viernes, 8 de enero de 2021

La nueva barbarie

 En su famoso ensayo, la rebelión de las masas, el filósofo y ensayista español Ortega y Gasset analiza un fenómeno sociológico que según él caracterizaba la época en que escribió dicho ensayo, finales de los años 20. En dicho ensayo, Ortega y Gasset analiza importantes fenómenos sociológicos como el Estado Moderno, la cultura occidental, el auge del socialismo en Rusia y del fascismo en Italia, la decadencia de las democracias liberales... Sin embargo, a todos estos fenómenos Ortega los reduce a un solo factor común, el auge del hombre-masa

Este concepto no responde a las masas de seres humanos que vemos todos los días sin más, sino que responde más bien a un espíritu o actitud vital que es característica del hombre medio, a saber, la falta de un proyecto vital y el desprecio por las instituciones y tradiciones pasadas. A grandes rasgos, el hombre-masa no es más que la actitud conformista y caprichosa del hombre medio ante la sociedad y el Estado en el que habita. Este hombre-masa es el resultado de los enormes avances científicos y técnicos que ha experimentado Occidente en los últimos años, posibilitando que las clases vulgares puedan acceder a un sin fin de comodidades y artilugios que hacen la vida mucho más fácil y confortable. El desarrollo técnico y económico ha producido una explosión demográfica en Europa (y en el Mundo entero), inundando las calles de gente, abarrotándose los espacios y mentes. 

El hombre-masa, tanto en tiempos de Ortega, como en los de ahora, dispone de la mayor cantidad de recursos y facilidades en comparación con los reyes más poderosos de épocas anteriores, siendo este el mejor de los tiempos, pues nunca ha habido mayor acceso a la salud, la riqueza y la cultura que hasta ahora. El hombre-masa, tanto el de Ortega como el actual, vive en plena abundancia y oportunidad, teniendo el horizonte al que llamamos futuro más abierto que nunca. 

Sin embargo, ya el propio Ortega, siguiendo a Nietzsche, denunció lo preocupante de esta situación, pues la mejora de las condiciones materiales y culturales del hombre-masa han hecho surgir un gran problema, pues el hombre-masa se dispone a conquistar el poder político, a saber, el Estado, de manera violenta y apasionada, tal y como reflejan el bolchevismo ruso, el fascismo italiano o el populismo posmoderno actual. Según Ortega, esta rebelión de las masas surge por la idea vacía de que el hombre vulgar tiene derecho a su propia vulgaridad, "la razón de la sinrazón". Esto podemos verlo en presidentes como los de Estados Unidos, Brasil, Venezuela o Argentina, los cuales atacan a la casta política tradicional y propone un antintelectualismo populista que defiende la toma del poder por parte del verdadero pueblo, aquel que ha estado rezagado del poder político durante mucho tiempo, hasta ahora. Este tipo de individuo, debido a su condición de masa, carece del refinamiento intelectual y científico del que precisa la técnica, idolatrando los resultados de esta última, pero sin entenderla y apreciar a la ciencia y la filosofía que subyace a ella, convirtiéndola en ideología y religión. 

En el campo de la política, ocurre algo parecido, pues las masas asaltan el poder, sea con la mano derecha o con la izquierda, pero sin entender la razón histórica que descansa detrás de toda acción política. El hombre medio actual, como si de una religión fanática se tratase, pide todos los derechos políticos sin atacar los deberes morales e históricos que les corresponden, quiere que su opinión sea escuchada, pero no quiere escuchar a nadie más. Los tiempos que corren, son los tiempos de la náusea política, donde la verdad se fabrica repitiendo mil veces mil mentiras. 

Muchos individuos cegados por su propia condición sociológica y política, desprecian las instituciones engendradas por la cultura occidental, como la democracia liberal, los derechos civiles o la ciencia moderna, llegando a rechazar dicha tradición y abogando por una revolución que genere un hombre nuevo, mirando con especial depravación y fanatismo las salvajes dictaduras orientales, como fue el caso del bolchevismo en Rusia, el cual envenenó (y sigue envenenando) las mentes de millones de individuos que abogaban (y algunos siguen abogando) por el "socialismo real", aquel que prometieron Lenin, Stalin, Mao o Pol Pot, y que solo trajo muerte y miseria. 

