domingo, 26 de septiembre de 2021

Separatismo y nacionalismo español

 La constitución de España como un Estado-nación ha sido un proceso histórico-social realmente traumático y convulso que ha generado una serie de tensiones internas y externas que no solo se limitan a nuestro pasado inmediato, sino que tiene repercusiones muy serias en nuestro presente político y social, encarnados en la lucha separatista catalana (y en menor medida vasca y gallega) y la violación de nuestra soberanía por parte de Marruecos y otras potencias extranjeras como Rusia o China. Actualmente nuestro país sufre una crisis de identidad nacional e histórica que pone en tensión fuerzas políticas que carcomen el consenso social y pone en pie de guerra a la comunidad española en disputas que solo fomentan aún más la crispación política, dando una inestabilidad propicia para los movimientos secesionistas y las injerencias extrajeras. La identidad nacional española, tras el naufragio del Imperio Español, ha sido objeto de tremendas disputas, llegando en varias ocasiones a conflictos y guerras civiles, siendo la Guerra Civil de 1936 el episodio más trágico de nuestra historia contemporánea. Esta disputa por el "ser de España" ha movilizado a la izquierda y la derecha política en una intensa confrontación, provocando que muchos españoles no se identifiquen como españoles, mientras que otros se adjudican la esencia española por medio de arquetipos y dogmas socio-religiosos tan aberrantes que recuerdan a las pinturas negras de Goya. 

La izquierda política, abogando por el federalismo, la autodeterminación de los pueblos, la diversidad cultural y el internacionalismo, ha descuidado seriamente a España como proyecto nacional diferenciado (no por ello excluyente) de las demás nacionalidades europeas, algo que tiene como efecto retroactivo que la derecha se movilice como defensora de la identidad nacional, la cual reducen a la adopción dogmática de los supuestos valores tradicionales, como el catolicismo o el folclore, algo que impulsan mediante el centralismo y el unitarismo, algo que no tiene en consideración la diversidad cultural y lingüística de nuestro país, justificando la defensa de dichas identidades regionales, degenerando en su extremo más aberrante en el separatismo catalanista y vasco. Para comprender el problema separatista y el "ser de España" debemos de entender primero el concepto de nación y su relación con el Estado y la sociedad. 

El filósofo e historiador José Álvarez Junco realiza un excepcional trabajo de investigación en su libro Dioses útiles, naciones y nacionalismos, a cerca del concepto de nación y como se ha ido articulando a lo largo de la Historia en diferentes territorios, dedicándole especial atención al caso español. Dicho autor afirma que el concepto de nación está compuesto por una serie de características y factores cambiantes y difusos de difícil dilucidación. Sin embargo, puede extraerse la idea general y simplificada de que una nación es una colectividad humana diferenciada por una serie de factores geográficos, culturales e históricos, la cual tiene como objetivo la de conformarse como una entidad política independiente que se gobierne a sí misma y al territorio con el que se identifica. Dicha meta solo puede lograrse por la construcción de un Estado-nacional. 

El concepto de Estado guarda una profunda relación con el de nación, pero sin llegar a identificarse, como pretenden los nacionalistas de toda índole. El Estado ha sido definido a lo largo de la historia por multitud de filósofos, científicos e ideólogos de todo tipo, desde Platón y Aristóteles, pasado por Hobbes, Locke, Kant o Hegel, hasta definiciones más actuales como las de Marx, Lenin, Strauss o Fukuyama entre otros muchos. Sin embargo, creo que la definición más pragmática es la dada por el sociólogo y economista alemán Max Weber. Este autor define el Estado en su ya clásico ensayo El político como vocación, como el órgano político-administrativo que posee el monopolio de la violencia en un territorio determinado. Dicha violencia es legitimada por un conjunto de tradiciones comunes a dicha colectividad, y por la construcción de un sistema jurídico-racional común a todo el territorio. 

El Estado, desde una perspectiva materialista, es el elemento que da realidad soberana a una determinada colectividad política, pudiendo diferenciarse de los demás Estados y corpúsculos políticos, siendo la colectividad que alcanza la construcción de un Estado capaz de ordenarse a sí misma sin depender de otro (hasta cierto punto). Sin embargo, la forma que ha ido adoptado el Estado a lo largo de la historia ha marcado cada una de las épocas históricas, en especial en Europa. Desde las polis griegas, pasando por la República y el Imperio Romano, las monarquías feudales y repúblicas italianas, hasta el concepto de Estado que ha perdurado hasta nuestros días, el Estado-nación. 

Los orígenes del Estado-nación suele atribuirse a la Revolución Francesa que, tras el desplome del monarquismo absolutista borbónico, la colectividad francesa se define a sí misma por medio de la construcción de un Estado que se identifica con una identidad nacional, Francia, primero como monarquía constitucional, y después como república nacional contrapuesta a las monarquías tradicionalistas de la vieja Europa. Sin embargo, debe de aclararse los conceptos utilizados a la hora de discernir la relación existente entre Nación y Estado. 

 Uno de los fundadores del concepto de nación en términos culturales fue el filósofo alemán Fichte, el cual aplica su doctrina idealista del "Yo absoluto" a las colectividades humanas. Para este pensador, la nación es aquella colectividad de personas que se identifican en una sola entidad, la nación, siendo la sustancia unificadora la cultura. Esta última, al margen de las parafernalias metafísicas de Fichte y sus seguidores, no es más que las costumbres, el terreno y la lengua entre otras, que comparten una comunidad de seres humanos. Esta es la doctrina que ha perdurado durante todo el S.XIX y el XX, desde los nacionalismos románticos europeos e iberoamericanos, pasando por el fascismo y el comunismo, hasta la descolonización y el fin del Guerra Fría. 

