viernes, 23 de abril de 2021

El Marxismo: La distopía revolucionaria

 Introducción 

El marxismo no es solo una teoría económica, una ideología política o un sistema filosófico, sino una cosmovisión cuasi-religiosa que sistematiza el mundo y al ser humano en un todo integrado y cohesionado (al menos aparentemente), dando un sentido al cosmos, la sociedad  y al individuo hacia un futuro nuevo y libre, el comunismo. El marxismo es muy similar al cristianismo, algo que los acólitos a esta "religión política" tienden a rechazar. Ambos son sistemas cosmológicos y morales donde el universo entero orbita alrededor de conceptos claves, sea Dios o la Revolución. Además, ambos son escatológicos (en el sentido teológico de la palabra), ya que son sistemas teleológicos que describen el transcurso del tiempo en forma lineal y finita, teniendo un apocalipsis final encarando en la parusía de Cristo, o la instauración del comunismo. Es así que el marxismo es ante todo una visión escatológica del ser humano, la cual recurre a la economía, la política y la historia para argumentar y defender como "científico y/o histórico" o al menos "verdadero" la destrucción de la dinámica burguesa y la llegada del comunismo. 

En una primera instancia, el marxismo surge de la mano de Marx y Engel, los cuales empiezan como hegelianos de izquierda, absorbiendo sus primeras bases filosóficas de la obra de Hegel y Feuerbach; y de la política romántica de los revolucionarios jacobinos. Es así que el marxismo comienza como una mezcolanza de la tradición filosófica alemana y la política revolucionaria francesa, la cual encuentra sus raíces en el cristianismo. Por tanto, la obra de los jóvenes Marx y Engels no es más que grandes manifiestos románticos propios de la época, tal y como se muestra en el libro la Sagrada Familia

Sin embargo, este primer estadio romántico es transmutado por Marx y Engels en un análisis histórico-económico del capitalismo burgués. Esto se debe a las  lecturas de los economistas liberales como Smith o Ricardo, además del historicismo de Hegel. Recapitulando, puede afirmarse que el marxismo es tridimensional, basándose en la interpretación de la economía liberal, especialmente Ricardo, la política revolucionaria francesa, y la filosofía alemana, la cual es secularizada por el análisis económico, convirtiéndose en lo que suele llamarse "materialismo histórico". 

Esclarecidas a groso modo las bases del marxismo, puede entenderse mejor el porqué de su fracaso, las causas por las que esta religión política, la cual prometía (y sigue prometiendo) el paraíso; y solo ha traído el infierno en la tierra. Para ello, primero se expondrá las bases y axiomas del marxismo, seguida de las consecuencias teóricas y prácticas, mostrando su inconsistencia e inmoralidad. 

Sección I: Fundamentos de una religión secular 

El marxismo como filosofía: el materialismo histórico y la reconversión de Hegel 

Como se ha afirmado antes, el marxismo comienza su vida en la historia de las ideas como una desviación del la dialéctica de Hegel. Este último afirmaba en que la Historia, al igual que la Naturaleza, está determinada por las leyes del Espíritu, las cuales se enmarca en la dialéctica. La Historia es el proceso continuo y revolucionario de la autoconciencia del Espíritu determinado en el desarrollo de los pueblos humanos. El Espíritu es un concepto obscuro y obtuso de difícil comprensión, pero puede resumirse en que el Espíritu es lo que perfectamente es, la Idea en su estado puro, siendo la Naturaleza, tal y como se expone en la Fenomenología del Espíritu y en las Lecciones de Filosofía de la Historia, como la negación del Espíritu, siendo a su vez la Historia la negación de la negación, es decir, la autoconciencia del Espíritu en su propia esencia Ideal, encarnada en la propia filosófica hegeliana, la cual tiene por objeto el saber absoluto, a saber, que el sujeto absoluto es objeto de sí mismo, la autoconciencia de Dios. 

La filosofía marxista no es más que la secularización de esta concepción filosófica de la realidad, sustituyendo el Espíritu por lo Material, siendo el motor de la historia no las ideas, sino las condiciones materiales de las diferentes sociedades, las cuales Marx reduce a términos económicos. Por tanto Marx afirma un devenir histórico que se propulsa por medio de la lucha de clases hacia la emancipación del ser humano de sí mismo, a saber, la abolición de la servidumbre del hombre a sí mismo, algo que Hobbes expresa con su frase "el hombre es un lobo para el hombre". 

El materialismo histórico se reduce a la interpretación dialéctica de la lucha de clases, la cual se basa en la lucha encarnizada entre los opresores y los oprimidos, siendo estos últimos aquellos que poseen el motor del cambio, la masa revolucionaria. El materialismo histórico puede esquematizarse en los siguientes tres puntos: 

-Tesis: la clase oprimida ostenta el poder económico y político, formando instituciones legales y morales que justifican dicha opresión sobre la masa oprimida, como puede ser el feudalismo, justificado por la religión católica. 

-Antítesis (o Revolución): El sistema económica-social de las clases opresoras no pueden soportar las contradicciones económicas y sociales que genera dicho sistema, con lo cual las clases oprimidas toman el poder de forma violenta por medio de la revolución armada, destruyendo todos los elementos reaccionarios, tal y como ocurrió con la Revolución Francesa.  

-Síntesis (o Restauración): la Revolución armada de las clases oprimidas da paso al establecimiento de nuevas instituciones legales y morales por parte de las clases que llegan al poder, como es el capitalismo burgués, el cual destronó al feudalismo. 

La concepción marxista de la historia entiende a esta última como un fenómeno natural medible y cuantificable, del cual puede extraerse una serie de leyes que describen el devenir histórico de forma sistemática y clara, pudiendo predecir el futuro histórico y su "inevitable final", el comunismo. Esta concepción historicista, a parte de la herencia hegeliana, está influenciada por el positivismo, la creencia de que el saber científico es el saber absoluto, y del holismo, el cual afirma que la ciencia suprema es la sociología económica, pues considera todos los fenómenos naturales y humanos como una totalidad unitaria y universal, tal y como expresaba el padre del positivismo, Augusto Comte, afirmando en su breve ensayo Discurso del espíritu positivo que la sociología es la nueva religión de la sociedad científica, algo de lo que Marx y Engel beben directamente (sobre todo de la obra de Saint-Simon).  Para la instauración del comunismo y de la sociología como religión, Marx y Engels primero analizan loa bases económicas del sistema que lo contiene en potencia, el capitalismo burgués del S.XIX. Es así que el historicismo filosófico de Marx desemboca en su análisis del capitalismo industrial de la época, especialmente Inglaterra. 

El Marxismo como teoría económica: la reconversión proletaria de David Ricardo. 