No obstante, muchos países, entre ellos España, prefieren apartar la mirada del neodespotismo del nuevo zarato ruso de Putin y del Imperio Chino de Xi Jinping, y mirar al otro lado del Atlántico, hacia el que antaño fue el Nuevo Mundo. Muchos sectores de la derecha, tanto europea, como española, miran con admiración infantil el autoritarismo estadounidense, del que el brasileño es alumno, el cual aboga por que su presidente baje los impuestos, trate a los criminales como animales, y en definitiva, sea un dictador complaciente y paternalista con el "pobre pueblo", azotado por la deslocalización de la economía. O por el contrario, la izquierda radical, en su declive, invoca a viejos lideres como Castro o Chávez, santurrones que sacrificaron a su pueblo querido a manos de saqueadores que ahora vacían las calles de Caracas, mientras hondean banderas y luchan por la "soberanía popular". Europa parece que duda de sí misma, y esto es muy peligroso, pues más allá de las costas lusas y de los montes Urales, solo hay barbarie. 

Por esto mismo, el socialismo marxista, el fascismo y el populismo actual que macha el espectro político son revoluciones estériles, pues carecen de un proyecto común real, ya que ambos movimientos no se nutren de las mejores ideas y de los mejores talentos intelectuales y científicos, como es el caso de la democracia liberal, sino de las pasiones irracionales del hombre vulgar. 

En los tiempos que corren, vemos el mismo fenómeno, pero de una manera mucho más sutil, pero  también más profunda. Los actuales partidos políticos, como ya comentaba Max Weber, son partidos de masas. Esto último no es necesariamente negativo, sino que proporciona a toda la ciudadanía una participación proporcional en la vida política. El problema surge cuando el hombre-masa es quien dirige los movimientos políticos, convirtiéndose los proyectos futuros que proponían los últimos a la ciudadanía, en griterío e insultos alimentados de odio y miedo, con el mero objetivo de instalarse en el poder, pero sin proyecto alguno que ofrecer a toda la nación. La presidencia de Trump, Bolsonaro, Maduro u Orbán no difiere del gobierno del caudillo de las hordas hérulas de Odoacro, que tras asaltar Roma y destruir la figura del Emperador, gobernó como vivió y murió, como un mero caudillo y saqueador sin dar nada fértil a la Historia. 

Las extremas derecha e izquierda son un mero efecto de esto último, ya que sus presuntas ideas y proyectos no se basan en una meta común que reúna en un marco general a todos los ciudadanos, sino una confrontación de una supuesta "mayoría" contra una minoría opresiva y monopolista, ya sean los globalistas o los capitalistas neoliberales. La extrema derecha recrimina a los progresistas, a los traidores de la patria y a los extranjeros la putrefacción de sus tradiciones anacrónicas como la religión o el "espíritu nacional"; mientras que la extrema izquierda lo hace a los elementos reaccionarios de la sociedad, a la propiedad privada, el dinero, la cultura y el comercio, que impide el inevitable (casi escatológico) "progreso social". Ambas comparten una profunda carencia de sentido común y una ceguera histórica. 

Siempre se ha recriminado a los políticos de elitistas, pero la política es un asunto de élites, de gente noble. Sin embargo, esto no quiere decir que el poder sea de las clases más pudientes, pues estos no son nobles en su gran mayoría, sino meros plutócratas tan vulgares como el mendigo más pobre del barrio más marginal de Madrid o Barcelona. La verdadera élite es aquella compuesta por hombres y mujeres de intelecto abierto, crítico y pragmático, algo que solo tiene unos pocos debido al esfuerzo intelectual y moral que conlleva esto, al igual que no todos tienen los maravillosos músculos de Aquiles o la hermosa voz de Pavarotti. 

Sin embargo, no debe de caerse en el mismo error que Platón, a saber, que los políticos tienen que ser los filósofos. Los políticos tienen que ser políticos, Ahora bien, estos tienen que ser capaces de escuchar a los filósofos y a los científicos, siendo críticos y pragmáticos con todas las propuestas, incluido con las suyas propias, para poder proponer proyectos de futuro para toda la nación por medio de un diálogo claro y conciliador, pues aquel que tiene convicciones inalterables, o es un niño, o un profeta, que es lo mismo que ser un dictador.  Dichos políticos deben ser lo que solemos llamar "hombres de Estado". 

En nuestro país, esta manera de hacer política está siendo asediada por aquellos políticos que están al servicio del hombre-masa. Este tipo de individuo, el cual no es más que una horda bárbara dentro de la civilización, representa el peligro que existe cuando las masas influyen en el poder político, el Estado pues su ímpetu solo consiste en la exigencia de forma violenta de derechos y más derechos, y ninguna obligación o deber, antes mediante manifestaciones o rebeliones armadas, mientras que ahora a base de gritos y golpes de teclado en las llamadas redes sociales, ese templo a la idolatría e ignorancia que flota en el ciberespacio y masturba a nuestros insatisfechos egos. 

