miércoles, 2 de febrero de 2022

¿Existe Occidente?

Durante mucho tiempo multitud de voces autorizadas (y otras muchas desautorizadas) advierte sobre el estado de decadente de la "cultura occidental" y el ocaso político, económico y militar de Occidente. En diversas etapas de la Historia Contemporánea, los países que se identifican con la tradición occidental se han percibido en una situación de peligro ante la influencia y el surgimiento de nuevos Estados y Naciones no Occidentales, como Rusia, China o la India entre otros. Muchos intelectuales e ideólogos han cantando a viva voz sobre la debilidad de Occidente ante el nuevo empuje de la "barbarie oriental". Algunas de estas advertencias llegaron a convertirse en delirios paranoicos que empujaron a países occidentales a destruir sus propios cimientos morales y políticos con el objetivo de "resguardar la moralidad de Occidente". Es el caso de la Alemania Nazi, pero también a Estados Unidos, Reino Unido o Francia entre otros. 

En su voluminoso y famoso libro La decadencia de Occidente (1918,1923), el ideólogo alemán Spengler afirma que la Primera Guerra Mundial ha supuesto un debilitamiento de la "voluntad espiritual de Occidente", desplazándose la hegemonía de Europa a Estados Unidos y la Unión Soviética. De una forma mucho más extrema y agresiva, en su libro Los años decisivos (1933), Spengler declara, a la víspera de la Segunda Guerra Mundial, que la cultura occidental, encarnada en la voluntad de la supremacía de la raza blanca, está siendo asediada por el resurgir de las razas de color y el bolchevismo. Este delirante y racista discurso no cayó en el vacío, pues influyó notablemente a muchos círculos alemanes que posteriormente elaborarían la justificación intelectual del racismo nazi. 

Con una postura mucho más suave que la de Spengler, Ortega y Gasset hace todo un estudio de filosofía social sobre la decadencia de Occidente en su famoso libro la La rebelión de las masas (1927). En este Ortega reflexiona sobre lo que el llama la "socialización" del colectivo humano que sufre Occidente. Para el filósofo español, el avance de la técnica y el mejoramiento del nivel de vida en todos los sentidos de las clases populares ha hecho que las masas se movilicen políticamente y conquisten el poder, lo cual corroe los valores aristocráticos de la cultura que han marcado la tradición europea y norteamericana.  

Las potencias fascistas como El Tercer Reich, la Italia de Mussolini o la España franquista abogaban por el autoritarismo, el racismo biológico y cultural, y el militarismo para defender la identidad de Europa frente al peligro del bolchevismo, ya que este último es una "enfermedad social" producto de las razas orientales. Dicha enfermedad política es vista como la perdición de Europa, pues supone la puesta en marcha del comunismo, el poner al mismo nivel a inferiores y superiores, lo que haría sucumbir a estos últimos por la superioridad numérica de los primeros. Sin embargo, muchos intelectuales y políticos que no se alinean con el fascismo defendían la supremacía moral y económica de Occidente frente al resto de sociedades. Este el caso de los primeros antropólogos culturales, como Tylor, Morgan o Spencer, los cuales afirmaban que Occidente tiene una serie de valores culturales superiores a la del resto de razas. 

El Reino Unido y posteriormente Estados Unidos han adoptado posiciones mucho más discretas, pero también nefastas para su propia causa. Las potencias occidentales han intervenido en muchísimos países y regiones del llamado Tercer Mundo, provocando sangrientas guerras civiles, dictaduras y golpes de Estado con la excusa de occidentalizar y proteger a las respectivas poblaciones de la amenaza comunista. Varios políticos han utilizado el argumento de la "ofensiva contra Occidente y sus valores" para intervenir con el objetivo de defender sus intereses económicos y militares. Este es el caso de Ronald Reagan, el cual tachaba a la URSS de "imperio del mal", un adversario político y militar que tiene por objetivo la instauración del totalitarismo socialista, destruyendo la civilización occidental. Esta retórica populista le sirvió a Reagan para justificar las numerosas intervenciones militares que hizo Estados Unidos durante la Guerra Fría. 

La "decadencia de Occidente" es una obsesión intelectual que también inquieta a pensadores actuales, como Huntington, el cual en su ensayo El choque de las civilizaciones (1996) afirma que Estados Unidos y la Unión Europea son los grandes Estados que comandan la Civilización Occidental, la cual se caracteriza por la cultura cristiana católica-protestante blanca, enfrenta al resto de bloques civilizatorios que empiezan a comer terreno a Occidente, sobre todo China. Tal es la neurosis ideológica de Huntington que llega a afirmar que la inmigración descontrolada de latinoamericanos a Estados Unidos hará que un futuro Estados Unidos deje de ser occidental y pasea a ser parte de la civilización occidental, algo que no vale la pena analizar con seriedad por ser absurdo y estúpido. 