La teoría económica marxista hereda los conceptos y principios del liberalismo económico primitivo, en especial la teoría económica de David Ricardo. Esta descansa en la concepción del valor-trabajo. Dicha teoría afirma que el valor de un producto viene determinado por la cantidad de trabajo que se necesita para su manufacturación. Por tanto, el valor de un producto viene dado por los trabajadores que lo producen, siendo el proletariado (y el campesinado) quien da valor a los productos que se comercializan. Esta teoría del valor-trabajo, en el sistema ricardiano, desembocando a su vez en la Ley de Hierro de los Salarios, la cual afirma que los salarios de los obreros debe de quedar determinado a la simple subsistencia, pues si es superior a esta, aumentaría la población proletaria y provocaría los desequilibrios demográficos que analiza Malthus en sus trabajos sobre la población. 

Ricardo afirma a su vez que los salarios, de acuerdo con su Ley de Hierro, deben de estar libre de toda intervención estatal, siendo los salarios regulados por el libre mercado. Marx recoge la obra de Ricardo y la analiza desde una perspectiva diferente. Aceptando la teoría del valor-trabajo, Marx pone énfasis en que el valor de los productos viene determinado por la clase trabajadora, es decir, la remuneración del valor bruto producido por el trabajo de los proletariados corresponde íntegramente a estos mismos. 

Llegado a este punto, Marx se pregunta que de dónde proceden los beneficio del capitalista que posee los medios de producción si el valor de un producto es dado por los trabajadores. Marx contesta a esta pregunta con su famosa teoría de la plusvalía. Según Marx y Engels (y casi todos los marxistas posteriores) la plusvalía es el segmento del valor total que el capitalista sustrae de la remuneración total del trabajo del obrero, siendo este su beneficio. Por tanto, el marxismo económico afirma que el beneficio del capitalista es literalmente un robo del trabajo del proletariado. Es así que el beneficio o plusvalía es el mecanismo principal de opresión económica del proletariado por parte de la clase burguesa. Cuanto más miserable sea el salario de los obreros, más beneficio obtendrá los capitalistas, siendo la Ley de Hierro de los salarios aquella que justifica esta acción por parte de los propietarios de los medios de producción, los capitalistas burgueses. 

Debido a la lógica de la producción anárquica capitalista, Marx y Engels entienden que dicha dinámica de buscar el mayor beneficio por parte de la plusvalía, la lucha entre capitalistas por la obtención de beneficio, provoca que los pequeños capitalistas sean absorbidos por los grandes, concentrándose la industria y la economía cada vez más, lo que lleva a un empeoramiento de las condiciones materiales del proletariado y la formación de grandes conglomerados industriales llamados "trust", como expone Engels en su ensayo Del socialismo utópico al socialismo científico. 

La lucha intestina entre unos pocos grandes capitalistas y el empeoramiento de las cada vez más insostenibles condiciones de vida de la clase proletaria son las contradicciones esenciales de la producción capitalista, haciendo que la concentración de todos los medios de producción en una misma propiedad sea insostenible, provocando la adopción por parte del Estado de los medios de producción, algo que Engels llama capitalismo de Estado. Sin embargo, este capitalismo de Estado no puede superar las contradicciones económicas y sociales de la clase oprimida, lo que provoca el alzamiento de este en armas, asaltando el poder y conquistando los aparatos opresores del Estado e instaurando un gobierno revolucionario. Dicho gobierno tiene como objetivo la opresión de la clase anteriormente opresora, es decir, el de eliminar todos los elementos reaccionarios y contrarrevolucionarios. Dicho gobierno revolucionario Marx y Engels lo denominan socialismo, en el cual los medios de producción pasan de la propiedad privada a la propiedad del proletariado, encarnada en el Estado socialista. 

Una vez eliminado los elementos reaccionarios llegará el comunismo. Según Lenin el Estado es una institución de opresión de clases. Una vez que el proletariado a eliminado al resto de clases reaccionarias, el Estado dejará de tener sentido de ser, pues ya no existen clases que oprimir. Por tanto, tal y como expresa el ideólogo ruso en su libro El Estado y la Revolución, el Estado se extinguiría, dando paso al tan ansiado comunismo. Para casi todos los marxistas, estar dinámicas económicas son leyes históricas que desembocan en el final del capitalismo, la lucha de clases, y en definitiva, la Historia: el comunismo. Por tanto, la clase proletaria debe de tomar conciencia y organizarse en partidos políticos y desarrollar tácticas revolucionarios, es decir, las condiciones económicas dan paso a las tácticas políticas. 

El marxismo como política: la Revolución como paraíso ideológico 

Siguiendo la dinámica de la lucha de clases, los marxistas se centran a nivel político en la propaganda y la movilización organizada de la clase obrera para su lucha contra los movimientos políticos reaccionarios y burgueses, con el objetivo de conquistar el poder del Estado e instaurar un gobierno revolucionario socialista, el cual tiene por misión la destrucción de las clases sociales. Desde el marxismo, la toma del Estado es un elemento esencial en el plan político de todos estos movimientos socialistas. Según la teoría marxista, el Estado es el órgano administrativo-militar que forman las clases opresoras para subyugar a las clases oprimidas. 

Según esto, en la edad Antigua el Estado romano, encarnado en el compleja estructura burocrática y militar, sometía a las clases pobres y esclavas, mientras que en el feudalismo medieval los emperadores, reyes, duques y demás nobles feudales, en conjunción con la Iglesia católica, oprimían a los burgueses y siervos campesinos. Por tanto, los marxistas afirman que solo las formaciones políticas proletarias pueden colaborar con las burguesas siempre y cuando sea para luchar contra las más reaccionarias, los restos del feudalismo (y posteriormente), a las fuerzas  ultranacionalistas y fascistas. 

Una vez que la lucha de clases se equilibra en función de la dicotomía burgueses/proletarias, los marxistas se dividen en dos grupos bien diferenciados, aquellos que defienden la utilización de métodos revolucionarios violentos donde las clases proletarias y campesinas son dirigidas por una vanguardia de intelectuales revolucionarios, organizados en un partido; por otro lado están aquellos que optan por organizar formaciones políticas proletarias que luchen mano a mano con las formaciones burguesas dentro de la dinámica democrática liberal, llegando al poder por medio de la reforma y no la revolución. Los primeros tomaron el camino propio de Lenin y los bolcheviques, el de Rosa Luxemburgo y los espartaquistas alemanes y los campesinos revolucionarios de Mao. Mientras que los segundos fundaron los diversos movimientos socialdemócratas (y posteriormente) eurocomunistas.

En resumen, el marxismo supone toda una teología ideológica que expande sus tentáculos teóricos y prácticos hacia todas las ramas del saber, en especial la filosofía y las ciencias sociales. Sin embargo, por muy extensa que sea su influencia, el marxismo está muerto de raíz, estando su corazón totalmente podrido, del que solo salen frutos de muerte y miseria. 