Tal doctrina ha sido la base de delirantes teorías y prácticas políticas que han supuesto nefastos conflictos civiles e internacionales mucho peores que los religiosos. Esto se debe a que la principal repercusión que tiene esta doctrina es que donde haya un grupo de seres humanos que hablen una lengua y tengan ciertas costumbres que las diferencien las demás, dicha comunidad es una nación, y como tal, debe de poseer su propio Estado, o incorporarse al Estado-nación madre. Este es el caso del nazismo alemán, el cual afirmaba que donde hubiera alemanes en Europa Oriental, era por derecho histórico y cultural parte del nuevo Reich Alemán. También es el caso de las fatales guerras balcánicas, pues tanto los serbios como los croatas nacionalistas afirman que los territorios donde hay croatas (o serbios) es parte de la Nación Madre. 

 En el caso de España, esta idea fichteana de nación se muestra claramente en el nacionalismo español, como en los separatismos regionalistas, en especial en Cataluña y el País Vasco. Como buenos seguidores de Fichte, los separatistas catalanistas entienden que en aquel territorio donde se hable catalán y se sigan las costumbres catalanas, existe una nación catalana, que, como tal, debe de tener su Estado propio totalmente diferenciado del Estado español. Es por ello por lo que muchos separatistas catalanes afirman la existencia del difuso concepto de "Países Catalanes", como Juan Fuster. Estos serían la construcción de un Estado catalán que englobe a todos las regiones catalanohablantes, añadiéndose a Cataluña regiones como Valencia, las islas Baleares, algunas regiones del sur de Francia, Andorra, e incluso algunos enclaves de Cerdeña. Es el mismo caso que el separatismo vasco, el cual a propiciado la existencia de un fenómeno tan terrible como es el terrorismo a manos de ETA. Sin embargo, este nacionalismo regionalista no solo se muestra en estas dos regiones de España, sino en otras como Galicia, Andalucía, Madrid o incluso las Islas Canarias. Este absurdo regionalismo surge del pensamiento de "casillero" que ya examinaba Ortega y Gasset en su España Invertebrada. Este trata de identificarse con una entidad cultural que es superior a los demás, tanto que merece un Estado propio por encima de las circunstancias materiales.  

Pero si la doctrina de la nación cultural de Fichte, al confundir los conceptos de Estado, nación y cultura, produce casos tan delirantes como que regiones de entidades estatales quieran separarse por el mero hecho de tener algunas características diferentes, o la de incorporar regiones de forma agresiva, debe de examinarse al margen de esta doctrina las relaciones objetivas entre el Estado, la nación y la cultura, algo que una perspectiva materialista permite discernir mejor. 

En primer lugar, no pude aceptarse la idea de que la nación es la autoidentificación de una colectividad con una entidad superior y que tiene el deber supremo de formar un Estado, algo que el propio Hegel afirmaba diciendo que "toda nación tiene el deber de formarse como Estado". La nación no es un contrato consciente que establece una sociedad, sino una conjunción de circunstanciales materiales e históricas que se van gestando poco a poco en un territorio determinado. Las naciones se componen de un sustrato material muy diverso, desde componentes étnicos y antropológicos, hasta la influencia de Estados no-nacionales ya extintos (como el Imperio Español o el Austrohúngaro) que ha configurado el territorio y la población. Es así que la Nación es una entidad histórica que es posterior a los Estados y poblaciones, haciendo que no toda Nación sea un Estado, o no toda colectividad sea una Nación. 

El primer caso es de los kurdos o los sijis, naciones que se diferencian notablemente sobre de otras colectividades y que tienen un desarrollo político muy fuerte, pero que no dispone de las circunstancias materiales, como que están sometidas bajo Estados mucho más fuertes como Turquía o la India. No obstante, el caso más intereses es el segundo, aquellas colectividades que tienen un fuerte componente regionalista, pero que objetivamente no pude configurarse como una nación, y menos como un Estado-nación tal y como pretenden los nacionalistas. Este es el caso de Cataluña y el País Vasco, en el que sus separatistas respectivos defienden la autodeterminación nacional, la cual está totalmente injustificada. 

 La doctrina de la autoderminación nacional es, a pesar de su popularización por parte del expresidente estadounidense Wilson (sus famosos 14 puntos), viene de la tradición marxista. Para el marxismo, un territorio solo puede autodeterminarse como una nación independiente si cumple una serie de requisitos, como al tener un grado de industrialización diferente a la del Estado al que pertenece, tener una religión diferente otras características. Sin embargo, el punto más importante de esta doctrina es que si una región quiere autodeterminarse como nación, debe de haber sido anteriormente una entidad política independiente del Estado al que pertenece. Este es el caso de Chequia, la cual su autodeterminación nacional respecto al Imperio Austrohúngaro está justificada debido a que antes de su incorporación a este, era un Estado independiente encarnado en el reino eslavo de Bohemia. También es el caso de Escocia, la cual, antes de la unión con Inglaterra, era un reino independiente, incluso rival, de esta última. 

Los separatistas catalanes y vascos (y en menor medida los gallegos) defienden esta doctrina arguyendo que sus naciones respectivamente fueron anexionadas por Castilla y sometidas posteriormente por el Estado Español, exigiendo en el caso catalán un referéndum injustificado en términos históricos y sociales; mientras que los separatistas vascos justificaron el terrorismo (y hoy en día muchos lo intenta blanquear por la represión española) por la liberación nacional. Lo que no entienden este separatismo es que las condiciones históricas de sus respectivas regiones invalidad el argumento de la autodeterminación, pues además de que no poseen grados de industrialización muy diferentes respecto al resto de España, la gran mayoría de habitantes hablan el español como lengua familiar, y el no poseer una religión distinta entre otras cosas; ni Cataluña ni el País Vasco ni Galicia han sido entidades políticas independientes. 

