Cuando uno se sumerge en la filosofía de Soren Kierkegaard
debe de entender antes que no se enfrenta a un sistema filosófico estructurado,
como podría ser la filosofía kantiana o hegeliana, sino a un marco de
referencia tibio donde se articulan ciertos conceptos y reflexiones sobre Dios,
el hombre y la relación entre estos, pero desde una perspectiva únicamente
individual y abocada a la acción, el imitar a Cristo. En este marco de referencia al que llamamos filosofía
kierkegaardiana existen dos conceptos o aspectos humanos fundamentales, a
saber, el concepto de angustia y la enfermedad mortal, la desesperación, que
son la base para entender a nuestro danés seductor. La filosofía
kierkegaardiana nace como un fuerte crítica al hegelianismo, en especial su
filosofía de la religión.
No obstante, ambos parten de la misma afirmación
sobre la religión, a saber, que esta es la relación que tiene el hombre con
Dios o la Divinidad. Sin embargo, el fuerte contraste entre estos dos
pensadores reside en la postura del hombre en esta relación, pues Kierkegaard
critica fuertemente la concepción abstracta de esta relación que tiene el
hombre con Dios que defiende Hegel, pues para Kierkegaard la esencial del
cristianismo reside en que el hombre, en plena individualidad y ser concreto,
se representa desnudo ante Dios siendo el hombre el único ser que el individuo
vale más que la propia especie. Es en este individualismo religioso e
irracional donde reside el protoexistencialismo, el cual servirá de base a
pensadores posteriores como Karl Jasper, Martin Heidegger, o Albert Camus entre
otros.
A pesar de su profundo sentimiento cristiano, esta filosofía
está repleta de pesimismo y escepticismo ante la posibilidad de considerar a
Dios y su relación con el hombre como conceptos racionales, sino como realidad
falta de razón e impotencia del ser humano para comprender a Dios y así mismo,
habiendo un abismo insondable para la razón, solo pasable por medio de la fe.
Esta postura ante Dios y el hombre es parcialmente heredara
de Blaise Pascal y su fideísmo, pues este afirma que el corazón tiene razones
que so ajenas a la propia razón. A su vez, la filosofía kierkegaardiana es
reminiscencia al irracionalismo religioso de Jacobi, el cual argumenta que toda
razón e ilustración conduce a la imposibilidad de Dios, y, en consecuencia, al
nihilismo y la ausencia de toda moral universal, el cual solo puede evitarse
por medio de la fe. A su vez, esta concepción de Dios y el hombre influirá en
Miguel de Unamuno, el cual consideraba a Kierkegaard como su hermano
espiritual. También supondrá una gran influencia en el existencialismo francés,
desde la perspectiva cristiana de Enmanuel Monier, pasando por el absurdismo
agnóstico de Camus, hasta el existencialismo ateo de Sartre.
Esta impotencia del hombre frente a Dios (la cual rescataría
Sartre) se manifiesta tanto en la angustia como en la desesperación. La
angustia es la raíz de la condición humana, a saber, la angustia como realidad
de la libertad en cuanto posibilidad, la cual está íntimamente relacionada con
ella, pues la libertad en cuanto realidad de la posibilidad es engendrada por
la nada. Es así que la angustia es el vértigo de la libertad. Por otro lado,
esta angustia vital que carcome el espíritu del hombre está íntimamente
relacionada con la desesperación, la duda de la personalidad misma, la
enfermedad mortal que el hombre elige en su angustia, el estado más bajo de
miseria espiritual que nos arrastra hasta la muerte.
Esta desesperación se plasma en la conciencia de sí, en la
autorrelación del yo consigo mismo, la autoconciencia de nuestra propia
individualidad. Esta conciencia de que uno es finito reside en el pecado, ya
que Adán (y Eva), en un acto de rebelión contra Dios, se presenta ante Él como
finito, como individuo único e inigualable. Por tanto, el pecado es la
categoría de la individualidad, aquello que singulariza al hombre y que
constituye su propia naturaleza.