Segunda Sección: La desmitificación del marxismo   

Introducción: la lucha antimarxista 

Sin lugar a dudas, el marxismo es uno de los movimientos ideológicos más importantes de la Historia Contemporánea, siendo uno de los ejes fundamentales del trascurso del anterior S.XX, hasta tal punto que casi la mitad de almas que habitaron el mundo de la Guerra Fría sufrieron de los delirios económicos y sociales de esta religión política. Es así que el marxismo se sustenta en una serie de principios filosóficos, económicos y políticos que dan sentido a la cosmovisión escatológica que procesa. Dichos argumentos son el resultado de un profundo análisis socio-económico de las condiciones materiales y de las "leyes de la historia".

Sin embargo, como toda ideología, los sustentos teóricos del marxismo son totalmente infundados e incoherentes, pues no descansan en ninguna observación científica de la historia y la economía, lo cual desemboca en aberrantes prácticas políticas que justifican actos deplorables como los Gulags o el famoso "Salto Adelante" de Mao. El marxismo intenta en vano formular una teoría político-moral basada en supuestas evidencias científicas de las dinámicas económicas y culturales, pero cae en el dogmatismo más fanático y vulgar ante los argumentos y hechos que lo desmienten flagrantemente, como es el caso de sus predicciones económicas e históricas, todas ellas fallidas y desmentidas por el transcurso de los acontecimientos. Sin embargo, los marxistas suelen tachar de "ciencia burguesa" o revisionista a todos estos argumentos y hechos, al igual que todas aquellas religiones que los marxistas suelen atacar. 

El materialismo histórico como idealismo sublimado

En el campo de la filosofía el marxismo suele diferenciar entre pensadores metafísicos o idealistas, como Descartes, Hume o Kant; y los pensadores materialistas, como Marx, algo que expone Engels en su breve ensayo Feuerbach y e fin de la filosofía clásica alemana. Engels afirma que esta diferencia se basa en la dicotomía entre ser y pensar, siendo los idealistas aquellos que defienden la supremacía del pensar sobre el ser, mientras que los materialistas defiende los contrario. 

Es así que los marxistas pretenden hacer pasar a sus teorías como empíricas, realistas, materialistas y científicas por basarse en análisis económicos (la mayoría errados) o en observaciones (todas ellas sesgadas) del devenir histórico. El marxismo pretende justificarse a partir de observaciones que realizan en función de sus propias concepciones teóricas. Un ejemplo de los prejuicios teóricos de los que sufre el marxismo es el esquema del movimiento dialéctico heredado de la filosofía hegeliana, aunque Althusser se empeñara en negarlo durante toda su vida con su artificiosa y ridícula división entre el "joven Marx" y el "Marx maduro". 

El esquema tesis-antítesis-síntesis, aunque puede ser útil en algunos casos, no se corresponde con la estructura de la realidad en general. Esto se debe a que, siguiendo a Wittgenstein, no podemos formular una proposición con sentido que represente una figura del mundo, ya que el mundo no es un hecho, sino que es el conjunto de los hechos. Por tanto, no puede desarrollarse ningún marco teórico que represente el mundo en su totalidad y unidad, ya que se nos es imposible dilucidar el mundo, pues no podemos percibirlo como observador exterior, sino que pertenecemos al propio mundo como un hecho más. Es así que reducir la gran variedad de hechos y transformaciones de hechos en un esquema conceptual abstracto como es la dialéctica, muestra una actitud claramente idealista, pues impone de manera forzada un esquema teórico a la realidad empírica, escogiendo aquellas observaciones que más le conviene a la teoría. 

Profundizando los prejuicios teóricos del historicismo marxista, solo hay que examinar las fuentes históricas con las que trabajaron Marx y Engels. En una primera instancia, las fuentes de la época en materia de historia antigua eran muy precarias y limitadas, pues apenas se había trabajado en la historia de las sociedades orientales y eslavas primitivas, por no decir el estudio de las sociedades tribales. 

Un error muy común que cometen los marxistas (y por no decir de los antropólogos) es el de afirmar que los estadios más primitivos de las sociedades humanas son equivalentes a las sociedades aborígenes o salvajes actuales que encontramos en el Amazonas o partes de África, siendo esta falacia naturalista la base de la archiconocida obra El origen de la familia, el Estado y la propiedad privada de Engels, por no decir casi toda la obra psico-antropológica del psicoanálisis iniciado por Freud (véase Tótem y tabú). 

El antropólogo e historiador de las religiones E.O.James explica que las sociedades tribales actuales no son un resquicio de las sociedades prehistóricas, pues las primeras han cambiado con el tiempo al igual que el resto de grupos humanos. Es así que las dinámicas sociales cambian, las condiciones geográficas y ecológicas también lo hacen, siendo que las sociedades tribales pueden ser bastante diferentes a las prehistóricas de donde probablemente vienen. Esto se debe en parte a que algo tan esencial como el clima ha cambiado considerablemente en las regiones donde viven (o vivían) este tipo de grupos humanos. Además, muchas sociedades de este tipo tienen múltiples contactos directos o indirectos con varias civilizaciones, como es el caso de muchas tribus africanas, que disponen de modernos rifles de asaltado y conocen la moneda (aunque de una forma limitada). 

Es por esto mismo que no pueden compararse estas sociedades tal y como lo hacen los marxistas (y psicoanalistas sociales), siendo que una de las partes del historicismo marxista, el estudio de las sociedades primitivas que son el inicio del devenir histórico, descansa en una errada concepción teórica de dichas sociedades que no se corresponde con la realidad antropológica, etnográfica e histórica de dichos grupos humanos. 

Por otra parte, tal y como expone el historiador inglés J.Hobsbawm en su estudio introductorio al ensayo de Marx las Formaciones Precapitalistas, tanto Marx como Engels tenían unos muy pobres conocimientos en cuanto a la estructura económica y social de las sociedades orientales como el Imperio Persa o la India. Afirmaban que en estas sociedades, en la misma línea que Hegel, se caracterizaban por ser enormes despostados militares-religiosos, pero sin estructuras parecidas al feudalismo, ni organismos burocráticos-administrativos como las del Imperio Romano. Esto es radicalmente falso, pues sociedades como Persia o la India, pero más importante el caso de China, construyeron complicadísimas estructuras burocráticas y económicas, hasta tal punto que es en la antigua China, donde se da el primer Estado totalitario, a manos de la primera dinastía, la Qui, sustentada con una ideología propia que lo justificaba, el legalismo (la cual será rescatada por el maoísmo).

A su vez, la afirmación de que el feudalismo es algo propiamente europeo es falsa hasta cierto punto, algo que no es característico de los pensadores marxistas, sino de otros tan dispares como Ortega y Gasset o Novalis. Estructuras político-sociales muy parecidas al feudalismo las podemos encontrar en el periodo de la dinastía Zhou en China o en los periodos Sengoku y Edo en el país del sol naciente, Japón, como expone el historiado nipón Mikiso Hane, el cual afirma que durante estos periodos el poder estaba muy descentralizado y fragmentado entre varios gobiernos locales de clanes guerrero-familiares, además de existir feudos gobernados por señores autónomos, los llamados daimios, siendo estos muy similares a los cientos de principados y señoríos que conformaron el  Sacro Imperio Romano Germánico. 

