martes, 23 de marzo de 2021

A propósito de Leibniz

La figura de Leibniz es clave, no solo en la historia de la filosofía, sino en la historia cultural de la nación alemana. De hecho, Leibniz puede considerarse una de las figuras claves en el nacimiento y formación de la actual cultura alemana, compartiendo lugar con figuras de la talla de Lutero, Kant, Goethe, Hegel, Bismark o Hitler entre otras. Si Lutero es el padre de la lengua escrita alemana, Leibniz es el padre de la filosofía alemana (aunque escribiera mayoritariamente en francés). La obra de Leibniz, sistematizada por su discípulo Wolf, es el sedimento base del que emanan titanes intelectuales de la talla de Kant, Hegel, Marx, Cassirer o Heidegger. 

La obra de Leibniz parte del troco común del racionalismo continental que surgió con Descartes en el S.XVII. Sin embargo, Leibniz es un feroz crítico del sistema cartesiano, y sobre todo de sus incoherencias, como el deprecio a la información de los sentidos, la inconsistencia de la comunicación entre la res extensa y la res cogitan, o el papel de Dios en la filosofía en general. Leibniz, al igual que Spinoza, se separa del cartesianismo, pero sin dejar el racionalismo continental, sino asentando las bases del posterior criticismo kantiano y del idealismo alemán. Leibniz basa su filosofía en tres grandes pilares, su concepción epistemológica (precedente de la kantiana) del conocimiento, la monadología, y la armonía preestablecida, de la cual se desprenden su paralelismo psico-físico y su teodicea.  

La epistemología leibniziana parte de un reconocimiento tanto de lo empírico, como de lo racional, en su clásica división de los juicios entre las verdades de razón y las verdades de hecho. Las primeras son aquellas proposiciones que son necesariamente verdaderas por su propia naturaleza, o en lenguaje kantiano, anteriores a toda experiencia, a priori; mientras que las segundas no son necesarias, sino que son proposiciones empíricas que pueden ser en un principio de cualquier manera, pero que la experiencia confirma en una manera determinada. Las verdades de razón son de vital importancia para el autor, pues representan las grandes verdades absolutas que forman parten de la estructura intrínseca  del mundo. Entre estas verdades de razón, Leibniz destaca las proposiciones de la matemática pura, o determinados principios como el de no-contradicción (lógico) o el de razón suficiente (metafísico o trascendental). 

El principio de razón suficiente es crucial en el sistema leibniziano, pues en este se sostiene su concepción de Dios o el paralelismo psico-físico. Dicho principio afirma que todo lo que acaece es resultado de una razón suficiente subyacente, es decir, que todo aquello que existe lo hace por un motivo justificado, siendo lo contingente a su vez necesario debido a una razón determinada. Esto rompe con las verdades de hecho, las cuales son contingentes. Esto se debe a que lo que nosotros llamamos contingente, para Leibniz es necesario, solo que no conocemos la razón suficiente que lo causa, siendo Dios, desde su omnipresencia y omnipotencia, el único que puede conocer la razón suficiente de todo lo que es. 

A su vez, Leibniz entiende que dichas verdades de razón son verdades innatas, es decir, que son intrínsecas al ser humano y que no las obtiene por medio de la experiencia, tal y como expone en su voluminoso  Nuevos ensayos sobre el conocimiento humano, donde, a forma de diálogo, discute la tesis empirista defendida por Locke y Hume, la cual afirma que no existen verdades innatas y que el ser humano es una tabula rasa que es moldeada por la experiencia. Leibniz niega esto, afirmando (pareciéndose a Platón) que las verdades de razón son universales y de naturaleza distinta a la experiencia empírica, con lo cual, afirma de forma implícita la diferencia entre alma y cuerpo. 

Pero antes de pasar al paralelismo psico-físico, debemos detenernos en la monadología leibniziana, la cual puede definirse como un atomismo metafísico o idealismo objetivo. Leibniz concibe el mundo formado por átomos metafísicos llamados mónadas, las cuales son independientes, cerradas y representa en sí mismas a la totalidad del cosmos. Por tanto, Dios toma el papel de la mónada suprema, increada e incausada, causa suficiente de todo lo que existe. Estas mónadas son sustancias simples que conforman los compuestos espirituales como el alma o las percepciones, algo que se denomina pansiquismo. 