No solo hay voces occidentales que profetizan sobre el fin de su supuesta cultura, sino que muchos pensadores ajenos a occidente hacen los mismo de forma combativa. Un caso curiosos el de Frantz Fanon, escritor franco-caribeño que afirma que muchos de los conceptos que manejan sin tapujos los occidentales como raza, cultura o clase son aparatos de represión y autoridad mental sobre las vastas poblaciones de color que son explotadas por los intereses económicos y políticos. Más rocambolesca son las tesis del ideólogo ruso Dugin. En su libro La cuarta teoría política (2009), este afirma que la geopolíticas actual se configura a través de las identidades étnico-culturales. Occidente debe respetar los espacios de influencia cultural y económica de las nuevas potencias emergentes, como China, Rusia e India. 

Mucho se ha escrito sobre la situación de Occidente y su hipotética decadencia. Libros, ensayos y debates se han intercambiando y esgrimido en multitud de espacios y movimientos políticos. Sin embargo creo que los conceptos de civilización y "Occidente", como dirían los neopositivistas, están vacíos de sentido, pues no han referencia a hechos concretos, sino a elucubraciones abstractas construidas desde premisas ideológicas. Un ejemplo claro es la actual teoría conspirativa del "Genocidio Blanco o el Gran Remplazo". Esta conspiración afirma que existe un plan de los gobiernos progresistas para reemplazar a la población blanca de los países occidentales por razas de color. Este se llevaría a cabo por medio de la inmigración masiva y la mezcla multicultural, destruyendo la "esencia racial de la cultura blanca". Estas afirmaciones no descansa sobre hechos contrastables empíricamente, sean genéticos y/o históricos, sino que son productos de preconcepciones ideológicas acerca de la raza y la cultura carentes de sentido. 

Occidente se presenta como un concepto problemático. A groso modo, se entiende por Occidente como un grupo de naciones y culturales que comparten una historia y unos valores comunes. El problema reside a la hora de determinar cuál es el sustrato histórico-cultural que comparte todo Estado o Nación que se define como occidental. Huntington defiende que Occidente se sustenta en tres pilares: la tradición grecolatina, el cristianismo católico-protestante y la tradición democrática-liberal. Este autor acepta que varios de estos pilares son compartidos con otras civilizaciones. La tradición grecolatina y el cristianismo son compartidos con la civilización ortodoxa, mientras que el cristianismo y la tradición democrática liberal es compartida con Latinoamérica, mientras que esta última es solo compartida con países asiáticos como Japón o Corea del Sur. Solo la conjunción de los tres factores es la que da identidad a Occidente como bloque civilizatorio. 

Esta construcción teórica hace aguas por muchos sitios, pues separa el cristianismo en dos grupos de forma diferenciada, cuando podría dividirse en tres, obteniendo tres civilizaciones cristianas, la católica, protestante y ortodoxa. No obstante, de estas tres confesiones, solo la católica presenta cierta homogeneidad, pues el mundo protestante y el ortodoxo presentan grandes diferencias dentro de sí mismos. Las diferencias interculturales e históricas son tan grandes y multifactoriales que no puede determinarse un sustrato común para definir a Occidente desde términos históricos y culturales como pretenden todos estos pensadores e ideólogos. Ni si quiera la posición geográfica sirve, pues países muy diversos, de varios continentes y latitudes se identifican y son identificados como occidentales.  

Desde mi punto de vista el concepto de Occidente es demasiado difuso como para utilizarlo de pilar angular para un determinado discurso político. Muchos de estos filósofos sociales construyen auténticas morfologías y tipologías sobre las civilizaciones (véase el caso de Spengler, Toynbee, Huntington o Dugin entre otros) basadas en conceptos problemáticos como los de civilización, raza, cultura, Occidente u Oriente. Estos conceptos no están basados en un hechos contrastable y fungibles, sino sobre prejuicios intelectuales y morales. Los países occidentales no están sucumbiendo por falta de vitalidad cultural o espiritual, sino por dinámicas económicas y sociales muy concretas que no tienen nada que ver con estos discursos pseudohistóricos. Parece ser que Occidente existe más en la mente de sus defensores (y sus enemigos) que en la realidad tangible. 






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