El mayor peligro que presenta el auge del hombre-masa es su conquista del Estado, ya que, para este, con una pura mentalidad weberiana, el Estado no es más que aquel que ostenta el poder,  aquel quien a exigir todo derecho y ningún deber, estatalizando la vida pública y privada, destruyendo el rico dinamismo que caracteriza a las sociedades occidentales. Cuando el Estado inunda la vida de los individuos, los intercambios intelectuales, culturales, económicos y artísticos se hacen cada vez más rígidos, atrofiándose en un monismo social que termina por matar a los individuos mental y socialmente. Esto provoca que toda riqueza cultural y económica se asfixie bajo enormes montañas burocráticas, siendo todo más lento, tosco y pobre, tal y como ocurrió con el fascismo o el socialismo soviético, y tal y como ocurre ahora mismo con el nacionalismo nipón, el socialismo de mercado chino, el chavismo en Venezuela, el peronismo en Argentina, o la polarización política en Estado Unidos. La estatalización de la vida pública y privada viene acompañada de un curioso y terrible fenómeno sociológico que algunos llaman con el extraño oxímoron que es la industria cultural

La industria cultural es un oxímoron porque "industria" y "cultura" son términos incompatibles, pues la industria es la técnica de la "repetición en masa", mientras que la cultura es la variedad y la comunicación entre espíritus humanos abiertos y despiertos, sea la religión, la literatura, la ciencia o la filosofía de un mismo pueblo, algo que ya afirmó el propio Hegel en sus Lecciones de Filosofía de la Historia. 

Ahora bien, aunque la cultura sea el espíritu de un pueblo, esta es creada por los miembros más despiertos intelectualmente de dicho pueblo, siendo que el resto de miembros participan de esta en proporción a su elevación intelectual, siendo la religión y la lengua el estadio más bajo culturalmente y que mayor acceso tiene el hombre medio, mientras que la ciencia y la filosofía deben estar reservados a la élite intelectual, a aquellos individuos mejores dotados intelectualmente sin tener en cuenta su condición económica o social, ya que son aquellos que tienen el intelecto lo suficientemente despierto y ejercitado para tratar las sutilezas y profundidades propias de la ciencia y la filosofía. No obstante, hoy en día ocurre que el hombre-masa se ha apropiado de los avances técnicos proporcionados por la ciencia, pero sin entenderla, desprestigiándola y entregándola a pseudociencias y pseudofilosofías desprovistas de toda razón. 

En la política, ocurre lo mismo. Los nuevos partidos desconocen la propia civilización en la que se asientan, dedicándose  exclusivamente a cebar las masas con derechos vacíos, pues estos no implican ningún deber, algo que es indispensable de todo derecho civil y social. Por tanto, la política del mundo occidental corre un serio peligro, ya que esta carente de objetivos, no hay nadie que dirija ni mande en el mundo realmente, occidente va a la deriva. Ante este vacío de poder dejado por las minorías cultivadas, las cuales han sido defenestradas del poder en muchos gobiernos por parte de las masas bárbaras que antaño asolaban Roma y ahora hacen lo mismo con Washington, pero desde dentro. El hombre-masa se alza en rebelión violenta en contra de las instituciones que lo gestaron, surgiendo multitud de grupos políticos que actúan como sectas religiosas alimentadas por el odio y el desprecio a ciertas minorías, los intelectuales

Cuando las masas asaltan la cultura, la destruyen, pues esta pasa a ser consumida en masa y a capricho, sin ningún esfuerzo reflexivo, ya que ahora la ciencia, la literatura o la filosofía "deben de ser para todos", homogenizándose en un pastiche colectivo donde desaparece todo individualismo y personalidad enriquecedora. 

Vivimos los tiempos de la oclocracia digital, hordas bárbaras carcomen los pilares de Occidente, desde la derecha y la izquierda. Es así que los tiempos que corren son tiempos de crisis, de decadencia, y mucho peores que las invasiones bárbaras que asolaron Roma, pues estas venían de lejanas estepas orientales, mientras que la barbarie que roe a Occidente es algo endémico, del hombre-masa, que al igual que las terribles hordas godas del salvaje Alarico, ahora asaltan los muros del Capitolio, vestidos con pieles de bestias y hondeando banderas de sangre en el corazón mismo de Occidente. 