A su vez, estas mónadas, al ser simples y en sí mismas, cada una de ellas es diferente y única, no habiendo mónadas iguales entre sí. De esto se sigue que todos los cambios que sufren las mónadas son debidos a su naturaleza interna, es decir, no existe relación entre cada una de las mónadas entre sí, sino que las mónadas está cerradas en sí mismas, teniendo percepciones, y algunas apercepción, es decir, ser consciente de sí misma. Ahora bien, las mónadas no deben de considerarse como los átomos simples que componen los fenómenos de la experiencia, tal y como afirmaba Eberhard, sino que dichas mónadas son elementos simples metafísicos que están ajenos a la materia fenoménica. Es así que las mónadas son los elementos simples que componen las sustancias espirituales, mentales, o sencillamente no-sensoriales.  

Ahora bien, Leibniz, con su exótica monadología, se enfrenta al problema de la correspondencia entre espíritu y materia, pues si las mónadas no son los elementos simples constitutivos de los fenómenos materiales, cómo se explica la correspondencia aparente entre el mundo físico y el espiritual. Leibniz responde con su famosa armonía preestablecida. 

Esta tesis leibniziana afirma que la correspondencia entre el mundo físico y el espiritual no es debido a ninguna comunicación entre dichas sustancias, tal y como afirmaba Descartes, sino en que ambas están ordenadas de forma paralela, es decir, el orden de los elementos de cada una de estas sustancias está armonizada respeto a su equivalente entre sí. Es por ello que cuando un estímulo visual se asocia a un pensamiento, según Leibniz, no es que dicho estímulo visual genere aquel pensamiento, sino que ambos están sincronizados en su movimiento y aparición, pero no estando comunicados, pues ambos son sustancias diferentes. Ahora bien, dicha armonía está preestablecida por Dios, el cual ordena las mónadas de forma que estén sincronizadas con los fenómenos sensibles como la materia, el espacio o el tiempo. A esto se le suele llamar paralelismo psicofísico. 

Dicho paralelismo psico-físico reposa en la existencia de Dios, pues es Dios quien posibilita la sincronicidad paralela entre mónadas y fenómenos. Es así que la demostración de Dios es crucial para la supervivencia del sistema leibniziano. Para ello, Leibniz esgrime una serie de argumentos para demostrar su existencia de diferente índole, desde un argumento ontológico, pasado por el de las eternas verdades, hasta uno cosmológico, además de propia la armonía preestablecida. 

El argumento ontológico que da Leibniz es arto conocido y carente de originalidad. Este afirma que Dios existe porque, al ser perfecto, debe de existir, porque si no existiera, tendría una carencia y no sería perfecto, por tanto, la existencia de Dios está contenida en su propia esencia. El argumento de las eternas verdades, el cual fue formulado primeramente por Descartes, afirma que la verdades innatas no se tienen por causa a sí mismas, a la vez que no son causadas por la experiencia, sino que son efecto de Dios. Por otro lado, el principio de razón suficiente desemboca directamente en Dios, pues al tener todo una razón suficiente subyacente, la causa primera es Dios, el cual da el carácter de necesidad a toda relación causal. Todos estos argumentos no son originales de Leibniz, sino que son repeticiones de argumentos anteriores formulados por otros pensadores, siendo que el argumento cosmológico se remonta a Aristóteles. Es el argumento de la armonía preestablecida el que es original de Leibniz. 

Dicho argumento afirma que el orden sincronizado existente entre materia y espíritu, cuerpo y alma, es impuesto por Dios, siendo que este ordena de tal forma que dichas sustancias, a pesar de tener naturalezas opuestas, son armonizadas por Dios, configuradas para que haya una correspondencia entre ambas sustancias, al igual que dos líneas paralelas son semejantes entre sí y se comportan igual, pero nunca se toca. 

Ahora bien, si Dios es el que establece esta armonía preestablecida, la cual es llamada por Kant como argumento físico-teológico, tropieza con el problema de la existencia del mal, el cual es una serie de desórdenes aparentes de lo que debería de ser. Leibniz intenta subsanar este problema con sus tesis "del mejor de los mundos posibles", el cual afirma que Dios, al tener una serie determinada de mónadas y fenómenos a ordenar, este obtiene una multitud de combinaciones posibles que dan infinidad de mundos posibles con diferentes combinaciones. Siguiendo el principio de razón suficiente, el mundo real es la mejor opción de entre todas estas combinaciones que Dios observa en las infinidad de configuraciones diferentes, reduciendo el mal hasta lo mínimamente posible en función de los elementos dados. Esta artificiosa teoría es llamada como teodicea, es decir, el estudio de la posibilidad de Dios y la existencia del mal, iniciada por Agustín de Hipona. 