Existe multitud de ejemplos históricos que desmienten la teoría marxista que explica su devenir, pues esta pretende explicar todos los fenómenos históricos reduciéndolos a meras condiciones económicas incluso aquellos eventos que eran desconocidos por los fundadores del tan célebre materialismo histórico. Este error de conceptualización del devenir histórico es compartido con otros autores tan dispares con el socialismo como Ortega, Spengler o Toynbee. Este es identificado por el filósofo de la ciencia y gran adversario del historicismo Karl Popper como holismo, el cual entiende que la misión del historicismo es estructurar teóricamente la sociedad en un marco común, pudiendo desvelar las leyes del devenir histórico, a la vez que pudiendo predecir el fin de la Historia, como pretendían Marx o Hegel, o autores más contemporáneos como Fukuyama, el cual afirmaba que el triunfo del capitalismo sobre el comunismo tras la Guerra Fría suponía el Fin de la Historia, por lo menos el fin de la historia de las ideas políticas. 

El error fundamental de toda teoría historicista según la epistemología popperiana radica en que no toma en consideración los avances científicos, sobre todo los teóricos. El trascurso de la historia depende en gran medida del progreso de la ciencia. Ahora bien, la ciencia no puede predecir los descubrimientos futuros que realizará, y sobre todo, las repercusiones económicas y sociales que estos tendrán. Al no poder predecir el futuro de la ciencia, y al estar determinando el progreso científico el trascurrir de la Historia en gran medida, no puede predecirse la Historia como proceso general, pues desconocemos las variables cruciales que influyen en su desarrollo, algo que Popper desarrolla brillantemente en su pequeño ensayo La miseria del historicismo. 

En definitiva, el materialismo histórico, la doctrina filosófica en la que se basa el marxismo, no tiene nada de histórico, y menos aún de materialista, siendo una vulgar pseudociencia o psedofilosofía al mismo nivel que el psicoanálisis o la psicología de Bergson, que solo puede producir teorías estériles y dogmáticas, como es la teoría económica marxista. 

La imposibilidad del cálculo económico del valor en el socialismo 

Como se ha dicho anteriormente, la teoría económica marxista se basa en el concepto de plusvalía, que a su vez descansa en la teoría del valor-trabajo de David Ricardo. Esta afirma a groso modo que el valor de un producto reside en la cantidad de trabajo que necesita para ser producido. Marx está de acuerdo con dicha teoría, afirmando en consecuencia que el beneficio del capitalista, el plusvalor, es un robo directo a la remuneración del trabajo de los obreros proletarios, siendo este mecanismo económico el que fundamenta la opresión de la clase capitalista sobre la clase proletaria. 

La teoría del valor-trabajo, a pesar de su rotundo éxito en la historia del pensamiento económico, es esencialmente incorrecta. Esto se debe a que dicha teoría fue preconcebida por Adam Smith desde una concepción ético-religiosa y no científica, pues siguiendo la doctrina calvinista propia de la Iglesia reformada de Escocia, entendiendo que el fundamento del valor es la cantidad de trabajo honrado que se necesita, algo que el sociólogo Max Weber expone brillantemente en su libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo

El fundador de la corriente religiosa de la que viene esta teoría, Calvino, afirmaba, siguiendo los trabajos de Aranguren en el campo de la moral protestante, que la laboriosidad y el trabajo ascético son signos de la predestinación de la Divina Providencia, despreciando los placeres y gustos terrenales, algo que fue recogido por el puritanismo. Es así que el trabajo como sustento del valor económico encuentra su origen histórico en una concepción teológico-moral de la vida terrenal, pero que curiosamente no se corresponde con la vida terrenal. 

Los economistas de la Escuela Austriaca Mises y Hayek (sus planteamientos no son del todo originales, pues la consideración del valor como fenómeno subjetivo encuentra sus raíces en en la Escuela de Salamanca), afirman que el valor de los productos no viene determinado por la cantidad de trabajo, sino por factores subjetivos  y circunstanciales que hacen que un producto sea atrayente para un determinado consumidor. Esto se confirma con el hecho de que en el Mercado se ofrecen productos de lujo con altos precios, los cuales no se corresponden con los costes de su producción, algo que no predice la teoría marxista, como puede ser el autógrafo de un famoso o un cuadro de Miró, el cual carece de toda destreza artística básica, pero se vende por millones. 

No obstante, con el auge de la econometría y la planificación económica, muchos economistas marxistas como Oskar Lange o Michael Kalecki intentaron diseñar un modelo matemático que representara un sistema centralizado que sustituyera al mercado como mecanismo de distribución económica, dirigiendo tanto la oferta como la demanda de las mercancías producidas, tal y como se implementó en la URSS o en las democracias populares en la Europa del Este. 

La experiencia nos demuestra que los modelos estadísticos tienen serias limitaciones a la hora de predecir fenómenos tan complejos como los psicológicos o los sociales. Esto se debe en parte la imposibilidad de construir un modelo que tenga en cuenta todas la variables que entran en jugo a la hora de dilucidar algo tan complejo como el valor de un producto en unas condiciones tan fluctuantes. Ante la inconsistencia de la teoría valor-trabajo, la plusvalía carece de toda base firme, invalidándose el mecanismo económico que explica la lucha de clases en el capitalismo industrial. 

Por otro lado la predicción de la gradual concentración industrial como efecto de las contradicciones económicas del capitalismo y su inminente destrucción por el futuro socialismo es totalmente errónea, pues la contradicción industrial no es el único movimiento dentro de las dinámicas histórico-económicas, sino que también puede producirse procesos de fragmentación o diversificación entre otros, retrocesos industriales o expansiones aceleradas que suponen todo un salto cualitativo debido a los avances científicos y tecnológicos. 

De hecho, las predicciones económicas adscritas al marxismo han  sido totalmente refutadas por la experiencia, como muestran los numerosos planes quinquenales fallidos, los desastres producidos en el campo de la política agraria y medioambiental, por no decir las predicciones de Marx y Engels de que sería en Inglaterra donde se produciría la gran revolución socialista, debido a ser el país más altamente industrializado de la época. Un dato curioso y divertido es la fantasiosa y casi infantil predicción que realizó Trotsky. Este aseguraba que la última gran guerra capitalista no sería la Primera Guerra Mundial (algo que sostenía Lenin), sino que sería una futura guerra entre el Imperio Británico y Estados Unidos, debido a la creciente competencia económica entre ambas potencias industriales. No hace falta ser muy avispado para darse cuenta de que esto nunca ocurrió, y que el último conflicto entre estas dos potencias fue la Guerra de 1812, algo que tras suceder no acabó con el capitalismo, algo que no puede negar ni si quiera el trastornado Trotsky.