En el caso catalán, esta región nunca fue una entidad independiente. Cataluña comienza su historia con la Marca Hispánica, una entidad feudal establecida por Carlomagno como estado colchón que protegía el Imperio Carolingio del islam. A pesar de que las entidades feudales que conformaban el imperio de Carlomagno eran bastante autónomas, en especial las marcas fronterizas como Cataluña, siempre dependían de los designios del Imperio, además de que esta Marca fue de una existencia efímera debido al precoz desplome del Imperio Carolingio. Con posterioridad, la Marca Hispánica se fragmentó y de ella se conformaron los famosos Condados Catalanes, siendo el de Barcelona el más importante. A pesar de que estos condados gozaron de gran autonomía, estuvieron siempre supeditados primero por los reyes de Francia, y posteriormente por la Corona de Aragón. Con la unión de las coronas de Castilla y Aragón, Cataluña acabó por incorporarse, al igual que Valencia o Andalucía, a la realidad española, siendo una región con sus propias características identitarias, pero no una realidad nacional o política soberana, sino un ingrediente más de la realidad histórica de España. 

El caso vasco es aún más infundado que el catalán (incluso que el gallego), pues el nacionalismo vasco adopta por completo la doctrina fichteana de la autodeterminación, es decir, los separatistas vascos defienden la existencia de una nación vasca que debe de conquistar su propia Estado, hasta tal punto que defienden la existencia de la "raza vasca", es decir, argumentos que recuerda lejanamente al darwinismo social que inspiró al racismo anglosajón o incluso al nazismo. El pueblo vasco son un conglomerado de pequeñas tribus aisladas que se mantuvieron al margen de la romanización y de la invasión árabe. Sin embargo, este aislamiento hizo que nunca pasaran del estado tribal y que no conformaran ninguna entidad política independiente, sino que siguieron en ese estado hasta que los primeros reinos cristianos los incorporaron a sus dominios. Es así que el pueblo vasco está más alejado de nacionalidad que el catalán, debido a que en ningún momento configuraron entidad política alguna, sino que pertenecieron a la Corana de Castilla, al Reino de Navarra y a Francia durante toda su existencia. Si estas regiones no son nacionalidades históricas, qué son. Regiones históricas, comunidades humanas diferenciadas pero que pertenecen a la una realidad histórica común, España. 

Aunque el argumento de la autodeterminación no es injustificado para las realidades catalana, vasca o gallega, esto no quiere decir, tal y como pretenden los nacionalistas españoles, que estas regiones no puedan separarse y construir sus respectivas nacionalidades y estados. Sin poder recurrir a la autodeterminación, sí que pueden recurrir al conflicto armada, a una guerra de liberación nacional. Muchos de los Estado-nación actuales son el producto de grandes conflictos armados y de la construcción de un sentimiento de nación a posteriori. Es el caso de Bélgica, la cual, antes de su nacimiento en 1833, era una provincia de los Países Bajos, al cual había permanecido desde siempre. Solo fue por el conflicto armado y la lucha civil por la cual Bélgica pudo construir un Estado-nación independiente, algo que hoy en día se ven claras secuelas, pues existen fuertes tendencias separatistas por parte de la zona flamenca del país, la cual se diferencia notablemente de la parte sur, de un marcado carácter afrancesado. 

Los Estados Modernos son aquellos que han compuesto las naciones políticas actuales por medio del control de la educación y la economía. Este es el caso de Italia, que antes de su unificación, eran un conjunto de regiones separadas cada una con su dialecto particular, siendo el italiano moderno una fusión de todos estos dialectos sostenidos por una base común. Otro ejemplo notable es Grecia, que, tras su independencia del Imperio Otomano en 1830, tuvo que construir una lengua griega y una identidad nacional que pudiera integrar todas las realidades regionales. Es el mismo caso de Israel o la India, Estados que, tras conquistar su independencia política, por medio de la educación y la economía, construyen una identidad nacional por medio de un sustrato común a todas las regiones que lo componen. 

En conclusión, ante la ausencia de toda autodeterminación, los separatismos regionalistas que atacan a España solo tienen la vía armada, algo que el terrorismo vasco entendió perfectamente. Es así como debe de entenderse hasta donde pueden llegar las fuerzas separatistas. Además, el centralismo de tradición francesa que siempre ha intentado implementar el Estado español solo ha provocado mayores reacciones separatistas. Algunos apuntan al federalismo como la solución del separatismo en España, algo que es difícil de conseguir, pero no imposible. Creo que el concepto de estado-nación arrastrado a la humanidad en general a luchas intestinas sin sentido. 

Las naciones son el producto de los Estados, y estos son como organismos, nacen, crecen, declinan y desaparecen. España no es una realidad histórica universal ni inmutable, sino un fenómeno histórico más que cuando llegue su tiempo, deberá desaparecer como hizo el Imperio Romano o la Unión Soviética. Sueño con el día en que España desaparezca, pero que la causa de muerte no sea su balcanización, sino la fagocitación de esta por parte de una futura nación europea que traiga el sueño de Kant, la paz perpetua.


sábado, 25 de septiembre de 2021

Afganistán: Montañas, etnias y talibanes

 Durante los últimos días el mundo ha vuelto a girarse sobre un remoto y árido país del Asia Central, Afganistán. Los talibanes han conseguido capturar la capital Kabul, destruir al gobierno afgano sustentado por Estados Unidos, y resucitar el Emirato el cual fue destruido por las fuerzas de la OTAN. Sin embargo, la mayoría de los análisis dados a lo largo de estas últimas semanas han sido muy superficiales y han confundido las causas con las consecuencias actuales que vive el país centroasiático. La trágica situación que vive la población afgana es el resultado de la conjunción de una serie de factores geográficos, sociales, culturales, políticos, militares y económicos entre otros, los cuales han moldeado el núcleo de la maltrecha nación afgana y de sus desavenencias. 