La interpretación kantiana de la filosofía leibniziana

Según Kant la filosofía de Leibniz ha sufrido muchísimas deformaciones debido a las interpretaciones desastrosas que realizaron sus discípulos, excepto Wolf, ya que han deformado los principios básicos de su doctrina con el afán de salvaguardar su querida metafísica dogmática. De acuerdo con Kant, la filosofía de Leibniz descansa en tres pilares fundamentales: el principio de razón suficiente, la monadología y la armonía preestablecida. 

El principio de razón suficiente, de acuerdo con Kant, le sirve a Leibniz para fundamentar todos aquellos juicios que no se basan en el principio de no-contradicción, es decir, el principio de razón suficiente es el fundamento de los juicios sintéticos, mientras que el de no-contradicción fundamenta los juicios analíticos, ya que están contenidos en sí mismos, mientras que el de razón suficiente es la base de los sintéticos, pues da conocimiento de conceptos que va más allá de sí mismos. Es Wolf quien intenta reducir este último principio al de no contradicción, y este a su vez al de identidad, siendo este el principio supremo de todo conocimiento según la metafísica dogmática. 

Desde la perspectiva kantiana, la doctrina de las mónadas no afirma que la materia y lo sensible en general esté constituido por entes simples no sensibles, lo cual pretende Eberhard, ya que lo sensible no esta constituido por mónadas, ya que entonces serían fenoménicas, lo cual entra en contradicción con la naturaleza de las mónadas, las cuales son entes intelectuales o espirituales que conforman la realidad no sensible.

Por último, Kant afirma que la armonía preestablecida es un símil de su doctrina, es decir, que la concordancia entre lo sensible y lo intelectual es que este último es la condición formal de toda sensibilidad posible. 

A causa de una gran admiración a Leibniz, Kant, más que una defensa de su sistema, hace una adaptación de las doctrinas leibnizianas y wolfianas a los esquemas de su filosofía trascendental. Aunque su interpretación de las mónadas sea correcta de acuerdo con una lectura desnuda de Leibniz, los otros dos puntos son más que cuestionables, ya que, tal y como expone Heidegger en su Introducción a Qué es metafísica, Leibniz era un auténtico metafísico revestido de ropajes lógicos y matemáticos, aspirante fallido a la contemplación de la cosa en sí o noúmeno. 

 

domingo, 7 de marzo de 2021

La Escuela Clásica de Economía

 La escuela clásica de economía surge paralelamente al auge del comercio global y a la desintegración del sistema feudal debido al descubrimiento de América, la circunnavegación de África y el auge del Estado Moderno. Estos cambios geográficos, políticos, sociales y económicos suministraron el material de la primera escuela de economía moderna, la escuela clásica, la cual establece las bases de todo el pensamiento económico. Dicha escuela se inicia con la obra de Adam Smith, en concreto su Riqueza de las Naciones

La escuela clásica de economía surge como necesidad de dar un corpus teórico al auge del comercio y la industria, que poco empieza a sustituir a la agricultura como el motor económico de las naciones, lo cual era defendido por los fisiócratas franceses, como Quesnay, el cual afirma que la agricultura es el pilar de las naciones. La escuela clásica se compone por grandes pensadores de la talla de Smith, Malthus, Ricardo, Marx o Mill. De hecho, dicha escuela es la base de otras escuelas tan dispares como la marxista (influenciada por Ricardo) o la neoclásica o neoliberal, encabezada por Friedman (influenciada por Say), e incluso el keynesianismo, el cual tiene un origen remoto en las reflexiones de Malthus. A su vez, esta escuela establece una serie de leyes económicas, las cuales encuentran sus fuentes en el liberalismo político de Locke, y en la obra de los fisiócratas franceses como Quesnay, las cuales son las siguientes: 

Ley de Petty/Engel: el progreso tecnológico reduce los costes económicos y aumenta los ingresos generales.

Teoría del valor-trabajo: el valor queda determinado por la cantidad de trabajo. 

Ley de los mercados: la riqueza depende de la producción. 

Ley de Hierro de los Salarios: el salario de los obreros debe de limitarse a su subsistencia y debe dejarse a las inclemencias de la libre competencia. 

Ley de Say: la oferta y la demanda regulan los precios del mercado. 