Europa mira con espanto al Nuevo Mundo, donde hordas blancas asaltan las instituciones que antaño sirvieron como modelo democrático para el resto de los pueblos, mientras que en el sur se alzan nuevos caudillos poseídos por el espíritu de los más antiguos. Europa mira con pesadumbre, como un soldado romano que patrulla el muro de Adriano, aquella muralla que separaba la civilización de la barbarie. Sin embargo, esta vez Europa, apostada con su quebrada lanza y su roñoso escudo, no teme por la venida de salvajes pictos, sino que esta vez los salvajes vienen de la misma Roma... 


jueves, 7 de enero de 2021

La epistemología en la filosofía de John Locke

 

Introducción

El empirismo es una extensa y vieja tradición filosófica dentro de la historia del pensamiento occidental. Dicha tradición, a groso modo, propone que la fuente de nuestro conocimiento es la experiencia exterior a nosotros mismos, dudando o negando la existencia de principios innatos, tanto especulativos como morales. A su vez, el empirismo se ramifica en diversas escuelas y modalidades, pudiendo clasificarse estas en:

a) Aristotelismo: sistema filosófica iniciado por Aristóteles y continuando por la escolástica medieval y parte de la filosofía árabe, pero degeneró rápidamente en pura especulación y dogmatismo.

b) Nominalismo: corriente filosófica escolástica que afirma que todo lo que existe es contingente y es conocido por nosotros mediante los sentidos. Esta corriente encuentra su máximo representante en Guillermo de Occam.

c) Empirismo Inglés: surge como reacción al racionalismo continental, negando la existencia de principios innatos y/o a priori, destacando pensadores como Hobbes, Locke, Berkeley, Hume o Newton.

d) Positivismo clásico: filosofía del S.XIX que es desarrollada de la mano del francés Auguste Comte, el cual hace énfasis en la supremacía de la ciencia y en defensa del estudio de los hechos observables y nada más.

e) Positivismo lógico: tradición anglo-germana que rescata el positivismo de Comte, incorporando a este último todos los avances en lógica y matemática, destacando al Círculo de Viena.

Dentro del empirismo, el inglés es uno de los grandes colosos de la filosofía occidental, teniendo grandes representantes como Hobbes, Locke o Hume entre otros. Entre todos ellos, Locke ocupa un lugar bastante especial, pues junto con Descartes y Newton, es uno de los precursores de la Ilustración, tanto por sus opiniones en materia epistemológica, como en los campos político y religioso. De hecho, la filosofía de Locke puede dividirse en estas tres esferas:

Epistemología, donde Locke propone un empirismo objetivo, donde el conocimiento surge del contacto de nuestro entendimiento con los objetos exteriores y reales, por medio de nuestros sentidos. En política, Locke critica el absolutismo de Hobbes e inaugura el liberalismo político, el cual afirma que el poder del soberano nace del pueblo que se asocia para formar el Estado, siendo el poder del soberano limitado por el poder del pueblo que lo instituye como soberano, pudiendo, legítimamente, destituirlo si este extralimita sus poderes. Por último, en materia religiosa, Locke es un firme defensor de la tolerancia religiosa protestante, siendo la creencia de un Dios un culto privado, ya que la religión trata sobre cuestiones supraterrenales, con lo cual el poder civil no puede inmiscuirse en tales temas, solo pudiendo censurar y perseguir a los ateos, por minar los principios de toda sociedad, la religión natural; y a los papistas o católicos, ya que estos está subordinados al Papa como defensores de sus intereses políticos y económicos, teniendo que ser censurado e toda nación que pretenda ser soberana.

En la epistemología, que es de lo que trata su Ensayo sobre el entendimiento humano, Locke propone un empirismo objetivo, tratando a los objetos, a pesar de no poder conocerlos en su estado puro, como entidades reales que son y existen de forma independiente al sujeto que los conoce, siendo la materia lo que subyace a todas nuestras ideas e impresiones.

 Los principios Innatos especulativos

La existencia de principios innatos en nuestro entendimiento es uno de los grandes temas en los que basan las grandes discusiones de la Filosofía Moderna hasta la aparición de la Crítica a la Razón Pura de Kant. La discusión radica en dos posturas totalmente opuestas ente sí: por un lado los racionalistas como Descartes, Spinoza o Leibniz, que defienden la existencia de principios innatos por medio del uso exclusivo de la razón y la puesta e duda de la información de los sentidos, tal y como expone el famoso método cartesiano. Por el otro lado, los empiristas ingleses (Locke, Hobbes, Berkeley o Hume), y más tarde los materialistas franceses (Condillac o La Mettrie), niegan la existencia de tales principios innatos, pues para ellos el conocimiento surge exclusivamente de la experiencia. 

Dentro de este grupo, Locke se encuentra en este, pues expone una serie de argumentos en contra de estos principios, pues razona que si tales principios como "lo que es, es" o que " un cuerpo extenso no puede ocupar el espacio (y tiempo) de otro cuerpo" fuesen innatos, es decir, que están impresos en la mente antes de toda experiencia, estos serían universales y evidentes a todos los hombres y mujeres, independientemente de su cultura o estatus social. Sin embargo, vemos que en muchas culturas bárbaras no tienen nociones algunas de lógica o matemáticas, pero si vemos que razonan en otros ámbitos, como la guerra, las finanzas o el comercio. Por otra parte, la civilizaciones más avanzadas ven la falsedad de viejos principios dados como verdad suprema por sus propios antepasados. A su vez, tanto los niños como los discapacitados no conocen dichos principios, pero muestran uso de razón en muchos otros campos, como a la hora de jugar entre ellos, o el administrar el poco dinero que tienen. 