Afganistán es un caso particular en la geopolítica internacional debido al desarrollo de su propia historia, tanto que ha sido el único país de la zona que ha podido mantener su independencia junto con Persia (actual Irán), algo que es insólito, pues ha resistido la invasión del Imperio Británico, la Unión Soviética y Estados Unidos. Esto se debe en gran medida por su geografía y composición étnica, lo cual ha configurado una nación muy desdibujada y frágil, la cual solo ha podido sobrevivir gracias a la fuerza centralizadora del fundamentalismo islamista, encarnado el movimiento talibán. No obstante, la realidad afgana no se reduce a su aislamiento y fanatismo religioso, sino que este país pobre, violento y remoto presenta un mosaico cultural bastante singular, pues Afganistán ha sido el canal de comunicación entre el subcontinente Indio, el Turkestán y Europa, algo que ha hecho que en este país quede una impronta indo-irania que ha marcado a esta nación centroasiática a lo largo de su trayectoria histórica. 

Para poder entender la cuestión afgana y como los talibanes han conseguido adueñarse del país a costa de la potencia estadounidense y el gobierno "legítimo", debe de entenderse las condiciones materiales que determinan a esta región centroasiática, a saber, la geografía propia del territorio afgano, la composición étnica que habita en el primero, y las fuerzas político-económicas internas y externas que moldean a la segunda, las cuales pueden reducirse a la lucha tripartita entre el fundamentalismo talibán, las identidades tribales y la intervención extrajera de potencias como Estados Unidos, Rusia, China o Pakistán. 

Geografía y etnicidad 

Miguel de Unamuno afirmó en uno de sus ensayos del libro En torno al casticismo (1895) que la tierra donde se asienta un pueblo es fundamental para la constitución orgánica de este. Esto quiere decir que el tipo de suelo y clima influye en cierta medida en la identidad cultural de los grupos humanos, siendo diferentes aspectos tan diversos como las formaciones políticas, sociales y religiosas en lugares tropicales que en zonas desérticas. Es por ello que la geografía afgana es el primer gran factor que debe de considerarse a la hora de reflexionar sobre dicho país, su historia y crisis actual. El árido y escabroso suelo afgano, unido a un clima extremo, es el sustrato material en el cual se asienta y moldean el mosaico cultural afgano y las diversas fuerzas políticas y económicas que lo han llevado a tan trágica situación actual. 

Afganistán es un enorme país centroasiático sin litoral que comparte frontera con diversos países de gran importancia. Limita con Irán (antigua Persia) por el oeste, con Pakistán por el sur y el este, mientras que por norte limita con tres repúblicas exsoviéticas, Turkmenistán (noroeste), Uzbekistán (norte) y Tayikistán (noreste). Además, Afganistán comparte una pequeñísima, pero de vital importancia frontera con China. En su interior, Afganistán está enteramente bañado por multitud de montañas y cordilleras, siendo un país mayoritariamente escarpado y montañoso. 

No obstante, en la zona de sur del país se extiende un gran meseta donde el suelo es mucho más llano, pero donde apenas hay agua, algo que provoca que esta zona sea increíblemente árida e inhóspita en muchos puntos, conectan con las zonas desérticas del Baluchistán pakistaní y el sur de irán, también desértico. Pero el mayor contraste del relieve afgano se encuentra en las partes más altas del mismo, en el norte, donde las sierras de menor altura dan paso algunas llanuras donde se encuentra las zonas más fértiles del país.  

En cuanto al clima, Afganistán es mayoritariamente árido o semiárido, con muy pocas precipitaciones y temperaturas extremas. La lluvia es escasa, por no decir inexistente, en las zonas sur y oeste del país, tanto que la mayoría de ríos de la zona se evaporan en el desierto, siendo el río Kabul el único que llega a desembocar en el mar. Es así que la gran inmensa mayoría del agua de la zona proviene de la nieve y los ríos que se originan en las altas montañas del norte, aunque en las zonas más orientales y norteñas el clima es más húmedo y lluvioso debido a la influencia periférica del monzón indio. 

A su vez, el territorio afgano sufre de temperaturas con enormes contrastes, tanto diarios como estacionarios. Esto se debe principalmente a la ausencia de litoral y de grandes acumulaciones de agua, además de los fuertes vientos que corren por las zonas desérticas. Los veranos son muy cálidos y asfixiantes, mientras que los inviernos son brutales. Esto hace que la vegetación y la fauna sean escasas, pero compuesta por especies muy resistentes. Solo en algunas zonas orientales el clima es más benigno y hay ciertas regiones forestales, aunque la deforestación descontrolada y la explotación intensiva de opio están desecando progresivamente estos pequeños oasis. Las condiciones geográficas y climatológicas han provocado que la población afgana se dedique principalmente al pastoreo nómada y a la agricultura de subsistencia, combinado con algunas pequeñas industrias tradicionales en los principales núcleos urbanos. Sin embargo, hablar de población afgana se nota artificioso cuando se observa la gran diversidad étnica y cultural que baña todo el territorio afgano. 