Adam Smith 

Smith es el precursor del llamado liberalismo económico, a la vez que padre de la economía clásica, la cual se extiende por todo el S. XVIII y el S.XIX hasta la obra de Stuart Mill, pasando por Malthus y Ricardo, como influenciando al propio Marx. La obra de Adam Smith encuentra sus fuentes en el pensamiento económico francés, los fisiócratas, y del liberalismo político de John Locke y David Hume, analizando las circunstancias sociales y económicas de la Europa del S.XVIII. Su gran obra es la genial y voluminosa La Riqueza de las Naciones, la cual es una crítica al mercantilismo propio de los Estados Modernos, los cuales aplicaban medidas proteccionistas al comercio con tal de proteger sus intereses comerciales y políticos. Smith propone una serie de medidas librecambistas que cristalizan en los siguientes principios. 

Por un lado, la naturaleza del movimiento económico no se determina por la cantidad de oro y plata, sino por la oferta y la demanda que se produce en el propio mercado libre. Para Smith, y el resto de liberales, el libre beneficio personal se traduce en el beneficio general o público, pues al buscar la riqueza personal de forma justa y razonable, las redes económicas ponen en circulación distintos capitales, siendo que las ganancias de uno dependen de las ganancias de otro, es así que el mercado libre, cuando cada una busca su propio beneficio, se traduce en prosperidad para todos debido a las interrelaciones económicas de los productores y consumidores. Este equilibrio del mercado Smith lo llama "Mano Invisible". 

Por otro lado, Smith inaugura la teoría del valor-trabajo, se basa en la cantidad de trabajo necesaria para producirlo, siendo el trabajo la medida del valor real de cambio de todos los bienes. Es así que el precio es determinado por la cantidad de trabajo y el coste para sostener el negocio, siendo que el beneficio del capitalista la diferencia entre el precio del producto y el salario de los obreros, el cual tiene derecho a reclamar debido a la posesión de los medios de producción y su propia iniciativa. Sin embargo, este es el precio real, mientras que el precio natural o nominal es resultado de la oferta y la demanda de un determinado producto adscrito al mercado. Es esto lo que explica que los precios fluctúen en el mercado, pues un determinado producto puede aumentar o disminuir de precio dependiendo de la oferta, es decir, de la cantidad de proveedores que ofrecen dicho producto en el mercado; como a su vez de la demanda, la cantidad de personas que están dispuestas a comprar dicho producto a un determinado precio. 

Otro aspecto de la doctrina de Smith es su perspectiva sobre el dinero. Para Smith, el dinero no tiene ningún valor per se más allá de la utilidad y escasez del propio metal, sino que el valor del dinero viene determinado por la capacidad de cambio que tiene este sobre el resto de los productos ofertados en el mercado, siendo el dinero no una riqueza en sí misma, sino un método de transacción económica que simplifica los intercambios comerciales. 

A su vez, Smith estudia los componentes económicos de la agricultura. Para Smith, la renta de la tierra es crucial en su obra, influenciado por los fisiócratas franceses. Este argumenta que es en la agricultura donde la naturaleza colabora con la producción humana, ya que la productividad de la tierra está relacionada con la producción humana, ya que la productividad de la tierra está relacionada con la calidad de los terrenos. 

Smith determina cuáles son las políticas económicas en materia pública para un óptimo crecimiento en oposición al mercantilismo del S.XVIII. El libre comercio debe de ser el pilar de toda nación, para fomentar la libre competencia, nacional e internacional, ya que fomenta a su internacional, ya que fomenta a su vez el trabajo especializado, mejorando la eficacia y la productividad. Es así como Smith defiende que la riqueza de una nación no se mide por la cantidad de oro o plata que tiene dicha nación, sino el conjunto de trabajo anual, el cual satisface las necesidades y comodidades de la vida. La especialización del trabajo viene determinada por el tamaño del mercado, siendo las medidas proteccionistas y monopolistas destructoras del mercado competitivo y por tanto de la eficacia y la prosperidad que proporciona la especialización del trabajo. 

El poder del Estado se limita a la defensa nacional, interna (rebeliones) o externas (guerras), la administración de la justicia y la elaboración de obras públicas que mejoran las infraestructuras económicas como carreteras o puentes, además de proveer servicios públicos como la sanidad o la educación, algo que los fanáticos liberaloides no conocen (o no quieren conocer) de la obra de su supuesto maestro. 

Jean Baptise Say 

Este economista no ha sido muy reconocido en la historia del pensamiento económico, pero ha dado dos importantes contribuciones que son dignas de mencionar. Por un lado, Say sistematizó los principios económicos descubiertos por Smith de un forma más coherente y simplificada que la del propio Smith. A su vez, Say introduce la clásica concepción de los ciclos económicos por las fluctuaciones del mercado (oferta-demanda), siendo innecesario intervenir en estos ciclos, ya que la oferta no puede superar a la demanda (superproducción) y la demanda no puede superar a la oferta (desabastecimiento), pues los precios se equilibran solos. 