Los países que aceptaron el socialismo fueron los países semifeudales y principalmente agrarios como Rusia, China o España (durante un breve pero sangriento período que frívolamente se le llama la revolución española, entre 1936 y 1939). Mientras que en países altamente industrializados como Inglaterra o Estados Unidos a penas ha habido movimientos socialistas revolucionarios, por no decir que en los países altamente industrializados donde se instauró el socialismo fue impuesto por una potencia extrajera como la URSS, siendo el caso de la antigua Checoslovaquia o de la RDA. 

La teoría económica marxista ha sido totalmente superada, tanto por la economía abstracta o teórica como por la experiencia histórica. Es así que de este errado análisis económico se gestó las perversas políticas socialistas. 

La política socialistas: el holocausto revolucionario 

Como se ha expuesto anteriormente la teoría marxista descansa en la lucha de clases y en la movilización de la clase proletaria bajo las directrices de un partido revolucionario altamente organizado. La lucha de clases es la justificación de los actos violentos dirigidos hacia los adversarios políticos. De hecho los actos más censurables moralmente como el asesinato o el robo son justificados por el marxismo hacia la clase opresora por parte de la oprimida por el supuesto hecho de que la moral que rechaza estos actos son el producto de unos intereses económicos, siendo que los sistemas humanos como la religión o la moral son meros epifenómenos de la infraestructura económica de clases. 

Las políticas marxistas pueden dividirse en dos tipos diferenciados: aquellas que sirven para conquistar el poder, y las que sirven para mantenerlo. Las primeras pretenden conquistar el poder estatal mediante actos violentos bien organizados, a la vez que infunden en las masas obreros la doctrina del partido mediante la propaganda, uno de los grandes fetiches de los marxistas. 

Los marxistas admiten la colaboración con otras fuerzas políticas con el objetivo único de destruir a las clases más reaccionarias y avanzar en los estadios económicos y sociales superiores que permitan la preparación de las condiciones materiales para el socialismo. Esto se muestra claramente en la Revolución de Febrero de 1917 en Rusia, donde los bolcheviques colaboraron con el resto de fuerzas políticas socialistas (mencheviques, socialrevolucionarios) o burguesas (liberales) para derrocar al zarismo y sus centurias negras. Otro caso paradigmático es la colaboración entre los comunistas de Mao y los nacionalistas del Kuomintang para eliminar a los señores de la Guerra de la China posimperial, o a expulsar las fuerzas japonesas durante la segunda guerra sino-japonesa. 

Este aparente "espíritu" de colaboración no puede dar lugar a engaño, pues en la dinámica marxista, estas alianzas son meros instrumentos políticos para llegar al poder, pues una vez eliminado el enemigo común, los marxistas rompen con sus aliados, declarándoles la guerra a ultranza. De hecho, esta ruptura a veces se ha producido incluso antes de llegar a eliminar al enemigo común, como es el caso de los comunistas y anarquistas españoles, que se enfrentaron violentamente durante la Guerra Civil (1936-1939), lo cual produjo un inmenso caos que, entre otros factores, produjo el colapso del Gobierno Republicano y su posterior destrucción a manos del bando franquista. Otro ejemplo que ilustra esto último es la ruptura entre los comunistas alemanes con los socialdemócratas frente al enemigo común del nacionalsocialismo de Hitler durante los últimos coletazos de la República Weimar (1930-1933). 

Las fuerzas marxistas no siempre han pactado con otras fuerzas políticas contra un enemigo común, algo que demuestra el tristemente famoso pacto germano-soviético Ribbentrop-Molotov de 1939, en el cual, las supuestas potencias antagónicas, el Tercer Reich y la URSS de Stalin firmaron un pacto de no agresión, a la vez que se repartieron secretamente Polonia y los países bálticos, siendo que los supuestos "enemigos naturales", fascismo y comunismo, pudieron dialogar al mismo nivel, mostrando que fascismo y comunismo, como afirma Hayek en su libro Camino a la servidumbre no difieren tanto, o al menos hablan el mismo lenguaje político, el totalitarismo colectivista. 

Tal es la incoherencia estratégica de las formaciones marxistas, que entre ellas mismas se genera la discordia, hasta tal punto de enfrentarse entre ellas en vez de dirigirse al supuesto enemigo común. Este es el caso de la ruptura sino-soviético de 1956 (la cual fue precedida por la ruptura  yugoslava-soviética debido a las diferencias entre Tito y Stalin), la cual supuso la fragmentación del bloque comunista en dos subloques, la URSS y sus satélites (además de otros países como Cuba o Vietnam), y China y sus allegados (Camboya, Albania o Corea del Norte). Esta división supuso a su vez la aproximación de la China comunista a los Estados Unidos, el supuesto malvado enemigo capitalista. 

Una vez instalado en el poder, el marxismo basa sus políticas económicas y sociales en dos objetivos fundamentales: la planificación central de la economía, y la depuración ideológica y "reforma" de la sociedad. La planificación económica expuesta por el marxismo, la cual encuentra su mayor auge en las obras de Lange y Kalecki, se enfoca en la estatalización y control centralizado de los medios de producción por un organismo regulador que tiene plena potestad en la producción, la oferta y la demanda, además de los  puestos laborales y los estudios comerciales e industriales de cualquier actividad económica. 

Es cierto que el grado de centralización fue bastante diverso en los países socialistas como expone el economista Lloyd G.Reynolds en su libro Los tres mundos de la economía. Sin embargo, la centralización económica de los medios de producción y de toda actividad económica es indispensable para toda teoría marxista, la cual se justifica en que la centralización suple la irracionalidad de la producción anárquica propia de la economía capitalista-burguesa. Sin embargo, la supuesta racionalidad de esta forma de producción económica es totalmente infundada, pues se basa en la teoría del valor-trabajo. 

Mises y Hayek discutieron acaloradamente con Lange y Kalecki sobre la posibilidad del cálculo del valor en el socialismo. Los primeros afirman que para un organismo central de dirección económica, por vasto que sea, es incapaz de tener en cuenta todos los factores subjetivos y circunstanciales que determinan el valor de un producto sin coaccionar o restringir la libertad económica (y social) de los ciudadanos. 

La imposibilidad por parte de un organismo central de dirigir la producción económica puede observarse en los grandes desequilibrios entre la oferta y la demanda que se producía en la URSS, pues al estar esta enfocada en la industria pesada y militar, había notables deficiencias en cuanto a los productos domésticos. Sin embargo, donde se observa nítidamente estos problemas era en la paupérrima y pésima administración por parte del Gobierno centra en la producción agraria. 