Curiosamente, Kierkegaard habla en términos dialécticos como
su gran adversario Hegel, pero desde un punto de vista concreto individual,
siendo la desesperación la síntesis de la discordia que tensa lo terrenal y carnal
del hombre, con lo eterno que vive en él. Esta síntesis de la discordia del
hombre supone una infinita ventaja, pues el hombre, en el espíritu, se
relaciona con la relación de sí mismo. No obstante, esta sigue siendo la mayor
miseria espiritual a la que el hombre puede llegar, la desesperación de no ser
uno mismo (evitación experiencial) o la desesperación de ser uno mismo (Yo
ideal), de autoafirmación a sí mismo (ambición).
Esta desesperación esta angustia negativa que siente el
hombre al relacionarse consigo mismo y en el deseo de ser otro, pero con el
eterno dolor de dejar de sí mismo. Este dolor existencial, engendrado por el
pecado de la individualidad frente a Dios y el Mundo, es lo que Kierkegaard
llamará enfermedad mortal, aquella miseria espiritual de libre elección donde
el hombre intenta alienarse a sí mismo, pero resulta increíblemente doloroso
debido a que está alejando a su propio yo, creado por Dios y manifestado en el
pecado original. Esta desesperación vital, Kierkegaard propone la fe cristiana
como forma de extinción de esta, por medio del amor al prójimo como a uno mismo,
aceptar el pecado de la individualidad que provoca nuestra angustia o vértigo
de la libertad, aceptarse a uno mismo fundamentado por el Poder Creador…
Esta enfermedad mortal, propia del espíritu, es distinta a
las enfermedades comunes, pues estas últimas solo se adquieren en un momento
determinado, siendo el padecimiento de esta su consecuencia de tal adquisición.
No obstante, la desesperación es captada en todo momento, atrapándola
constantemente el hombre que la padece. Además, al igual, que no se puede
apuñalar al pensamiento, la desesperación no conlleva a la muerte, sino a una
constante e inconclusa aproximación a ella. La desesperación es una enfermedad
mortal no porque mate finalmente a aquel que la padece, sino que es una
enfermedad por falta de muerte, por no poder consumirse a sí mismo.
La desesperación es la negación de uno mismo, el ser otro, el
no soportar ser uno mismo, la ausencia de amor propio. Ante esta angustia (o
nausea) de ser uno mismo, el hombre elige el pecado, autofundamentádose frente
al Poder Creador del que ha sido engendrado. Es así que el desesperado sueña
con destruir a sí mismo con no ser lo que es, el desesperado ansía por todas
las cosas la muerte de su yo para dejar de ser sí mismo.
Sin embargo, este deseo de muerte es inalcanzable, debido a
que el yo es inalcanzable, debido a que el yo es la naturaleza eterna del
hombre, imposible de ser destruido o alejado de uno mismo. Es así que la
desesperación es el deseo de uno mismo. Es así que la desesperación es el deseo
de una muerte que no puede llegar, producto del pecado de la individualidad
frente a Dios, raíz de la angustia como libertad. Es así que el fin del
cristianismo es la extinción de la desesperación, a partir del amor propio o el
amor y aceptación de uno mismo tal y como ha sido creado por Dios. La
aceptación de uno mismo es la promesa del cristianismo frente a la
desesperación.
Dicha enfermedad es inherente al hombre, siendo que cada uno
de todos los individuos que componen la humanidad está sujeto a ella, siendo
que todo aquel que está desesperado, ya lo estaba de antes, habiendo vivido
toda su vida desesperado consigo mismo. La situación del hombre, como espíritu,
es crítica, pues mantiene una tensión existencial consigo mismo, habiendo un mínimo
de anhelo por la consumación de esta enfermedad mortal, a saber, la muerte u
olvido del yo-mismo para ser otro. Sin embargo, este anhelo no puede consumarse
debido a que el yo, entendido como espíritu, es lo eterno que vive en el
hombre, imposible de morir y olvidarse.