De esta concepción del mercado surge en la llamada "ley de Say", la cual dice que la producción de bienes genera una demanda agregada que es capaz de comprar todos esos nuevos bienes. El precio de cada producto venido genera unos ingresos bajo la forma de beneficios, intereses, salarios o rentas de la tierra, suficientes para comprar dicho producto. Alguien percibe ese valor, y una vez lo percibe, lo desembolsa para igualar lo producido. Es posible que haya quien ahorra su dinero, pero al ahorrarlo, lo invertirá, cerrándose el círculo. Si por el contrario alguien atesora parte de su dinero, y dicho dinero no es invertido, los precios bajarán, ajustándose el mercado a un nuevo equilibrio. Esta ley triunfó hasta la Gran Depresión y la obra de Keynes el cual argumentaba que en los periodos deflacionistas puede ocurrir que haya una tendencia a retener dinero, bajando los precios más y más, hasta dejar de ser rentables, y que las empresas no vendan sus productos y cierren, cayendo aún más en la deflación. Para reajustar el mercado, según Keynes, el Estado debe gastar y endeudarse para realzar los precios y estabilizar el mercado. 

Thomas Robert Malthus  

Malthus es uno de los primeros economistas más importantes de la historia de esta disciplina, pues incorpora una dimensión multidisciplinar al análisis económico, siendo en su caso una combinación entre la economía y la sociología, en especial la demografía. Malthus da una perspectiva más sombría a la economía que la que da Smith, pues este analiza la influencia del crecimiento poblacional en relación con los ingresos salariales y la rentabilidad de la tierra. 

La tesis de Malthus más famosa es bien sencilla, mientras que el crecimiento de la población es geométrico, el de los recursos que permiten este crecimiento es aritmético, es decir, la población crece mucho más rápido en proporción a los recursos que la mantienen. Si la población crece de esta forma, debido a las mejoras en la producción, la eficacia de la tierra y los avances médicos y sociales; la distribución de los recursos alimenticios y económicos será más deficiente, pues habrá que poco que repartir ente mucho que asistir. Es así que el crecimiento desproporcionado de la población con respecto a los recursos que la mantienen producirá miseria y penurias en la población, fomentando las revueltas, epidemias y guerras que harán que aumente dicha miseria. 

Malthus describe los efectos económicos y sociales de los desequilibrios demográficos, de hecho, argumenta que estos desequilibrios demográficos pueden producir situaciones en las que la ley de Say se invalide, ya que al producirse un crecimiento demográfico superior al crecimiento de los recursos que pueden soportar a dicha población, esta recibe una alimentación y recursos económicos inferiores, generando una miseria y pobreza que destruye su riqueza y capacidad de compra y venta, es decir, la demanda se reduce debido a la incapacidad de compra de los demandantes. Ante la reducción de la demanda, Malthus afirma que se produce una superoferta, reduciéndose el precio los productos y servicios que se ofertan, debido a que o pueden ser absorbidos por la demanda. Esto produce que puede llegarse al punto crítico de que los precios de la oferta bajen, tanto que la producción de estos dejan de ser rentable, y los productores quiebran en masa, destruyéndose los tejidos económicos del mercado y aumenta aún más la miseria de la población, impidiéndose llegar a un equilibrio en mucho tiempo, algo que la ley de Say no contempla. 

Tan importante es esta última reflexión por pare de Malthus, que sirve de base al análisis posterior de los procesos deflacionarios que estudia Keynes en sus escritos, siendo que en algunos casos los desequilibrios del mercado son tan grandes que el propio mercado no puede autorregularse, y necesita de la ayuda del Estado para superar las recesiones y los periodos deflacionarios. Es así que Malthus encuentra el problema, y Keynes intenta encontrar su solución (de forma dudosa). 

