una relación lógica-matemática
(neopositivismo), sino una relación real y ontológica cognoscible por la
ciencia. Las conexiones causales pueden ser tanto deterministas como
probabilísticas, pero siempre son aproximadamente verdaderas, pudiendo ser
refutadas por la experiencia empírica futura y/o la reconceptualización teórica
ante la insuficiencia y crisis de un paradigma dominante.
Referencias
Álvarez, S. (1992). Notas sobre la causalidad
probabilista. Universidad de Salamanca.
Bunge, M. (2017). A la caza de la realidad (1.a ed.).
Gedisa Mexicana.
Diéguez, A. (2020). Filosofía de la ciencia: ciencia,
racionalidad y realidad. Málaga: umaeditorial.
Hempel, C. G. (1998). Filosofía de la ciencia natural
(17a reimpr ed.). Madrid: Alianza.
Kolakowski, L. (1981). La Filosofía positivista.
Madrid: Cátedra.
Kolmogorov, A. (1982). Teoría de las probabilidades.
En A. Aleksandrov, A. Kolmogorov, & M. Laurentiev, La matemática: su
contenido, métodos y significado vol 2 (págs. 269-272). Madrid: Alianza
Editorial.
Lakatos, I. (1982). Historia de la ciencia y sus
reconstrucciones racionales. Madrid: Tecnos.
Rovira, R. (2021) Kant, crítico de Aristóteles.
Madrid: Tecnos.
Russell, B. (2005) Historia de la Filosofía. Madrid:
RBA Grandes obras de la Cultura.
Suárez, M. (2022). Filosofía de la Ciencia, Historia
y Práctica . Tecnos: Madrid.
Quine, WV. (1977). Filosofía de la lógica .Alianza
Editorial: Madrid.