Ante este deseo de autonegación el hombre puede entregarse a
la dicha y el placer y vivir en la ignorancia de sí mismo y de su propia
miseria espiritual, lo que Kierkegaard llama modo estético de vivir. Por otra
parte, los que afirman estar desesperados son aquellos que poseen una
naturaleza mucho más profunda, los que son conscientes de su propia
espiritualidad frente a la ignorancia (feliz) de los anteriores, siendo esta
consciencia la mayor miseria espiritual que puede padecer el hombre; es el
primer paso indispensable para el perdón y la aceptación de uno mismo que el
cristianismo promete en la imitación de Cristo, pues el fin último de todo
cristiano es ser un imitador de Cristo.
Es así que la dicha y el placer están vacíos, pues en el acto
de morir, cuando todo lo externo se vuelva oscuridad y silencio, se le preguntará
a cada hombre si vivió desesperado, si vivió en el engaño y la muerte agónica
del espíritu. Si esto es así, nada importará ya, pues la eternidad será negada
al desesperado, se perderá todo y la eternidad no lo reconocerá como suyo, sino
que lo conocerá tal y como es, sujeto a sí mismo y por sí mismo, a los brazos
de la desesperación…
Formas de la desesperación
Para Kierkegaard, el yo es la síntesis de la infinitud y la
finitud que se relaciona con una misma y su fi fundamental es llegar a ser sí
mismo, cosa que solo consigue uno en relación con Dios. Esta relación consigo
mismo en la síntesis de lo finito y lo infinito equivale a la libertad,
libertad como la síntesis entre la posibilidad y lo necesario. La desesperación
debe de estar determinada por la consciencia de esta síntesis a la que llamamos
yo, ya que la autoconciencia es lo decisivo en la relación del yo consigo
mismo. Un hombre que no tiene voluntad no es un yo; pero cuanto mayor sea su
voluntad, tanto mayor será también la conciencia de sí mismo.
1-
Doble categoría de Finitud-Infinitud.
La desesperación es la discordia de la síntesis del yo entre
infinitud y finitud, siendo la desesperación el alejamiento del yo de una de
sus naturalezas o atributos, dejando de ser sí mismo, cayendo a los brazos de
la desesperación. Cuando el hombre desespera en la infinitud, el yo se evapora
en la fantasía y en la abstracción, dejando atrás su finitud y existencia
concreta. Kierkegaard afirma que Fichte tenía razón cuando declaraba que la
imaginación respecto al conocimiento es la fuente de las categorías, siendo la
imaginación al igual que el yo, reflexión.
Por otra parte, la desesperación en la finitud, o con otras
palabras, el olvido del yo en su infinitud, es un esbozo preliminar dl concepto
de alienación objetiva, donde el sujeto que la sufre deja de ser propiamente un
sujeto, cosificándose y transformándose en un simple objeto a Mercer de las
fuerzas del mundo (un cuerpo cartesiano) o de la técnica (alienación
industrial). Este último será desarrollado por Marx y sus acólitos, además por
otros autores con una perspectiva más humana, como Heidegger, Ortega y Gasset o
Ernesto Sábato. Volviendo a Kierkegaard, la desesperación en la finitud o falta
de infinitud es la pérdida de la originalidad del yo, la imposibilidad de
anteponer a Dios un yo único y eterno. La cosificación del hombre o lo que los
mismo, la castración espiritual de este y su conversión a la mundanidad.
2-
Doble categoría de Posibilidad-Necesidad.
Al igual que en la anterior categoría, el yo es la síntesis
dialéctica de la posibilidad y la necesidad, siendo la realidad del yo el punto
de unión entre estas, a saber, la posibilidad hecha necesidad (realidad).
Debido a la discordia entre estos elementos el hombre cae en la desesperación,
dejando de ser sí mismo, dependiendo de cuál de los elementos predomine sobre
el otro.
En el caso de que la posibilidad predomine sobre la
necesidad, es decir, sea la causa de la desesperación, el hombre que la padece
estará falta de toda necesidad, de todo punto fijo donde retornar a sí mismo.