Es así que Locke, suponiendo que los principios son innatos , serían los niños quien mejor los conocerían, pues no están corrompidos por la cultura ni la opinión, siendo sus mentes más naturales. No obstante, estos, como muestra la experiencia, no tienen ninguno de estos principios , sino que los llegan a conocer y entender por medio de la instrucción  y el desarrollo. Esta concepción de la razón de los niños es un precedente a la teoría cognitivista de Jean Piaget, la cual afirma que los niños adquieren el pleno uso de la razón por medio de la instrucción y e aprendizaje que el contacto con los objetos y personas les proporciona la experiencia. 

Principios innatos prácticos (o morales) 

Según Locke, los principios morales innatos son mucho menos sostenibles e irreales que los especulativos del apartado anterior, ya que no hay muchos principios morales que sean compartidos por todos los grupos humanos, además de que los niños, faltos de toda instrucción , no comparten estos preceptos morales, sino que los aprenden poco a poco. A su vez, si estos principios fuesen innatos, acompañarían constantemente a todas nuestras acciones además de que serían claramente evidentes para todos los hombres. Lo primero es radicalmente falso, pues muchos de nuestros actos no siguen estos preceptos, sino por nuestros apetitos o intereses. Además, lo segundo también es falso, pues si fuesen evidentes para todos los hombres, no existirían las enormes discusiones sobre ética y moral que inundan las conversaciones de filósofos, políticos y juristas. 

Por otra parte, todo principio moral tiene una razón, siendo que si fuesen innatos, no podría indicarse la razón de cada uno de estos principios. Por tanto, Locke defiende una moral basada en la experiencia, una ética empírica cercana al emotivismo de Hume y al utilitarismo de Mill, y en contrapuesta a cualquier ética deontológica, como la kantiana o el iusnaturalismo de Tomás de Aquino. 

De las Ideas en General 

Si no existe principios innatos en nuestro entendimiento, Locke se pregunta de dónde vienen todos nuestros conocimientos. A esto responde con la experiencia. Nuestras idea tienen dos fuentes, una es la sensación, es decir, las impresiones y percepciones que nuestros sentidos nos proporcionan de las cosas exteriores; la otra fuente es la reflexiones, es decir, las ideas que el entendimiento extrae de nuestras propias operaciones mentales. Estas operaciones no están en las sensaciones, pero por si solas no son nada, sino que necesitan de las ideas de la sensibilidad para llenarse de contenido. 

Esta concepción de los contenidos mentales recuerda a la epistemología kantiana, aunque con notables diferencias, pues las operaciones de reflexión, según Locke, vienen de las combinaciones de las sensaciones, mientras que las categorías kantianas son el resultado de nociones puras a priori que son las condiciones para toda experiencia posible, algo con lo que Locke estaría en profundo desacuerdo, ya que para el todo conocimiento parte de la experiencia de los objetos sensibles hace que sea imposible cualquier noción o concepto a priori, es decir, anterior, a toda experiencia. Es así que los principios más generales son obtenidos de la abstracción de los hechos de la experiencia y no al contrario. 

Las Ideas Simples

Las ideas pueden ser de dos tipos simples o compuestas. Las ideas simples son aquellas que no están compuestas por otras ideas, sino que son puras y dadas por un único sentido (sensación) o por la reflexión (operación). Las ideas simples de los sentidos son aquellas que solo registra un único sentido y son claramente distintas de las otras ideas, como el color o la textura. La solidez, según Locke, es una idea simple dada por el tacto, siendo esta la resistencia que pone un cuerpo a que otro cuerpo ocupe su respectivo sitio. Por otro lado, el espacio es una idea complejo, pues es dada por la combinación de la vista y el tacto. 

Por otra parte, las ideas de reflexión son las que nuestra mente obtiene de sus propios operaciones, siendo el pensar o apercibir y la volición o desear. A su vez, Locke argumenta que existe un tercer tipo de ideas simples, a saber, las que son dadas tanto por la reflexión como por la sensación, como el placer y el dolor, que parten una sensación externa, pero que a su vez tiene un correlato en la reflexión, es decir, una reflexión sobre algo sensible, como puede ser lo bello o la gastronomía. 