La población afgana a nivel étnico se divide de manera desigual en tres grupos. El primero de ellos son las etnias de carácter túrquico que pueblan mayoritariamente las zonas norteñas, como los uzbekos, turcomanos o kirguises (estos últimos se asientan principalmente en el corredor fronterizo con China). El segundo de los grupos étnicos, el predominante por excelencia, es el de origen indoeuropeo, es especial iranio. Es el caso de los pastunes, el de mayor población y peso político (los talibanes son principalmente de esta etnia), los hazaras (los cuales profesan el islam chií), los aimak (este, junto con los anteriores, habitan principalmente las zonas centrales del país), los baluchis (los cuales se asientan principalmente en el sur del país) los quizilbash, que se asientan alrededor de los núcleos urbanos, como Kabul, Kandhar o Herat; además de los tayikos, los cuales habitan principalmente el norte del país, en la frontera tayika-afgana. A su vez, debe de mencionarse a los habitantes de la región nororiental del Nuristán, los cuales hablan lenguas indoeuropeas y practicaban hasta hace relativamente poco un forma de hinduismo muy antiguo, el cual perdura hasta la actualidad  fusionado con el islam sunní. 

El tercer y último grupo está compuesto por la etnia brahui, los cuales son un pueblo muy particular, pues no es ni túrquico, ni indoeuropeo (lo común en la zona), sino dravídico, es decir, que está emparentado con los pueblos del sur de la India que fueron desplazados con por los indoeuropeos, que ahora habitan el norte de la India o Pakistán. Esto quiere decir que, a pesar de la lejanía, los brahui están emparentados (lejanamente) con los tamiles del sur de la India o Ceilán.  No obstante, a pesar de su núcleo dravídico, el pueblo brahui profesa el islam sunní y tiene muchas similitudes lingüísticas y culturales con el resto de pueblos iranios. Este pequeño y curioso pueblo habita principalmente en pequeñas comunidades nómadas y seminómadas del sur del país, coexistiendo con los baluchis. 

Con todo lo anterior, Afganistán se muestra como una región inhóspita y hostil (aunque llena de riquezas minerales muy codiciadas por China), habitada por multitud de etnias que coexiste en muchas ocasiones de manera conflictiva, algo que a priori parece propicio para que Afganistán no puede construir una identidad nacional que unifique, centralice y supere las identidades tribales. Sin embargo, para entender la composición étnica y cultural afgana, debe de considerarse el sustrato cultural común a todas estas etnias, el Islam. 

El Islam: centralización y marasmo

 El Islam es, junto con el cristianismo y el hinduismo, una de las religiones más grandes e importantes de toda la historia, la cual tiene presencia en todos los continentes, predominantemente en Asia Central, Oriente Medio y el Norte de África. Esta religión monoteísta y abrahámica surge en la península arábica de la mano del profeta y caudillo militar Mahoma, el cual, arto de la idolatría y criptopaganismo que apreciaba tanto en las comunidades cristianas como judías, establece un monoteísmo tajante y sumiso, el cual se extendió desde la Península Ibérica hasta Indonesia a base de incursiones militares, pero sobre todo por el comercio. 

La expansión del Islam por Afganistán y Asia Central es un tema complejo y extenso que sobre pasa a este ensayo, pero vale la pena hacer algunos esbozos para captar de forma más nítida el papel de esta religión en la nación afgana. Antes del este, las diferentes tribus que habitaban (y algunas sigue habitando) se practicaban religiones tribales claramente politeístas, las cuales coexistían en algunas zonas con formas arcaicas de hinduismo, además de algunas comunidades dispersas de cristianos y judíos. Además, con la incorporación de este país a los dominios del Imperio Maurya, el budismo fue introducido en la zona. Por último, parece ser que el zoroastrismo es en parte originario del propio Afganistán, pues su fundador, Zoroastro, vivió y murió en la zona de Balj, además de ser esta religión protegida de forma activa por los persas aqueménidas que conquistaron la zona. Sin embargo, ninguna de estas comunidades religiosas pudo resistir el empuje colosal que tuvo el Islam en la zona, barriendo las pocas comunidades cristianas y budistas, reduciendo el hinduismo a meras costumbres populares, además de que la comunidad judía afgana ha quedado reducida a un único miembro. 

El islam fue introducido en el país debido a la expansión de los diversos califatos árabes, los cuales barrieron por completo al Imperio Sasánida, convirtiendo a la religión mahometana a la milenaria región de Persia. Con la conversión de esta última, el islam tuvo acceso a las regiones de Asia Central, algo que fue potenciado por la conversión de diversos pueblos túrquicos, como los selyúcidas, timúridas u otomanos. Es así que la región afgana se islamizó debido a la confluencia de diversos pueblos, principalmente el persa y los diversos pueblos túrquicos, algo que le sirvió a la religión de Mahoma como puente para introducirse en el subcontinente Indio. Sin embargo, esta conversión no fue homogénea del todo, ya que esta fue zona de conflicto entre la interpretación sunní del Islam contra la chií, algo que perdura hasta la actualidad. 

El Islam, al contrario que otras religiones como el budismo o el hinduismo, es un religión que pone mucho énfasis en el control del poder político y económico por parte del poder religioso. Esto viene por el hecho de que Mahoma, además de profeta religioso, fue un caudillo militar autoritario que impuso un orden social y económico estricto a sus propios seguidores, algo que estos últimos siguieron fielmente al denominar al sucesor de Mahoma, el Califa, como el comandante de los ejércitos del profeta. Es así que el islam (al igual que el cristianismo o el judaísmo) establece un código jurídico, político y económico el cual está contenido en la Sharía. Esta última es un conjunto de principios éticos emanados del Corán que pretende regular todo la vida social y espiritual de la comunidad musulmana. 

La Sharía o ley islámica pretende emular el orden social impuesto por el profeta en los inicios de la religión mahometana, es decir, un centralismo político teocrático en el cual Alá, por medio de su profeta y califas, sea el que gobierne en el tierra. Este centralismo y dogmatismo fue adoptado rápidamente en Afganistán, algo que ha hecho que en ciertos momentos históricos la fuerza de este haya podio superar a las identidades tribales y conformar un entidad política mayor, como fue el Emirato de Afganistán, el cual pudo resistir en multitud de ocasiones las injerencias de dos grandes potencias como fueron el Imperio Británico, o el Imperio Ruso en el S.XIX. 