En esta forma de desesperación el hombre esta ensimismado por la infinitud de
todas la posibilidad, volviendo su yo una mera posibilidad abstracta, un
fantasma rodeado por espejismos. De esta manera, la posibilidad aparece cada
vez mayor a los ojos del yo, y este ve surgir posibilidad por todas partes, ya
que nada se torna del todo real, hasta que todo es posible, dando a entender
que el yo del hombre ha sido consumido, aunque parezca que todo es posible,
nada es realmente, quedando solo el relativismo y el escepticismo, es decir,
nada. Esta forma de desesperación tiene dos subtipos, a saber, el deseo y la
nostalgia, la cual impulsa al hombre a su consumación, pero lo aleja de sí
mismo (Schopenhauer), mientras que el otro es la melancolía imaginativa, el
hombre se encierra en sí misma y sigue la posibilidad que le da la angustia,
alejándose de sí mismo, dejando que se muere de angustia o que se muera de
aquella de la producía angustia, como el Kirilov de Dostoievski.
“Mientras que el que se extravía por los derroteros de la
posibilidad de forma derroteros de la posibilidad de forma alocada se abraza
lleno de valentía en las alas de la desesperación, el que no cree más que en lo
necesario sucumbe estrujado por la desesperación bajo el peso de la
existencia…” (Kierkegaard, La enfermedad mortal, Prime parte, Libro III
capítulo I).
El hombre que desespera en la necesidad, o lo que es lo
mismo, por falta de posibilidad, Kierkegaard lo identifica con el hombre
carente de fe, ateo, agnóstico o indiferente, determinista y por supuesto
fatalista, viviendo apegado a la existencia desesperado por la falta de
posibilidades, por la falta de Dios, el último hombre del que hablaba Nietzsche
tras la muerte de Dios, a lo que este último llama nihilismo negativo. Para
Kierkegaard, la religión y la fe en Dios como salvador, como posibilidad, hace
de oxígeno para el yo del hombre. Es así que el hombre falto de fe le falta
oxígeno, se ahoga en el determinismo y en la falta de posibilidad. El yo no
puede respirar, pues la pura necesidad es irrespirable y en ella el yo del
hombre no hace más que asfixiarse. Por otra parte, Kierkegaard afirma que la
vanidad burguesa es diferente a esta última forma de desesperación, pues el
burgués, carente de imaginación, hace de su triste trivialidad su Dios, es
decir, santifica las cosas mundanas como los negocios o las apariencias frente
a otros.
La desesperación bajo la categoría de conciencia.
La conciencia de la existencia de un yo en el hombre, es
decir, de que este es espíritu, es aquello que mide el grado de desesperación
del hombre, siendo el diablo el que mayor desesperación tiene, ya que este es
puro espíritu, siendo totalmente transparente a la desesperación como máximo
adversario y rebelde ante Dios. Por otro lado, la ignorancia es el extremo
opuesto al anterior, siendo esta la desesperación que tiene el hombre ante el
hecho de que no se conoce como espíritu, viviendo anclado en las categorías de
los sensible, en lo agradable y desagradable. En este estado de la
desesperación, el hombre es bruto, dirigido por sus sentidos, arrastrado a la
oscuridad de la caverna de Platón. No obstante, al hombre que está en este
error le resulta cómodo, confundiendo esta comodidad con la felicidad.
Kierkegaard identifica este tipo de desesperación con el
paganismo anterior al cristiandad, y con el neopaganismo que vive dentro de la
cristiandad. No obstante, el primero está falto de espíritu porque no lo
conoce, pero está orientado a él, como puede ser Plotino para Agustín de
Hipona, mientras que el segundo conoce el espíritu, pero lo rechaza, alejándose
de él, como puede ser el ateísmo académico de Feuerbach o Nietzsche. El hombre
ignorante de espíritu como yo ante Dios puede tomar dos formas, o bien rezar a
una “nube universal abstracta”, como puede ser el comunismo, o por el contrario
sumergirse en la oscuridad de las categorías sensibles, como los esclavos de la
caverna de Platón. A su vez, el hombre que es consciente de su desesperación es
aún más desesperado el hombre que la ignora, ya que esta es más intensa, pues
el hombre que la sufre se enfrenta a ella.