La colectivización de la tierra y la reestructuración de la propiedad agraria provocó grandes hambrunas y éxodos masivos tanto en la URSS como en China, además de grandes desastres medioambientales, tales como la desaparición del Mar de Aral, al cual se le privó de las aguas que recibía de los ríos que desembocaban en él. Esto fue realizado por las autoridades soviéticas, con el objetivo de irrigar los campos de algodón de Uzbekistán para desarrollar su economía agraria, lo que ha producido la destrucción de todo un ecosistema, la desaparición de la pesca y de varias poblaciones que subsistían del Mar, además de atrofiar la economía uzbeka a la agricultura, impidiendo su diversificación económica. 

Por otro lado, la utilización de cultivos de forma intensiva sin tener en cuenta las características del suelo produjo desastres ecológicos que ha repercutido en la producción económica de muchas zonas. La economía agraria marxista es uno de los grandes fracasos de esta ideología, hasta tal punto que ha sido gestante de grandes genocidios en Ucrania, China, Corea o Camboya entre otras naciones. 

A su vez la lentitud y rigidez de la planificación central produjo la humillante derrota soviética en la Primera Guerra de Afganistán (1979-1989) donde las tropas soviéticas, bien equipadas, pero muy mal dirigidas, fueron derrotadas y humilladas por las guerrillas muyahidines, algo que contribuyó a su colapso final en 1991. 

La planificación central también provoca que todos los individuos sean dirigidos por el organismo central, algo que quiebra su afán por mejorar y empleabilidad, algo que perjudica en la eficacia productiva. Tal es la contradicción que existe entre la planificación económica y la condición libre del ser humano, que para la "correcta" implementación de la primera, debe de suprimirse la segunda, hasta tal punto que la premisa del historiador E.H. Carr, la cual afirma: es significativo que la nacionalización del pensamiento ha marcado por doquier pari passu con la nacionalización de la industria, se torna francamente verdadera y sombría. 

El monopolio de toda actividad económica por parte del Estado socialista supone a su vez el monopolio en el resto de actividades humanas como el arte, la filosofía, la ciencia o el ocio. 

En el campo del arte, debido a su capacidad de transmisión política, es convertido en un mero instrumento propagandístico, como se muestra en las obras del realismo socialista, en el cual abundad los murales que representan escenas idílicas de la clase obrera y militar siempre  bajo los mismo patrones, desapareciendo toda identidad del propio creador, generándose una masa homogénea muerta y colectiva que siempre debe de transmitir un mensaje político acorde a la dogmática del Partido. 

El Diccionario soviético de filosofía supone un ejemplo de falta de originalidad, despropósito y sesgo ideológico concerniente a la explicación de doctrinas filosóficas, tachando a todos las corrientes distintas del marxismo como ingenuas (Aristóteles, Diderot), idealistas (Hume, Kant), burguesas (Feuerbach, Cassirer, Hegel) o reaccionarias (Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger) entre un sin fin de calificativos ideologizados carentes de todo valor académico o humano. 

En el caso de la ciencia los soviéticos la pervirtieron hasta niveles nunca vistos, algo muy similar a lo que ocurrió en la Alemania Nazi. En el campo de la física las autoridades soviéticas rechazaron durante un tiempo, al igual que los nazis, las novedosas teorías de la relatividad y la mecánica cuántica. A diferencia de los nazis, que rechazaban estas por cuestiones raciales, los soviéticos ortodoxos las descartaban por su carácter "idealista" y reaccionario, pues contradecía el materialismo dialéctico de Marx y Lenin. Sin embargo, el mayor sin sentido cometido por estos fue en el campo de la ciencia biológica y agraria. 

Trofin Lysenko fue un agrónomo y biólogo ruso que pretendió revolucionar la agricultura soviética reformulando los proseos evolutivos y de selección de organismos vegetales mediante una nueva teoría evolutiva que desbancaba al "burgués" darwinismo. Esta resulto ser una burda copia del ya obsoleto lamarkismo. Este fraude por parte de Lysenko produjo un retraso abismal en la adopción del darwinismo en la ciencia soviética, y un fiasco en las políticas agrarias, que unidas a la colectivización, contribuyó al desastre de la agricultura comunista y a gigantescas hambrunas con millares de muertos. 

Por último, el ocio es la principal víctima de la colectivización socialista, ya que el ocio es esencialmente individualista, libre y espontáneo, algo que resulta subversivo en una sociedad rígidamente colectiva. El ocio puede definirse como aquellas actividades físicas o intelectuales que el ser humano realiza por el placer de hacerlo, sin ninguna justificación utilitaria, monetaria o moral fuera de sí misma. El ser humano practica actividades ociosas como forma de gratificarse a sí mismo o por el gusto natural por aprender, como ya conjeturó el propio Aristóteles. 

Debido a la ausencia de toda característica utilitaria, el ocio es descrito por las sociedades colectivas propias del marxismo (o el fascismo) como decadente, esencialmente burgués y opuesto a la esencia del "homo soviético", el trabajo. 

En su pequeño ensayo Elogio a la ociosidad Bertrand Russell critica la concepción del trabajo como culto metafísico-moral, característico de las sociedades modernas e industrializadas. En el marxismo, este fetiche sociológico llega hasta el extremo de que varios carteles propagandísticos soviéticos se lee la terrorífica frase el que trabaja, existe . El trabajo es considerado como el fundamento ontológico del se humano, algo que pensadores tan "ilustres" como Lukács no tienen escrúpulos en afirmar, siendo el ocio el equivalente a la nada, al no ser, en esta perversa ontología marxista. 

Los economistas y filósofos austriacos Mises y Hayek argumentan muy sensatamente que la colectivización de la economía tiene por efecto la estatalización del ocio y de toda actividad humana, desde el cine y la música, hasta la literatura y las relaciones sexuales. Para poder administrar totalmente la actividad económica, el Estado debe de imponer a la ciudadanía, la cual es convierte en esclava, qué consumir y en qué debe de ocupar su tiempo, destruyendo la iniciativa propia y la autorrealización personal, algo esencial para la felicidad humana, creando una sociedad gris y anquilosada, como los incontables bloques de pisos soviéticos que salpican la aún triste Europa del Este. 

Conclusiones: el marxismo como religión política

Con todo lo anterior, solo puede inferirse la ausencia de coherencia teórica, empírica y ética por parte del marxismo, pudiendo llegar a afirmarse que este no es más que una doctrina absolutamente dogmática equivalente a los movimientos religiosos, pero con muchos más muertos a sus espaldas. El marxismo, al carecer de todo fundamento crítico y empírico, solo puede ser descrito como una escatología religiosa, donde se sustituye la teología por la economía política, a Cristo por el Partido, y a Dios por la Revolución comunista, la cual nunca desciende de los tormentosos y sanguinolentos cielos del Socialismo.