No obstante, al igual que el resto de religiones e ideologías, la ley islámica ha sufrido diversas modificaciones en fusión de la región y la población a la que se aplica. Siguiendo los trabajos de Ahmed Rashid, antes del S.XX, el islamismo radical estaba ausente en la cultura afgana. Esto se debe la interpretación hanafi de la sharía, la cual es la más laxa, flexible y tolerante con otros grupos (y es predominante en el islam suní). De hecho, en Afganistán predominó durante largo tiempo una visón descentralizada y tolerante de la escuela hanafi, debido a la gran diversidad de etnias y clanes tribales que componen el país, convirtiéndose el islam hanafi en un código de conducta que une laxamente a todas estas tribus, pero manteniendo la autonomía de cada una de estas, algo similar a un primitivo feudalismo religioso. 

Además, el islam no fue adoptado de forma homogénea en todo el territorio afgano, pues existen algunas sectas o variantes que han contribuido a ese carácter descentralizado y tribal de la ley islámica. Los hazaras son un buen ejemplo de ello, pues profesa el islam chií, el cual es una interpretación minoritaria dentro del islam, siendo Irán su gran protector. Esto he hecho que los hazaras siempre hayan sido recelosos de todo movimiento centralizador islámico, a lo que debe de añadirse las comunidades uzbekas y tayikas, las cuales siempre han tendí un gran deseo de autonomía respecto a las demás comunidades (algo que se ha visto en los diversos conflictos que han tenido estas comunidades con los propios talibanes). 

Debe destacarse, tal y como apunta Rashid, la gran presencia antes del S.XX de comunidades sufíes por todo el territorio afgano. El sufismo es un interpretación ascética y mística del islam suní, el cual puede describirse con las palabras de Ibn Battuta: el objetivo fundamental del sufí es atravesar los velos de la sensación humana que separan al hombre de la Divinidad, de manera que se comunique con Dios y sea absorbido por él. El sufismo surge en Oriente Medio como un sincretismo entre el islam y la filosofía neoplatónica (Plotino), afirmando que, por medio del Corán, el ascetismo, la música y el buen obrar, el sufí llega a trascender la realidad material y sensible, pudiendo fundir su alma con la de Alá y ser una solo suprema entidad metafísica, algo que recuerda poderosamente a los Upanishad hindús. Los sufíes han supuesto una serie de comunidades religiosas pacíficas que han estado al margen de las identidades tribales, proporcionando pequeños espacios culturales de entendimiento y comunicación que ha hecho mucho por la seguridad y la paz en Afganistán, pero siendo masacrados por los talibanes durante los largos conflictos afganos. 

La existencia de esta realidad islámica descentralizada, unida a la notable presencia de comunidades judías, hindúes y sijes, hicieron que Afganistán antes de los talibanes, más allá de la violencia entre comunidades tribales, no profesase un islam centralizador y sectario que pretendieran unificar todo el país como pretendía Mahoma con Arabia, sino que la ley islámica se adaptó a las circunstancias materiales, algo que fue totalmente perturbado por la entrada del comunismo en el país, pero sobre todo por la llegada de una interpretación mucho más radical del islam (la propia de los talibanes), el wahabismo.  

Sin embargo, es en el S.XX donde surge el movimiento islamista característico afgano, los talibanes, los cuales recogen esta tradición de islamismo dogmático y la contrapone contra las influencias modernas y occidentales. Los talibanes surgen durante la guerra afgano-soviética (1978-1989) como una facción islamizada de los combatientes muyahidines que luchaban contra la ocupación soviética. Sin embargo, el origen de los talibanes es anterior, ya que estos provienen de varios estudiantes islámicos (durante los años de progreso económico que tuvo Afganistán anteriores a la guerra con los soviéticos) que fueron a estudiar la Sharía en las escuelas islámicas o madrasas de la vecina Pakistán, aunque también de Egipto y Arabia Saudí. En dichas escuelas, los refugiados de la guerra afgano-soviética fueron instruidos en el wahabismo con el patrocinio de los islamitas pakistaníes y de los ulemas saudíes. 

Es así que durante la guerra contra los soviéticos los talibanes se habían articulado como una milicia antisoviética wahabita, que tras el conflicto, se enraizó en una encarnizada lucha por el poder con el resto de facciones muyahidines, hasta que pudieron tomar el poder y superar las identidades tribales (hasta cierto punto) y fundar el primer Emirato afgano talibán. Por tanto, con las experiencia de la guerra y el adoctrinamiento pakistaní-saudí, los talibanes se conformaron como fuerza político-militar en contraposición al industrialismo soviético (y posteriormente americano) en defensa de la interpretación wahabita del islam, es decir, la defensa armada, centralizada y reaccionaria de Alá y la tierra afgana. No obstante, para terminar de entender la realidad afgana actual, debemos de añadir al computo final el factor de la intervención extrajera. 

Afganistán: tierra de paso e infierno sedentario

A pesar de la hostilidad y desolación que caracteriza al suelo afgano, este ha sido objeto de grandes disputas geopolíticas entre grandes potencias durante toda su historia, ya que este es el territorio que conecta las ricas regiones de Persia y Oriente Medio con el colosal subcontinente Indio. Por tanto, Afganistán ha sido causa de grandes conflictos armados y económicos, teniendo a grandes protagonistas como el Imperio Persa, el Imperio Maurya o los diferentes kanatos mongoles. No obstante, la parte de la historia de la geopolítica afgana que nos compete nos arrastra hasta el S.XIX, cuando el Imperio Mogol se desintegra. Tras la breve existencia del Imperio Durrani, Afganistán queda a mecer de lo que se llamó el Gran Juego, la Guerra Fría que enfrentó al Imperio Británico, asentado en la India, con el Imperio Ruso, estacionado en los territorios de los antiguos kanatos túrquico-mongoles del norte. Ambas potencias llevaban tiempo preparándose para un conflicto que determinará la supremacía en Asia Central. 