No obstante, la conciencia pura solo se da en el Diablo, pues
este es puro espíritu transparente. En el hombre, la consciencia de la
desesperación está mezclada con la ignorancia y la oscuridad, siendo que muchos
hombres que están desesperados, pero por razones totalmente equivocadas, siendo
un buen ejemplo para Kierkegaard los antiguos griegos y romanos, que veían el
suicidio como opción noble ante la desesperación, cosa que es totalmente reprochable
en el cristianismo, pues el suicidio e el mayor acto de rebelión ante Dios, ya
que es la renuncia a ser uno mismo de forma absoluta, a ser lo que Dios quiere
que seamos.
Esta concepción del suicidio recuerda a la sostenida por
Albert Camus en su ensayo el Mito de Sísifo, donde argumenta que el suicidio es
la confesión del hombre, el reconocer de este que la vida le sobrepasa y no puede
afrontarla. A la manera de Kierkegaard el suicidio es la incapacidad del hombre
de enfrentarse a la desesperación, a saber, desesperar finalmente.
La desesperación en cuanto conciencia entre el hombre y su
yo, su espíritu, está conformada por varios tipos, siendo el primero la
desesperación por no ser uno mismo. Esta forma de desesperación tiene como
característica fundamental la debilidad, siendo esta el deseo frustrante del
hombre por dejar de ser sí mismo, pues no puede soportar ser un yo solitario
frente a Dios…
Esta forma negativa de la desesperación se desdobla en dos subtipos
o modalidades: el hombre inmediato o estético, el cual no tiene ninguna
reflexión sobre la desesperación, sino que se entrega al abismo de la
existencia, desesperado por algo exterior, como el amor o el miedo. Este hombre
inmediato, carente de toda reflexión, alberga un gran vacío en su interior, ya
que no hay yo alguno, no es espíritu, sino mera sensación externa, esclavo de
la estética de las cosas por la que desespera…
Frente a esta inmediatez, a esta ausencia de reflexión, algunos
hombres giran su mirada a sí mismos, a su espíritu, adquiriendo un mínimo de
consciencia de su desesperación y horror existencial. Sin embargo, al ser algo conscientes
de su miseria espiritual, estos les dan rápidamente la espalda a sí mismo, entregándose
al mundo exterior por completo, como forma de apelar a la desesperación que
provoca el ver sus propios yo, incapaces de dar el salto del estético al ético.
Esta última clase de hombres es la que podemos llamar “hedonistas
pesimistas”, como Epicuro, el cual, ante la brevedad de la vida y su falta de
sentido, encuentra consuelo en los placeres del cuerpo y alma, como la gimnasia,
la filosofía o la amistad, abierto con mesura a los placeres que les entrega y
ofrece la vida, ya que la visión de ellos mismo le atenta, tanto más que la
muerte, pues para los epicúreos la muerte carece de existencia, pues mientras
estamos vivos no hay muerte, y cuando esta viene, ya nos hemos ido y dejamos de
ser, nos sumergimos en la Nada original, en el Vacío primero y último, el sueño
de los budistas y la pesadilla de Unamuno.
Si el hombre desesperado, ante su propia desesperación, toma
conciencia de ella, este dejará de desesperar por algo terrenal (inmediatez) o
por lo terrenal (mínimo de reflexión), para sentir debilidad de sí mismo,
desesperar por su propia desesperación, es decir, no querer ser sí mismo, y a
raíz de eso, desesperar por propia condición de miseria espiritual y personal.