 

martes, 6 de abril de 2021

La Miseria de la Farmacología: Crítica a la Crítica de la Psiquiatría

 1. Introducción 

El mundo posterior a la Guerra Fría, el cual empieza a gestarse en con la crisis del keynesianismo a principios de los años 70 y se constituye plenamente con la desintegración de la URSS y la bancarrota del comunismo real, ha supuesto un fuerte revés a todos las grandes discursos que articulaban nuestras vidas, como puede ser la religión, la ciencia o la política. El posmodernismo ha inundado multitud de universidades y escuelas intelectuales que, tomando como arma el deconstruccionismo de Derrida y el posmarxismo francés, han cuestionado las bases de todas la ciencias, en especial las sanitarias y sociales. 

La crisis que vive el pensamiento científico no es ajena a la Psiquiatría y a la Psicofarmacología, sino que se han cebado injustamente a costa de ellas. Durante muchos años, estas especialidades habían sido consideradas como una de las grandes promesas de la ciencia sanitaria y social, pues proporcionaba medicamentos y teorías biológicas que explicaban, con muchas limitaciones, enfermedades tales como la esquizofrenia o la depresión, las cuales solo podía ser tratadas por psicoanalistas por medio de teorías disparatadas y oscuras que no daban muchos resultados. 

La psiquiatría moderna, la cual bebe de las ciencias naturales como la biología o la química, ha supuesto toda una revolución sanitaria en el campo de las enfermedades mentales, curando a muchísimas personas, y en muchos otros casos donde la curación ha sido imposible, les ha permitido a muchos enfermos graves tener una vida más o menos funcional a pesar de los males mentales que les aquejaban. Por otro lado, las instituciones psiquiátricas, muy al contrario de lo que postulaba Foucault, han supuesto un gran alivio para muchas familias de dichos enfermos, pues la convivencia con una persona que sufre de un trastorno esquizofrénico o un bipolar tipo I no es nada fácil para estas, ya que no disponen de conocimientos y herramientas para tratar con dichas personas. A su vez, la moderna Psicofarmacología, al contrario de lo que dice algunos como Marino Pérez, ha supuesto un mejoría de las condiciones económicas de muchas personas, pues personas y familias que antes de los psicofármacos no podían realizar ninguna actividad económica que los enriqueciera debido a la incapacidad mental de alguno de sus miembros, ahora pueden ocuparse en dichas actividades, pues los psicofármacos proporcionan una estabilidad y seguridad en muchos pacientes que ahora pueden acceder al mercado laboral gracias a dicha estabilidad mental. 

La Psicofarmacología ha supuesto todo una revolución tanto terapéutica como epistemológica en las ciencias psicológicas, pues ha proporcionado una base material en la que se sustentan todos aquellos trastornos que antes solo podíamos explicar de forma fenomenológica como hacía Karl Jasper. Al saber que determinadas estructuras biológicas son las responsables de la aparición de un determinado trastorno mental, ahora podemos realizar modelos teóricos con sustento empírico que nos permiten explicar como una determinada enfermedad mental afecta a diferentes mecanismos neurofisiológicos, algo indispensable a la hora de modificar determinados neuroquímicos para provocar una mejora, no en estas estructuras cerebrales, sino en la vida de millones de personas. 

Tal es la revolución que ha supuesto la moderan psicofarmacología, que ha podido derribar antiguos grandes paradigmas psicológicos, como el psicoanálisis o el conductismo, y darle una base materialista y empírica a los trastornos que asolan a muchos individuos. No obstante, si la psiquiatría y la psicofarmacología nos han ayudado tanto en el plano psicosanitario como antaño la maquina de vapor en el industrial, ¿por qué tienen tanta mala fama a día de doy?, hasta tal punto que muchos la rechazan como un mero mecanismo de control social, como hacen Marino Pérez en su ensayo Las raíces de la psicopatología moderna  o el José Guimón en su Psiquiatras, de brujos a burócratas. Esta respuesta no es sencilla de responder, pero en este ensayo de un ensayo, quisiera hacer un esbozo de las raíces, no de la psicopatología moderna, sino de la crítica de esta. 

2. La reacción revolucionaria 

Los primeros psicofármacos tales como los antidepresivos heterocíclicos (Clormipramina) o los antipsicóticos clásicos (Haloperidol) supusieron un avance enorme respecto a las técnicas terapéuticas anteriores a estas sustancias, como son el psicoanálisis, la lobotomía o la primitiva Terapia Electroconvulsiva. Tal fue dicho impacto, que en poco tiempo se desarrollaron multitud de instituciones psiquiátricas y conglomerados farmacéuticos que pudieron extender el uso de estos medicamentos desde las clases más pudientes, hasta las masas desfavorecidas de los países desarrollados (y consecuentemente a los subdesarrollados). No obstante, esta institucionalización y distribución en masa de estos nuevos medicamentos levanto el recelo de números círculos intelectuales, en especial a los izquierdistas franceses. 

Una de las grandes críticas que recibió la moderna psiquiatría fue la que desarrolló el filósofo Michael Foucault. Este afirmaba que la psiquiatría no es más que un mecanismo estatal con el que reconvertir a aquellas personas que se salieran de la normalidad psicológica, como, homosexuales (algo que fue un gran error de esta ciencia), los depresivos o los esquizofrénicos entre otros. La psiquiatría es una ciencia que tiene el objetivo de reprimir toda disidencia psicológica, proponiendo que todas estas personas que son tachadas de enfermas no son más que formas diferentes de pensar y vivir el mundo que no encajan con los modelos preestablecidos de las estructuras de poder del Estado y del Mercado. 

A esta crítica se le une la de círculos marxistas disidentes que se mezclaron con grupos de liberación sexual y descolonización durante el Mayo del 68. Estos grupos defendían tesis muy parecidas a la de Foucault, pues afirmaban que la psiquiatría no es más que una ciencia burguesa que sirve a las fuerzas capitalistas y que pretenden homogenizar de forma totalitaria a la sociedad y privarlas de la libertad y la igualdad. 

Estas críticas son absurdas, pues tanto criticaban estos círculos de jóvenes e intelectuales de izquierda al temido imperio capitalista y la psiquiatría occidental, cuando salían con panfletos con el rostro de Mao o Guevara, los cuales, lejos de la visión idealista, infantil y romántica que tenían estos grupos, habían instaurados regímenes totalitarios donde la psiquiatría era usada, de forma más masiva y agresiva, para curar a homosexuales y a disidentes políticos. 