La existencia también es una de estas ideas, pues atribuimos existencia a algo externo por el hecho de que esté ante nosotros, siendo esta existencia independiente de nuestra idea de existencia, desmarcándose Locke del empirismo inmaterial de Berkeley, o el empiricriticismo de Ernest Mach. Además, Locke también dice que damos la cualidad de la existencia a nuestras propias idear, siendo estas entres existentes en nuestra mente como correlatos a la existencia de las cosas externas. Tanto a la cosa como a la idea, nuestra mente percibe la idea de unidad. 

Todas estas ideas simples parten tanto de la sensación como de la reflexión. Según Locke, estas ideas simples son obtenidas por nosotros por medio de la percepción. Esta es el primer paso de nuestra mente que realiza para llegar al conocimiento. Esta no es más que la captación de las sensaciones y reflexiones, es decir, la percepción es la obtención de una idea o conjunto de ideas. El otro paso de la mente es la repetición, la memoria en definitiva, que según Locke no consiste en almacenar ideas, sino en revivirlas cuando sea necesario o por influencia de otras ideas relacionadas. Es así que Locke se adelanta en cientos de años a la psicología de la memoria, pues esta última, de forma parecida a la explicación de Locke, afirma que nuestros recuerdos activan las mismas redes neuronales que cuando contemplamos el objeto vivazmente de dicho recuerdo. 

A estas dos facultades de la mente se le añade la capacidad de discernir, de distinguir entre las ideas de forma clara y precisa, además de la de componer ideas más complejas, por medio de ideas simples. Según Locke, la abstracción es la representación de particulares hecha representación general, siendo la inducción el método para llevar a cabo la abstracción. 

De las Ideas Complejas 

Todo nuestro conocimiento está limitado en última instancia a las ideas simples, que nos proporcionan la sensación y la reflexión. Sin embargo, nuestra mente puede formar ideas nuevas por medio de la mezcla y combinación de las ideas simples, formando lo que Locke llama ideas complejas. Estas pueden ser: Modos (Simples y Mixtos), Sustancia y Relación. 

Los modos son alteraciones o variaciones de ideas simples, pudiendo ser de dos tipos: modos simples, aquellos que no son más que la repetición de varias ideas simples, como la idea de docena, que no es más que la suma de doce ideas de unidad, es así que los modos simples están limitados a la idea simple correspondiente; por otra parte, los modos mixtos son los que parten de la combinación de varias ideas simples distintas entre sí, pero sin ser sustancia, sino cualidad. 

La idea de sustancia es la combinación de varias ideas simples o compuestas a las que se le da la categoría de esencial en el objeto, es decir, es la idea que tenemos de un objeto que nos indica lo que hace que ese objeto sea ese objeto. Con otras palabras, la idea de sustancia es la esencia del objeto, lo que hace que el objeto sea lo que sea dicho objeto. 

Las ideas de relación son aquellas que surgen del enlace entre dos o más ideas, pero sin mezclarse, sino más bien formando una tercera idea que indica la relación de otras ideas entre sí, como la causalidad de una idea respecto a otra idea. A pesar de ser una operación mental, esta se fundamenta en la capacidad que tienen las sustancias de afectar a otras, produciendo ideas en nuestra mente. Hay que destacar que la concepción que tiene Locke del espacio, pues contrario a Descartes, Locke distingue entre extensión y materia, siendo este independiente a la materia y el movimiento, siguiendo la concepción de su coetáneo y amigo Newton. 

De la Sustancia 

Para Locke, la idea de sustancia es una idea compleja, la cual consiste en la unión de varias ideas simples que habitualmente las percibimos juntas. Esta sustancia es el soporte o substrato que suponemos que aguanta todas estas ideas simples, pues se nos hace muy difícil considerarlas aisladas y no unidas o algo. Ese algo es la sustancia, el sustrato que supuestamente sostiene todas las ideas simples que le son características. 

Así, Locke explica que la sustancia de los objetos corporales es la materia que sostiene las ideas simples dadas por la sensación como el color, la solidez o la extensión; mientras que la sustancia de los objetos pensantes es el sujeto que sostiene todas las ideas simples dadas por la reflexión, como puede ser el pensamiento (o percepción), la volición (o deseo) o la libertad entre otros. 

Esta concepción de la sustancia recuerda al noúmeno o "cosa en sí" de Kant, aunque desde posturas diferentes. Sin embargo, esta concepción de la sustancia, a pesar d ser muy clara y aparentemente empírica, sigue anclada en el dualismo de mente-cuerpo, ya que considera la sustancia pensante como algo diferenciado de la sustancia corporal, siendo esto esto en realidad el mismo dualismo que defiende Descartes, pero con un barniz de empirismo. La única salida a este dilema es considerar la sustancia pensante como cualidad (y no sustancia) de la sustancia corporal, pues el considerar a estas como sustancias separadas entra en multitud de contradicciones. 