David Ricardo 

La obra de Ricardo es quizás, junto con la de Smith, Marx y Keynes, de las más importantes del pensamiento económico occidental, no tanto por su contenido en sí, sino por el legado que deja a otros economistas, como Karl Marx. De hecho, algunos piensan que Marx solo lleva el pensamiento de Ricardo hasta sus últimas consecuencias. Su principal obra son sus Principios de economía política y tributación, en la cual hace un defensa de la doctrina de Smith-Say frente a la crítica de Malthus. Además, Ricardo realiza un sistema más deductivo y axiomático que tanto gusta a muchos economistas como Marx o Friedman. Su doctrina económica puede dividirse en varios puntos: 

En una primera instancia, Ricardo hace un análisis de la rentabilidad de la tierra, afirmando que la renta del terrateniente son los ingresos que recibe como proporción del producto de la tierra que este recibe por el uso de los poderes originales del suelo. Con esta proposición, Ricardo completa el análisis maltusiano de la tierra, pues la presión demográfica hace que se ocupen las tierras más pobres, con lo que la fertilidad del suelo disminuye hasta llegar a meros mínimos de subsistencia. Por tanto, en el sistema ricardiano, el aumento de la renta es el efecto de la creciente riqueza de un país y de la dificultad de proveer alimentos a la también creciente población. Este primer punto del análisis ricardiano puede parecer que el mismo Ricardo es un fisiócrata, pero este va más allá del análisis de la agricultura, pues Ricardo hace una defensa del libre comercio y de la obra Smith, aunque de una manera mucho más obscura y obtusa de entender. 

Sobre el mercado, una de sus tesis más famosas es su Ley de Hierro de los Salarios, la cual afirma que los salarios de los obreros solo debe de permitirse la subsistencia y deben de estar libres de toda intervención estatal y adjudicados a las inclemencias del libre mercado. La Ley de Hierro es el precio natural del trabajo. Ricardo desaconseja el aumento de los salarios por parte del Estado siguiendo la lógica maltusiana, pues is estos aumentan de forma artificial, el nivel de vida de los trabajadores aumenta de tal forma que su población aumenta por encima de los recursos necesarios para su subsistencia, con lo cual aumenta la miseria, ya que hay más trabajadores que alimentar con menos recursos. Por otro lado, la Ley de Hierro es la causa a su vez de la llamada equivalencia ricardiana, la cual afirma que el aumento del gasto público no afecta en el crecimiento de la economía real, pues ante un aumento de los impuestos, los ciudadanos disponen de menos riqueza para invertir a ahorrar, siendo esta equivalencia ricardiana la base de la crítica posterior a las políticas keynesianas por parte de los neoliberales, como Friedman. 

Es por esto que Ricardo deja en el mercado la regulación de los salarios, por lo que este defiende el libre mercado y la eliminación de todas las medidas proteccionistas, sugiriendo su famosa "ventaja competitiva", la cual afirma que para que una nación prospere, esta debe de especializar su producción y su comercio en aquellos productos y servicios que pueden proporcionar de forma más barata que en otras naciones. 

Sin embargo, la contribución más importante es quizás su teoría del valor-trabajo, la cual es el núcleo teórico donde descansa todo su sistema económico. Para Ricardo, el trabajo es aquello que proporciona valor a los productos, es decir, los productos adquieren su precio en función de los costes de producción de dichos productos por parte de los trabajadores. Es así que los trabajadores con su tiempo son los que producen y dan valor a los productos y mercancías. No obstante, estos trabajadores solo reciben una proporción de su trabajo en forma de salario, pues una parte del precio corresponde al capitalista o empresario, ya que este es el que posee los medios de producción utilizados por los trabajadores, además de que es él el que arriesga su propio capital. 

Dicha teoría del valor-trabajo es tan importante para la historia del pensamiento económico porque es la base en la que se asienta la obra de Karl Marx. Para este último, en contra de su maestro Ricardo, el beneficio del capitalista como un robo, pues se sustrae una cantidad del precio que tendría que recibir el trabajador por su propio trabajo. A este robo por parte del capitalista trabajador es lo que Marx llama plusvalía 

John Stuart Mill 

La escuela clásica de economía, pesar de su importancia, sufre de deficiencias teóricos y prácticas que la ponen en entredicho, siendo uno de ellos el estado de los salarios y de ellos los obreros que lo reciben, alegando que la ley de Say no puede explicar las grandes crisis económicas y periodos deflacionistas que sumergen a un más en la miseria a dc dichos trabajadores, no pudiendo regular el mercado por sí mismo, algo que ya diagnosticó Malthus. La diferencia entre capitalistas y obreros, o terratenientes y campesinos supone, desde una base ricardiana, supone el material de la crítica marxista a la explotación capitalista. Sin embargo, la propia economía clásica encuentra su defensa en la filosofía política y económica de Stuart Mill, el utilitarismo. 