Dicho conflicto se solucionó con el establecimiento de la potencia británica en suelo afgano, al menos de jure respecto al coloso ruso. Esto se debe a que el control británico sobre Afganistán fue más teórico que práctico, pues Gran Bretaña tuvo que sufrir dos guerras contra el Emirato de Afganistán para poder establecer un precario protectorado que solo le permitía asegurar sus intereses económicos en la India. Sin embargo, con el desgaste que sufrió Gran Bretaña durante la Primera Guerra Mundial y la hostilidad del terreno y  de la población afgana a la ocupación inglesa, esta última reconoció la independencia del territorio tras una breve guerra. Es así que a principios del S.XX Afganistán se configura como nación en forma de monarquía autoritaria, y progresivamente a una constitucional. 

Con lo anterior, comienza un periodo de reforma y relativa estabilidad que es interrumpido en los 70 con la llegada de los soviéticos. Durante este periodo, y a pesar de los grandes problemas económicos y sociales, Afganistán realiza una serie de reformas políticas y sociales que le permite modernizarse y entablar relaciones diplomáticas con otros países de la zona, en especial con la URSS. De hecho, la URSS fue el primer país que reconoció diplomáticamente al nuevo Estado afgano.

El fin de la Segunda Guerra Mundial supone la dicotomización de la política internacional en dos bloques ideológicamente enfrentados entre sí, el mundo capitalista representado por Estados Unidos, y el socialista dirigido por la URSS (aunque disputado por la China comunista de Mao). Con esta nueva dinámica geopolítica, todos los países comienzan a alinearse con uno de estos bloques, como es el caso de Europa Occidental con Estados Unidos o la Europa Oriental con la URSS. No obstante, muchos países tercermundistas se convirtieron en zonas de disputas entre estas superpotencias, como fue el caso de Vietnam, Corea o Angola. Afganistán fue uno de estas zonas de choque ideológico, más concretamente entre el comunismo soviético y el fundamentalismo islámico apoyado por la potencia yanqui.  

La monarquía afgana siguió durante estos años una política exterior ambivalente, pues se dejó influenciar en diferentes sectores tanto por Estados Unidos como por la Unión Soviética. El primero influenció en cuanto a la educación y a la modernización de la economía, en especial en los núcleos urbanos como Kabul; mientras que la URSS fue decisiva en la construcción de un ejército afgano moderno y bien equipado. Es en este último punto en el cual la ideología socialista empieza a entrar en el país, pues los militares que viajaban a Moscú para formarse como oficiales no solo fueron adoctrinados en la estrategia militar soviética, sino que fueron aleccionados en el marxismo-leninismo que profesaba el Ejército Rojo, algo que provocó que las élites militares afganas adoptaran el marxismo soviético como directriz política para su propio país, algo que provocó una enorme discrepancia con la sociedad urbana, más occidentalizada, y con las inmensa población rural, profundamente tradicionalista y hostil al feroz ateísmo soviético. 

La tensión provocado por las anteriores fuerzas políticas y sociales estalla con la Revolución de Saur de 1978, en la que la cópula militar prosoviética derrocan al presidente Daud Khan (habiendo sido la monarquía abolida en 1973) , e imponen una dictadura socialista que se convierte en un Estado satélite de la URSS. Ante el avance del comunismo soviético en el país afgano, Estados Unidos empezó a apoyar militar y económicamente a las milicias fundamentalistas que se levantaron en armas contra los soviéticos, los famosos muyahidines. Los soviéticos realizaron múltiples operaciones militares exitosas en Afganistán, pero la orografía del terreno y la guerra de guerrillas dadas por los muyahidines hicieron insostenible a nivel económico la guerra afgana para los soviéticos, algo que algunos analistas considera uno de los factores determinantes del derrumbe de la Unión Soviética en 1991. 

La guerra afgano-soviética se caracterizó por ser extremadamente cruel y virulenta para la población civil, debido a las terribles operaciones de castigo por parte de los soviéticos, como fueron las famosas "minas juguete", y los actos de violencia desmedida de los fundamentalistas islámicos. Esto provocó un número ingente de refugiados y huérfanos que huyeron al vecino Pakistán. Es en este país donde surge realmente el movimiento talibán, en las madrasas que los islamistas pakistaníes construyeron para los niños afganos que habían huido de la guerra. Estos niños fueron instruidos en el wahabismo por parte de Pakistán y Arabia Saudí, siendo adoctrinados en la interpretación más rígida del Islam, además de ser entrenados militarmente para ser combatientes formidables. Es así como surgió un grupo de estudiantes (talibán significa estudiante) islamistas altamente organizados militar y religiosamente como un instrumento geopolítico y militar de Pakistán y Arabia Saudí, con la función de contraponerse al socialismo soviético. 

Con el fin de la guerra afgano-soviética en 1989 los ya crecidos refugiados talibanes regresaron a su país de origen, encontrándose con un país totalmente destruido y sumido en el caos por los numerosos conflictos que surgieron entre las diferentes facciones muyahidines. Es así que los talibanes, con el entrenamiento pakistaní-saudí y el apoyo de veteranos de guerra, pudieron imponerse a los diferentes señores de guerra increíblemente corruptos. Los talibanes consiguieron imponerse en esta guerra civil por medio de ser menos corruptos que los caudillos rivales, e instaurar un régimen de orden social que elimine la violencia aleatoria y la inseguridad. Con esto, los talibanes establecieron su totalitario emirato, donde los ciudadanos afgano se vieron reducidos a meros esclavos de la temible ley sharía. 