El hombre que sufre de esta desesperación está más cerca de
la cura que el anterior, ya que es más consciente de su enfermedad espiritual y,
por tanto, más cerca de su salvación, es decir, de la fe. Sin embargo, este hombre
no acepta su debilidad ante Dios como individuo finito por medio de la fe, sino
que se sigue hundiendo en su propia desesperación, añorando el imposible día
donde su enfermedad lo consuma del todo. Debido a su condición, este hombre
tiende a la soledad psicológica, a lo que es lo mismo, al hermetismo, pues
necesita de estar en contacto consigo mismo para ser consciente de su propia
desesperación. Por otra parte, los hombres
inmediato y reflexivo necesitan del canturreo de la sociedad y del mundo exterior
para pode dormir, comer, rezar y enamorarse entre otras cosas, pues la sola
idea de enfrentarse a su propia desesperación les aterra y empuja a entregarse
en sacrificio al mundo exterior.
A tal punto llega esto, que hoy en día en la burguesa
sociedad de Kierkegaard (y ahora también) se considera el tener espíritu como
un crimen, pues el tener necesidad de soledad es signo de que en el hombre hay
en todo momento alguna espiritualidad y, consiguientemente, esta necesitad
representará la medida de la misma naturaleza del espíritu.
El siguiente paso dialéctico en la desesperación es el querer
ser uno mismo. Este paso tiene dos variantes: En primer lugar, intenta construir
de raíz su propio yo, siendo este yo la máxima abstracción con la que el hombre
desespera por ser. Este sería por tanto un yo activo, constructor de sí mismo,
pero falto de todo apoyo, pues solo Dios puede sostenerse a sí mismo. Esta
forma de desesperar por uno mismo encuentra similitudes con el titán Prometeo,
ya que el hombre intenta robar el pensamiento a Dios, encontrando su símil con
Lucifer.
El yo no empieza por un principio, sino que este empieza en
el principio, o lo que es lo mismo, el hombre se fundamenta a sí mismo, el yo
es el fundamento del propio yo, piedra angular de la filosofía de Fichte.
Este tipo de hombre desesperado puede recordar al superhombre
de Nietzsche, pues este “nuevo hombre”, ante la muerte de Dios y de todos los
valores e ideales impuestos por el “mundo verdadero”, es decir, el mundo platónico-cristiano;
forma sus propios valores a imagen y semejanza de sí mismo, el nuevo hombre se
convierte en su propio Dios, en el Dios de la vida y la tierra (Dioniso), teniendo
como máxima hacer todo aquello que no le importe repetir eternamente, el
fundamento de la ética nietzscheana del eterno retorno. No obsta obstante,
Kierkegaard critica esta forma de desesperación por estar falta de apoyo,
sostenida en el vacío metafísico que deja la ausencia de Dios como Poder
Creador, siendo el superhombre un proyecto fallido, pues cae por su propio peso
en el nihilismo absoluto, la famosa voluntad de voluntad de Heidegger, último
estadio de la metafísica occidental y su consecutiva muerte.
Es así que Kierkegaard sigue la conclusión de su desarrollo dialéctico
con el yo pasivo, aquel que padece la desesperación en toda su carne. Este
hombre encuentra alguna dificultad insondable, una cruz que lo encadena al
dolor y al sufrimiento de su acto de rebeldía. Ante esta gran dificultad, ante
el dolor de la Cruz, este hombre no se humilla ente Dios, sino que se recrea en
su dolor y desesperación, abraza la Cruz para que su carne y su alma sigan clavándose
en ella, pues este hombre hace de su dolor su identidad, pues ve en su
desesperación como la objeción eterna contra la existencia, rebeldía eterna a
Dios, un testigo sempiterno del fallo de la obra del Poder Creador.
Esta forma máxima de desesperación se encarna en la figura
del ángel caído, Lucifer, que permanece en la oscuridad de la rebelión como
forma de identificarse y objetarse frente a Dios. A su vez, puede encontrarse un
buen símil en el personaje de Kirilov, de la novela “los demonios” de
Dostoievski, el cual, e busca de la destrucción total de Dios, declara lo
siguiente: “La libertad completa existirá cuando sea indiferente vivir o morir.
Quien quiera que desee la libertad máxima, debe de perder el miedo al suicidio.
Si Dios existe, toda voluntad es suya y yo no puedo escapar a su voluntad. Me
creo en la obligación de pegarme un tiro”.