El utilitarismo, desarrollo por J. Bentham y el propio Mill, descansa en el principio de que la máxima del ser humano es alcanzar la felicidad y el bienestar, traducido en el lenguaje económico, en la producción de bienes y servicios que facilite dicho bienestar. El utilitarismo entiende que el libre para alcanzar dicho bienestar de la forma que crea conveniente para sí mismo, siempre y cuando no choque con la libertad de otros. La vertiente económica de este se articula alrededor de la idea del máximo beneficio para el mayor número de personas posible. 

Puede encontrarse algunos inicios de esta idea central en la obra de Locke o Hume, incluso en la del propio Smith. Sin embargo, el utilitarismo se centra que la diminución de la intervención estatal solo a lo estrictamente necesario y útil para toda la comunidad, donde al individuo toda la libertad que no choque con la de otros para alcanzar su beneficio máximo. La economía política debe centrarse en aquellas medidas o decisiones que proporcionen el máximo beneficio al máximo número de personas posible. Es aquí donde se centra la doctrina económica de Mill. 

El pensamiento económico de Mill se basa en una crítica reformista de la economía clásica, pues veía varios desequilibrios económicos entre los trabajadores y los capitalistas. Es el principio utilitario el que restablece dicho equilibrio entre clases, pues el capitalista debe de optar por la decisión que de el máximo beneficio a todos sus trabajadores como sea posible. Esto se enmarca en lo que Mill llamó "estado estacionario", en el cual todos sobreviven con cierto bienestar y satisfacción, algo que afecta a la productividad en general. Mill, al contrario que Ricardo y siguiendo a Smith, afirma que es deseable un mínimo de intervencionismo económico por parte del Estado, como impuestos al alcohol o la construcción de obras públicas para el desarrollo económico y social de la nación. A su vez, también defiende la existencia de regulaciones legislativa que garanticen cierta seguridad y bienestar a los propios trabajadores. 

Sin embargo, en sus últimos escritos Mill adopta una postura más afín al socialismo, muy parecida a las de Proudhon, o incluso Russell, afirmando Mill que es deseable la sustitución progresiva del capitalismo por la "democracia económica", es decir, la formación de cooperativas de trabajadores que pueden competir y colaborar entre sí dependiendo de las circunstancias, diferenciándose de la economía marxista ortodoxa, pareciéndose mucho al revisionismo reformista de Eduard Bernstein. Mill se diferencia del marxismo en que este último pretende la sustitución del mercado por una planificación económica central, mientras que Mill conserva el mercado y sus mecanismos, pero sustituyendo las empresas capitalistas por cooperativas de trabajadores. 

A su vez, Mill defendía la incorporación de la mujer al mercado laboral en igual condición que el hombre, además de proveer políticas de control de la natalidad para impedir los desastres poblacionales pronosticadas por Malthus y que asolan a muchos países tercermundistas. Por último, Mill es famoso por sus Principios de economía política, el cual se convirtió en el libro de texto de economía más importante de las universidades hasta la obra de Alfred Marshall y John Maynard Keynes. 

Crítica a la economía clásica 

La teoría económica clásica supone toda una revolución en el pensamiento económico en su determinado contexto, pues proporciona todo un sistema teórico económico que explica y predice una enorme cantidad de fenómenos económicos, políticos y sociales, hasta tal punto que muchos economistas más contemporáneos, como Friedman, Becker, Fogel o North, sintetizado doctrinas de esta escuela con observaciones y métodos matemáticos más modernos, forjando lo que se conoce como economía neoliberal. 

Sin embargo, la doctrina clásica tiene notables deficiencias teóricas y metodológicas, como es la teoría del valor-trabajo, la cual comparte con la economía marxista. Dicha teoría es radicalmente incorrecta, pues el valor de un objeto o servicio no queda determinado por la cantidad de trabajo para su producción, sino que el valor es un conglomerado de factores circunstanciales y subjetivos que son imposibles cuantificar y determinar en una fórmula matemática o axioma lógico alguno. A esta última se le conoce como teoría subjetiva del valor, la cual fue formulada por la escuela austriaca de economía, teniendo a Von Mises y a F. Hayek como abanderados. 

Por otro lado, la ley de Hierro de los Salarios de Ricardo, aparte de ser moralmente cuestionable, es económicamente incorrecta, pues se ha observado desde muchos enfoques que la productividad y el rendimiento general de cualquier empresa mejora considerablemente cuando los salarios son superiores a la mera subsistencia. Esto lo expone la escuela de Estocolmo, con Gunnar Myrdal a la cabeza. Este último afirma que la elevación de los salarios y el aumento de las políticas sociales (sin romper el equilibrio presupuestario) aumenta el crecimiento económico y el bienestar social, además de no llevar a un crecimiento demográfico desproporcionado aparentemente, pues los países con mejores sueldos son aquellos donde la fertilidad por mujer cae año tras año. 