A parte de esta miopía política e hipocresía moral, estos intelectuales realmente no entienden lo que es un trastorno mental y el sufrimiento que genera a las personas que padecen estas enfermedades. Los trastornos son repertorios conductuales y cognitivos con un correlato neurológico con influencia del ambiente físico y social que resultan adaptativos y sufrientes para las personas que lo sufren y para sus familias. Cuando no son tratados por psicoterapia y/o fármacos, estos problemas suelen agravarse y provocan mucho más sufrimiento y problemas sociales. Es así que estas críticas caen en saco roto cuando estas proponen alternativas a la psiquiatría que son totalmente utópicas e irreales, pues muchas personas necesitan una medicación constante, como las personas con bipolaridad, esquizofrenia o algunas depresiones resistentes a la psicoterapia, y sin ellas, están totalmente desamparadas y dejadas a su suerte. Sin embargo, el mayor golpe que ha sufrido la psiquiatría es por parte de ella misma. 

3. La ortodoxia 

El economista y sociólogo sueco Gunnar Myrdal afirmó en uno se sus ensayos, Crisis y ciclos en el desarrollo de la ciencia económica (1973), que la ciencia, como toda actividad humana, sufre de las influencias sociales y políticas que se desarrollan paralelamente a ella. La psiquiatría no es una excepción a esta proposición. La psiquiatría ha sufrido de varias lacras a lo largo de su historia, como puede ser la lobotomización de mujeres insumisas o la curación de homosexuales que la han desprestigiado durante mucho tiempo, algo que en muchas ocasiones es totalmente justificado. Estas lacras pueden ser resumidas en los dos puntos siguientes: 

a) Por un lado, la psiquiatría ha sido en muchas ocasiones subordinada a los intereses de grupos políticos de todos los espectros políticos. Esto provocó que en multitud de países y regiones se deformara el conocimiento médico y psicológico para calificar a personas no heterosexuales y disidentes políticos como enfermos mentales a los que se debía recluir y tratar, cuando no había nada que curar. Esto lo vemos en las terapias de reconversión sexual que son mantenidas por grupos ultraconservadores como la Asociación Nacional para la Investigación de Terapia de la Homosexualidad (NARTH), los cuales utilizan terminología psiquiátrica desfasada y deformada para someter a personas inseguras de su sexualidad a procesos muy dolorosos y totalmente injustificados a nivel científico. 

La psiquiatría ha sido un instrumento político horroroso en algunos campos, como puede ser los campos de reeducación para homosexuales en Cuba, donde se le administraba agonistas glutaminérgicos a los presos para que tuvieran un cuadro convulsivo mientras veían imágenes de cuerpos desnudos de su mismo sexo. También hay ejemplos en Occidente, donde hasta hace relativamente poco la homosexualidad era considerada un trastorno en el DSM, manual que tanto prestigio tiene actualmente. La homosexualidad fue retirada del DSM no por exhaustivos estudios científicos, sino por una votación a mano alzada donde ganó la eliminación por un escaso margen. 

b) Por otra parte, la psiquiatría ha tenido una actitud clasista y excluyente respecto a las otras ciencias médicas, en especial con su hermana la psicoterapia. El descubrimiento de los primeros antidepresivos, antipsicóticos y ansiolíticos supuso una revolución en el plano sanitario y social, pero también supuso la sobremedicación de la población y un uso indebido e indiscriminado de estos medicamentos debido a su bajo coste y al desprestigio de la psicoterapia (a veces justificada, pues ha tenido que sufrir durante mucho tiempo lacras pseudocientíficas como el psicoanálisis o la terapia Gestalt). 

Esta sobremedicación de la población ha generado multitud de problemas de adicciones, accidentes de sobredosis o drogadicción entre otros, que podían haberse solucionado con una debida estratificación de los pacientes, siendo los menos graves y más dependientes del ambiente mejor tratados por medio de la psicoterapia y una buena educación socioemocional, mientras que los más graves y de carácter más congénito, diana de las terapias farmacológicas, auxiliadas por la psicoterapia. Esto es demostrado por muchos estudios, como el realizado por Harror, donde expone que muchos tratamientos antipsicóticos no son realmente eficaces en el tratamiento de trastornos psicóticos durante largo tiempo. Por otro lado, Ortiz Lobo (2017) realizó un artículo excepcional donde expone el uso irresponsable que se ha hecho de los antidepresivos, pues muchas personas se han vuelto dependientes a estos fármacos. Además, algunos fármacos que no se han estudiado bien sus efectos secundarios, o se sabe que son muy caros, pero poco eficaces, se comercializan con el objetivo de producir beneficios económicos a costa de la salud de muchos pacientes. 

4. Conclusiones sobre la Psicofarmacología 

Creo que la psiquiatría y la psicofarmacología han tenido una muy mala reputación durante mucho tiempo debido a que grupos políticos y sociales, debido a la mala praxis de estas disciplinas, han visto a estas disciplinas como perversas y alienantes. Es así que creo que la principal responsable de este desprestigio es la mala praxis de los psiquiatras, los cuales se han dejado embaucar por intereses políticos que han deformado las aspiraciones científicas y humanitarias de estas disciplinas. Además, los psiquiatras han sido excesivamente clasistas y han desprestigiado a otras ciencias como la psicología o la sociología, medicalizando cualquier desadaptación psicológica y social, algo que increíblemente peligroso y nocivo para la población general. 

Sin embargo, no debemos olvidar la labor de muchos profesionales, tanto terapeutas como investigadores, que han dado un impulso renovador en el campo de psicofarmacología, proporcionado nuevos modelos neurológicos que dan explicaciones plausibles a diferentes trastornos, como nuevos fármacos más selectivos y con menos efectos secundarios, además de proporcionar más información sobre los psicofármacos más clásicos. 

Los psicofármacos son como el resto de los medicamentos, son herramientas que utilizadas adecuadamente pueden facilitar la vida de muchas personas que sufren los perjuicios de los trastornos mentales. Sin embargo, el uso de una herramienta puede hacerse malicioso si se usa indiscriminadamente sin saber su naturaleza y efectos, o por utilizarlos con objetivos que están fuera de la actitud científica.

5. Bibliografía 

Álvarez, P. M. (2012). Las raíces de la psicopatología moderna (1.a ed.). Pirámide. Universitario.

Guimón, J. (1990). Psiquiatras: de brujos a burócratas (1.a ed.). Salvat Editores.

Harrow, m. (2007). Facors involed in outcome and recovery in schizophrenia patients not on antipsychotic medications, The Journal o Nervous and Mental Disease, 195, 406-412. 

Myrdal, G. (1980). Contra la corriente: ensayos críticos sobre economía (1.a ed.). Ariel.Ortiz, A., & Sobrado, A. M. (2017). 

El uso adecuado de antidepresivos. AMF, 13(1), 1-3. https://amf-semfyc.com/web/article_ver.php?id=1982

Sokal, A. (1999). Imposturas intelectuales (Tra ed.). Paidós.

Wikinski, S. (2008). Psicofármacos y teorías etiopatogénicas en Psiquiatría. Del contexto de descubrimiento al obstáculo epistemológico. Vertex, 19(1), 37-42. http://editorialpolemos.com.ar/docs/vertex/vertex80.pdf#page=37

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