La Desesperación es el Pecado
Para Kierkegaard el pecado es no ser un mismo desesperadamente
o querer ser uno mismo desesperadamente delante de Dios. Todo pecado es en consecuencia
contra Dios o delante de él, sea en la ignorancia, la debilidad o la
obstinación pues el pecado no es más que la consecuencia de que el yo se mida
en función a Dios, siendo este yo no un “yo humano”, sino un “yo teológico”, un
yo en relación con Dios, segmentándose esta relación con Dios en función del
grado de conciencia de esta relación con Dios.
Por otra parte, Kierkegaard niega que el contrario del pecado
sea la virtud, sino que es la fe, pues esta es que el yo, siendo sí mismo y
queriéndolo, se fundamenta lúcido en Dios, tal y como dice la carta los romanos
de Pablo (XIV,23): “Todo lo que no procede de la fe es pecado”.
El Pecado Socrático
En su exposición de la naturaleza del pecado, Kierkegaard
analiza la definición socrática de este, siendo el pecado la ignorancia de lo
justo, la falta de comprensión por parte del hombre de lo verdaderamente justo
y bueno, haciendo aquello que es injusto por pura ignorancia. Kierkegaard afirma
que esta definición de Sócrates es un puro imperativo categórico intelectual, propio
de los griegos, que, en su falta de Cristo, igualan el conocimiento con la
voluntad. Si la definición de Sócrates es correcta, el pecado no existe, pues
se basa en la ignorancia, en el “no-ser”. Si el hombre ignora el pecado, como
el salvaje o el pagano, no puede pecar, pues no tiene conocimiento ni de lo
justo no de lo injusto. En esta ética negativa, típicamente pagana, Kierkegaard
ve un eco de esta en la “filosofía moderna” en el cogito ergo sum” cartesiano,
que encuentra su máxima expresión en la filosofía hegeliana, donde el pensar y
el ser son idénticos.
Ante este intelectualismo moral, Kierkegaard antepone la
revelación divina, donde Dios muestra al hombre la verdadera naturaleza ética
del pecado, a saber, la voluntad, el acto de rebelión contra Dios en búsqueda de
la propia individualidad “la sumisión de la voluntad del cosmos a la voluntad
del propio ego”, tal y como afirma Schopenhauer en su ensayo Sobre la
voluntad en la naturaleza.
El pecado es la voluntad del hombre enfrentándose al Poder Creador
que lo fundamente tal y como lo plasma la doctrina del pecado original. Es así
que el pecado no es no comprender, sino no querer comprender. El pecado es, una
vez rebelada su naturaleza por la divinidad, es querer no ser de forma desesperada
uno mismo, o querer ser de forma desesperada uno mismo.
Es así que el pecado queda encasillado en el marco de la gran
disputa expuesta por Heidegger en su “Introducción a la Metafísica”
entre el ser y el deber ser, donde la respuesta dada por Kierkegaard coincide con
la de Schelling, a saber, el cometido del hombre es simplemente ser.
Es por ello que el Diablo es pura voluntad, pues a pesar de
ser la creación más perfecta de Dios, este se rebela contra él en la búsqueda de
la fundamentación absoluta del yo en sí mismo, pero fracasando y solo quedando
un triste Kirilov.
El Pecado como Posición
Para Kierkegaard el pecado no es una categoría negativa, tal
como la debilidad o la insatisfacción, sino que es una categoría positiva, un
posicionarse en rebelión contra Dios. Todo definición negativa del pecado cae
en el panteísmo, pues si el pecado se identifica con la debilidad o la ignorancia,
se entiende a este como parte del concepto abstracto de Dios.
La teología especulativa, es decir, la filosofía hegeliana,
intenta definir el pecado en base al arrepentimiento, como principio
inteligible del pensamiento, es decir, como objeto comprensible a la razón. Sin
embargo, el pecado es algo puramente humano, basado en la voluntad, siendo su
concepto revelado por la divinidad y solo accesible por medio de la fe, al igual
que la redención.