Al instaurarse el terrible Emirato Afgano, este se convirtió en el campo de operaciones y de entrenamiento de grupos terroristas, en especial Al Qaeda, que, con la cooperación de los militares pakistaníes y el dinero saudí, este grupo pudo perpetrar numerosos atentados, culminando sus operaciones en el 11s, algo que provocó la intervención de Estados Unidos en Afganistán e Irak para combatir el terrorismo islámico. La maquinaria militar americana pudo desarticular rápidamente el gobierno talibán sin muchos inconvenientes. 

Los problemas surgieron a la hora de ocupar militarmente el país, debido a la hostilidad del terreno y a la naturaleza del movimiento talibán. Estados Unidos intento aplastar a este grupo en un primer momento por medio de operaciones militares enormes, algo que económicamente es insostenible, debido a que no se enfrentaban a un ejército convencional, sino a milicias desperdigadas, algo inabordable para un cuerpo militar como es el de Estados Unidos. Esto se debe a que los talibanes no son soldados profesionales, sino grupos armados locales que se nutren de la propia población,  algo que hace casi imposible desbaratar con un ejercito convencional. Es por esto último que Estados Unidos, ante unos gastos astronómicos, optaron por construir un ejército afgano, respaldado por un Estado centralizado que garantice un régimen de derecho y democrático. Con este propósito, la potencia americana ha invertido hasta el día de hoy unos 40 mil millones de dólares, algo que no ha servido para traer el orden y la paz a Afganistán. 

La intervención americana, a pesar de la ingente cantidad de recursos que ha movilizado, no ha podido cumplir sus objetivos, debido a problemas estructurales y dinámicos entre la política americana y el Gobierno afgano. El primero de ellos es la incompatibilidad de la doctrina militar americana con la realidad afgana. Esto se debe a que los Estados Unidos pretendieron construir un ejército afgano a su imagen y semejanza, modelo que no es el idóneo para la operación principal para neutralizar a los talibanes, contrainteligencia y contrainsurgencia. Estados Unidos debería haber implementado un modelo militar más similar al colombiano o incluso a la Guardia Civil Española. Sin embargo, el gran escollo que produjo el fiasco americano fue la corrupción endémica del Gobierno Afgano. 

Los niveles de corrupción política y económica que se dieron en la ocupación estadounidense fueron desproporcionados y casi surrealistas. Se llegaron a situaciones tan delirantes como la existencia de "batallones fantasmas", grupos de soldados pagados por Estados Unidos que no existían realmente, gastos que eran desviados a intereses privados. Se llego a este punto debido a que el Ejército y el Estado afgano se financiaban exclusivamente por los créditos y donaciones internacionales, creando una economía militar y civil puramente rentista. Esto provoca que no exista competitividad alguna y que no haya motivación por modernizar y profesionalizar el ejército, produciéndose numerosas deserciones, además del abandono de mucho equipo militar que es capturado por los talibanes. Por tanto, el fiasco de la ocupación americana (de resultados muy similares a los de Irak) encuentra sus raíces más profundas en una mala visión conceptual de la estrategia militar, y la corrupción galopante del ya extinto Gobierno democrático afgano. 

El dragón va a Mahoma 

Con la retirada de Estados Unidos de la zona y la entrada de nuevas potencias regionales como China, Rusia, India o Pakistán (el cual nunca se fue del todo), Afganistán está ahora en una situación muy problemática, pues los talibanes aún no han podido construir un gobierno central que esté presente en todo el país y monopolice la violencia legítima. A todo esto se le une la incapacidad de la OTAN y  de Occidente por establecer un plan estratégico y militar común coherente en Asia Central, y en el resto de zonas conflictivas geopolíticamente. Esta inconsistencia estratégica por parte de la OTAN ha mostrado las enormes deficiencias estructurales que padece. Esto se debe a que el país líder de la organización, Estados Unidos, con la presidencia de Donald Trump y su traumática salida del poder, ha echado por la borda todas las relaciones geoestratégicas y económicas con Europa, China y muchos países tercermundistas, dejando un vacío de poder que ha sido ocupado por la emergente superpotencia China y la nueva Rusia nacionalista de Putin. 

Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se catapultó como la gran superpotencia del mundo libre, garantizando sus intereses y los de sus aliados por todo el globo contra la influencia comunista. Con la bancarrota de la Unión Soviética y la traumática transformación de China a la economía de mercado, Estados Unidos se vio solo como la gran superpotencia mundial, rigiendo lo que algunos como Noam Chomsky llamaron el "Nuevo Orden Mundial". Dicho orden ha sido desquebrajado con las políticas económicas aislacionistas de Trump, dejando importantes lagunas de poder que han sido colonizadas por China (y en menor medida Rusia y Turquía). Es así que el nuevo gobierno talibán, a pesar de su extremismo y fanatismo religioso, mira con buenos ojos a la Nueva China por sus potenciales relaciones económicas. De hecho, esta última pretende incorporar al nuevo Emirato Talibán en su ambiciosa "Nueva Ruta de la Seda", algo que si consigue el Dragon del Este, tendrán a Europa mucho más cerca de sus doradas pero temibles fauces. El destino del horrible Emirato Talibán pude determinar la futura invasión de Europa por el totalitarismo asiático. 

La escula Austria de economía y la pseudociencia de la praxología

 Una de las escuelas de pensamiento económica que se se ha puesto de moda entre muchos políticos, ideólogos y demás difamadores es la escuel...