Otro punto claro donde la teoría clásica flaquea es la explicación del fenómeno de deflación, algo que desarrolla el propio Keynes. Para Keynes, los fenómenos de deflación, donde la producción baja y el desempleo aumenta, son los más peligrosos, pues una bajado en los precios hace que los productos dejen de ser rentables y las empresas se contraen. Al contraerse, estas despiden a empleados, y estos dejan de ganar dinero para poder consumir, no comprando productos, bajando aún más los precios. 

Para Keynes, en contraposición a los liberales como Hayek o Friedman, la inflación (moderada) supone cierta bonanza económica, ya que, al aumentar el precio de los productos, las empresas generan más dinero, pudiendo contratar a más empleados y expandirse. Estos empleados ganan más bienes, ganando las empresas, pudiendo generar más empleo. La cuestión económica no es el ahorro, sino el consumo, verdadero motor de la economía, especialmente en los momentos de crisis. La renta y el empleo viene determinado por la demanda (consumo) y no por la oferta (ahorro), algo que se opone en toda regla a la teoría clásica, pues el Estado, parece reactivar la economía, debe de intervenir el Mercado y endeudarse. 

Esto no quiere decir que Keynes fuese un socialista y que la propiedad de los medios y que la propiedad de los medios de producción tuviera que ser estatal, sino que defendía un intervencionismo en las actividades que el mercado no puede hacer por sí mismo. El fin último de la economía política de Keynes es moderar las fluctuaciones económicas, con el objetivo de evitar el desempleo y la recesión. A su vez, Keynes critica la base de la política monetaria de la escuela clásica, a saber, el patrón oro, la cual queda plasmada en su ensayo las consecuencias económicas de Churchill.

En dicho ensayo, Keynes argumenta que las políticas monetarias conservadoras y contractivas de Churchill, las cuales siguen los principios del patrón-oro defendido por los economistas clásicos es contraproducente. Estas tienen el objetivo de elevar el precio de cambio de la libre esterlina hasta un 10% menos del precio del oro. Con esto, Inglaterra volvería al patrón-oro, incrementando el valor de la libra esterlina, produciendo que los precios de las exportaciones inglesas aumenten y sean más caras para los comercios foráneos. Esta política monetaria contractiva provoca que las exportaciones inglesas sean menos competitivas y que los salarios aumenten. Con esto, las exportaciones deben de ser vendidas a un 10% menos de su precio, con lo cual las empresas tienen mayores pérdidas en el extranjero y deben prescindir de empleadas con altos salarios. Esta política, para Keynes, genera desempleo que merma la competitividad de las empresas y el consumo de los ciudadanos, disminuyendo la riqueza generada por el país y generando más desempleo. 

Keynes argumenta que este tipo de políticas ha provocado una deflación económica, ya que los ingresos de las exportaciones bajan, mientras que los salarios y el precio del nivel de vida se mantiene igual, generando pérdidas en las empresas exportadoras, produciendo desempleo, bajando el consumo de los ciudadanos, haciendo que más empresas tengan pérdidas y generen más paro... 

Por último, la economía clásica recibe otra crítica de la mano de aquellos economistas que se se consideran como "historicista" y en su versión más depurada "institucionalistas". Estos economistas, que son tan distintos entre sí, comparten la idea de la necesidad de incluir los procesos históricos, políticos e incluso culturales o religiosos en el análisis económico. Este es el caso de la Escuela Historicista Alemana, la cual reúne a autores tan importantes como Friedrich List, Max Weber o Joseph Schumpeter entre otros. Estos economistas argumentan que la teoría clásica no tiene en cuenta los estadios históricos en los que se encuentra las diferentes sociedades. Dicha concepción del análisis económico supondrá la base para los economistas institucionalistas, tales como Myrdal o J. Galbraith. 

Sin embargo, la crítica más feroz, aunque no por ello correcta, de la economía clásica es dada por la escuela marxista, la cual, haciendo acopio de la filosofía hegeliana, afirma que el capitalismo librecambista no es un estado final deseable, sino un mero estadio en la historia económica y social que sucumbirá ante la inexorable llegada del socialismo, y con él, el comunismo, el paraíso en la tierra, el fin de la historia. 




La escula Austria de economía y la pseudociencia de la praxología

 Una de las escuelas de pensamiento económica que se se ha puesto de moda entre muchos políticos, ideólogos y demás difamadores es la escuel...