La solución que plantea Descartes es cuanto menos ridícula, pues afirma que existe un punto donde ambas sustancias se tocan y comunican, más concretamente en la glándula pineal. Esto carece de sentido, ya que al ser sustancias de naturaleza diferentes, no pueden comunicarse debido a que tienen cualidades distintas y nada en común que permita dicha comunicación. 

Po otra parte, Leibniz plantea como solución a este problema el paralelismo psico-físico, afirmando que ambas sustancias están separadas totalmente, pero están sincronizadas por la armonía preestablecida que administra Dios en ambas sustancias, siendo estas iguales a dos líneas paralelas, las cuales nunca se cortan, pero siguen trayectorias equivalentes. Esta solución es muy cuestionable, pues arregla un problema planteando un problema aun mayor, a saber, la existencia de un Ser Supremo, Dios; con lo cual Leibniz rompe por todo lo alto con el principio de parsimonia. 

Otra solución a esta problemática es la que plantea Spinoza, el cual afirma que materia y pensamiento no son sustancias separadas ni diferenciadas, sino atributos o cualidades de una misma sustancia neutral, que en este caso Spinoza identifica con Dios. A pesar de su originalidad, esta solución cae en el mismo problema que la de Leibniz, ya que la existencia de Dios, sean cual sean sus atributos y características, plantea muchos más problemas que soluciones. Además, la única sustancia de la que teoriza Spinoza en su Ética, es más oscura que el concepto de sustancia de Locke, pues no proporciona una realidad concreta, definida y con una cierta relación con la experiencia, quedando en una vacua especulación en abstracto. 

Viendo que el racionalismo es incapaz de dar una solución convincente, algunos filósofos empiristas radicales proponen el monismo inmaterial, siendo su mayor campeón Berkeley. Este  afirma que la materia no existe, sino que es u mero cúmulo de sensaciones puestas en nuestra mente por Dios. Está demás decir que este argumento es obtuso y ridículo, pues no solo tiene el mismo problema que las soluciones anteriores, sino que encima se le añade la problemática del idealismo, ya que al negar la existencia de las cosas materiales cae en muchísimas contradicciones ontológicas, como epistemológicas, perdiendo toda parsimonia. 

Con todo lo anterior, uno solo podría pensar que el realismo material es el único camino seguro y transitable, es decir, el aceptar que la sustancia pensante no es sustancia como tal, sino una cualidad que puede tener la sustancia corporal. Además, también cabe esperar que se acepte la existencia de los objetos como entes exteriores a nosotros mismos, a pesar de las dificultades que plantea esta postura, tal y como relata Ortega y Gasset en sus "lecciones de metafísica". 

Una de estas dificultades a esta postura es el escepticismo que plantea Hume, el cual no es más que la consecución lógica y última del empirismo, en especial el de Locke y Berkeley. Hume plantea que todo nuestro conocimiento parte de la experiencia. Ahora bien, Hume afirma que la sustancia no es ninguna impresión sensible dada por la experiencia, sino aquello que supone nuestra mente que conjuga y reúne en las impresiones sensibles que captamos por nuestros sentidos de manera regular. Esto quiere decir que la sustancia, según Hume, se basa en la creencia de nuestra mente en una determinada regularidad de sensaciones o impresiones a las que está acostumbrada nuestra propia mente. 

Esta duda que plantea Hume es una de los grandes escoyos que tiene la metafísica moderna, hasta tal punto que se considera a la Crítica a la Razón Pura de Kant como una contestación a esta duda escéptica de Hume, aunque muchos no la consideran muy convincente, como Russell. No obstante, el propio Hume afirma que la idea de sustancia debe de ser aceptada como tal, pues a pesar de su inconsistencia teórica, es vital a nivel práctico, pues nos proporciona la capacidad de concebir objetos y de registrar patrones en la experiencia, algo vital para la supervivencia de nuestra especie.  

De la Relación 

Para Locke, la relación es una idea compleja que surge de la comparación entre dos ideas, sean simples o complejas. La relación que establece una idea da un conocimiento que establece una idea da un conocimiento que va más allá de la existencia de la propia idea, siendo este conocimiento una particularización en función de otra idea. Un ejemplo de esta relación es la paternidad, el hecho de ser padre, pues uno es padre si tiene un hijo/hija. 

De especial interés es la explicación que da Locke de la relación de causalidad. Esta es la idea compleja de relación que nos indica que una cualidad o sustancia empieza a existir debido a la operación de otra idea, siendo que la idea simple de fluidez de la cera empieza a existir en nosotros debido a la idea de llama que surge en la vela, siendo estas idea correlato mental de las cosas exteriores. Locke distingue esencialmente entre dos modos de causalidad, a saber, creación (forma y materia) y generación (forma, pero no materia). 