Debido a esta naturaleza incomprensible, el pecado solo se
manifiesta en la desesperación, siendo que la mayoría de los hombres carecen de
todo espíritu, siendo un amasijo de individuos materialistas y hedonistas de
los que o se puede decir que pecan, pues carecen de total espíritu, siendo el
pecado perteneciente a la esfera de lo espiritual.
Es así que el pecado no se da en el paganismo, pues carece de
la revelación de Dios. Solo en el judaísmo, y en el cristianismo (posiblemente
también en el islam) es donde aparece el pecado, pues este es, una vez conocido
por Dios, renegando de este.
Para Kierkegaard, el mayor peligro que sufre la cristiandad
es la crisis de la distinción cualitativa entre lo divino y lo humano, siendo
que el hombre, tal y como describe el Génesis, está tentado a superar lo
humanamente comprensible y borrar las diferencias entre hombre y Dios, sea por
medio de la filosofía, la poesía o la ciencia (tal y como describe la gaya
ciencia de Nietzsche), que eleve a la razón a los cielos de la divinidad, cosa
que le es totalmente ilícita. Ante esto, Kierkegaard defiende la fomentación de
la ignorancia socrática, a saber, de que somos ignorantes de cosas que están
más allá de nosotros, siendo que el corazón tiene razones que la razón no
entiende (Pascal).
La esencia del pecado reside en la permanencia en él, siendo
los nuevos pecados no un cómputo sumatorio, sino la tendencia del propio
pecador que permanece en el pecado. El pecado no es algo acumulativo, sino que
es una condición de la que solo se puede salir por medio de la fe.
La desesperación por los pecados propios es el deseo de pertenecer
en el propio pecado, el intentar subsanar por uno mismo, revistiéndose de soberbia
y orgullo, en vez de recurrir a Dios para ello, humillarse ante su divina
Providencia y aceptarse a sí mismo delante de Dios como sujeto. La
desesperación por el perdón de los pecados es el escándalo que produce en el
hombre el hecho de que haya un Cristo redentor, que siendo Dios hecho carne,
perdone nuestros pecados si nos humillamos delante de él y nos medimos en función
de Dios, es decir, en base a la fe.
El perdón de los pecados es una de las grandes diferencias
que hay entre el cristianismo y el paganismo y el judaísmo, pues aquí Dios
nace, se humilla, padece y muere delante de cada uno de nosotros, no como muchedumbre,
sino como individuos con un yo espiritual. Es la figura de Cristo la que, a
pesar de ser un hombre, nos muestra la frontera cualitativa infranqueable entre
el hombre y Dios, siendo esta solo cruzada por la fe, tal y como muestra
Kierkegaard en su genial ensayo Temor y Temblor.
El Pecado de rechazar al cristianismo como algo falso
Las dos formas anteriores de desesperación en función del
pecado, a saber, la desesperación por los pecados y la de desesperar por el perdón
de los pecados son formas de carácter defensivo, donde el desesperado se guarda
contra la fe, Cristo y Dio. El rechazo del cristianismo como falso es en cambio
positivo, pues es un ataque contra Cristo, negando que fuese Dios hecho carne,
el Verbo hecho Carne. Esta negación de Cristo puede tomar tres formas:
-Indiferencia: el hombre no emite ningún juicio sobre
Cristo porque no le interesa, indiferencia ante Dios, como el hedonismo
epicúreo.
-Escándalo: el hombre se queda perplejo ante la naturaleza de
Cristo, no pudiendo creer en él, pero tampoco lo niega, propio del agnosticismo
y de algunos paganos y judíos.
-Negación Positiva: las anteriores formas niegan el cristianismo
de forma negativa, mientras que en esta la acusación se hace explícita,
pudiendo ser:
·
Docetismo:
Cristo solo es hombre en apariencia (mitología, poesía, nestorianos, monofisismo).
·
Racionalismo:
Cristo solo era un hombre, no Dios (arrianismo, judaísmo, islam y ateísmo).