De la Identidad y la Diversidad 

La identidad es el hecho de que una cosa sea la misma cosa en un lugar y tiempo diferente, teniendo la misma masa, en el caso de las cosas inanimados, y la misma forma o constitución, aunque cambie la masa, como es el caso de los entes animados. Según Locke, la persona es idéntica en sí misma en cuanto siga siendo consciente de sus experiencias y de sí misma, es decir, en cuanto está ligada a un yo, que en el caso de Locke conjetura de que este yo debe de ser una sustancia pensante inmaterial, lo cual entra en plena contradicción con su propia filosofía, ya que solo podemos tener conocimiento de lo materialmente real, siendo el pensamiento una cualidad de la materia y no distinta a ella. 

De la verdad y la Falsedad 

Según Locke, nuestras ideas simples, a saber, las percepciones que tenemos en nuestra mente, por si solas no son falas, sino que solo podemos decir que las proposiciones que nace nuestra mente son falas, ya que forman ideas complejas que pueden no corresponderse con la realidad tal y como es. 

Del conocimiento en General 

Para Locke, todo nuestro conocimiento trata sobre ideas, siendo que este se basa en la concatenación de ideas y en su correspondiente veracidad o falsedad. Según Locke, el conocimiento se divide en: Identidad, Relación, Coexistencia y Existencia Real. 

La identidad trata sobre que una idea es sí misma y no otra idea, en esencia, este tipo de conocimiento se basa en el principio de identidad  y en el de no contradicción. La relación es el conocimiento que nos indica las relaciones que establecen las ideas entre sí. La coexistencia es la existencia de una idea de sustancia, donde las cualidades de un objeto van unidas a otras cualidades del mismo objeto. Por último, el cuarto tipo trata sobre el conocimiento de que existen las cosas correspondientes a nuestras ideas como entidades independientes. Todas estas formas del conocimiento emergen de la misma fuente, la experiencia. 

De acuerdo con Locke, existen tres grados de conocimiento: 

En primer lugar, la intuición es el grado más certero del conocimiento, es aquello que nos es totalmente transparentes a nuestra mente, aquello de lo que se asiente de forma inmediata y sin duda alguna. Un ejemplo claro es que lo blanco es distinto de lo negro. 

En segundo lugar, y en contraposición a la intuición, la demostración es aquel conocimiento que necesita de ideas intermedias para exponer su veracidad, pudiendo dudar en un primer momento de su verdad, como son los teoremas matemáticos, los cuales tienen una demostración para exponer la veracidad del contenido del teorema. 

Por último, Locke especula sobre un tercer tipo de conocimiento, el sensitivo, el cual nos da a entender que existen cosas exteriores por medio de la percepción real de ideas que se le corresponde a estas cosas. Esta puede ser: 

-De nosotros mismos, por intuición (Descartes). 

-De Dios, por demostración (Scoto). 

-De las cosas, por los sentidos (Aristóteles) 

Todo nuestro conocimiento queda limitado a las ideas, por tanto, limitados a la experiencia, tanto la sensación como la reflexión. 

La prueba de Dios y las cosas reales

La demostración que da Locke de la existencia de Dios no es nada original, ya que se basa en argumentos cosmológicos, siendo que tanto la materia, el pensamiento o el movimiento no puede surgir de la nada o extenderse por la eternidad, sino que debe de ser a causa de un Ser Supremo cognoscente. 

Siendo nuestra propia existencia dada como verdadera por intuición, y la existencia de Dios nos es dada por la demostración de nuestra razón, la existencia de las cosas exteriores a la mente nos es dada por los sentidos, es decir, de que haya cosas exteriores a nosotros que tienen la potencia de generar en nuestra mente ideas simples. 

Razón y Fe

En el pensamiento de Locke, la razón y la fe tienen jurisdicciones diferentes respectivamente, siendo que la fe trata sobre los objetos revelados por la Divinidad, los cuales no pueden ser demostrados por la razón, ya que están fuera de toda experiencia. Por tanto, razón y fe son esferas separadas, enlazándose esto con la tolerancia religiosa de la que Locke presume tanto, ya que al ser la experiencia religiosa ultraterrena, esta debe de ser algo privado y personal, por tanto tolerando siempre que se tolere a las demás opiniones religiosas... 


La escula Austria de economía y la pseudociencia de la praxología

 Una de las escuelas de pensamiento económica que se se ha puesto de moda entre muchos políticos, ideólogos y demás difamadores es la escuel...