viernes, 8 de enero de 2021

La nueva barbarie

 En su famoso ensayo, la rebelión de las masas, el filósofo y ensayista español Ortega y Gasset analiza un fenómeno sociológico que según él caracterizaba la época en que escribió dicho ensayo, finales de los años 20. En dicho ensayo, Ortega y Gasset analiza importantes fenómenos sociológicos como el Estado Moderno, la cultura occidental, el auge del socialismo en Rusia y del fascismo en Italia, la decadencia de las democracias liberales... Sin embargo, a todos estos fenómenos Ortega los reduce a un solo factor común, el auge del hombre-masa

Este concepto no responde a las masas de seres humanos que vemos todos los días sin más, sino que responde más bien a un espíritu o actitud vital que es característica del hombre medio, a saber, la falta de un proyecto vital y el desprecio por las instituciones y tradiciones pasadas. A grandes rasgos, el hombre-masa no es más que la actitud conformista y caprichosa del hombre medio ante la sociedad y el Estado en el que habita. Este hombre-masa es el resultado de los enormes avances científicos y técnicos que ha experimentado Occidente en los últimos años, posibilitando que las clases vulgares puedan acceder a un sin fin de comodidades y artilugios que hacen la vida mucho más fácil y confortable. El desarrollo técnico y económico ha producido una explosión demográfica en Europa (y en el Mundo entero), inundando las calles de gente, abarrotándose los espacios y mentes. 

El hombre-masa, tanto en tiempos de Ortega, como en los de ahora, dispone de la mayor cantidad de recursos y facilidades en comparación con los reyes más poderosos de épocas anteriores, siendo este el mejor de los tiempos, pues nunca ha habido mayor acceso a la salud, la riqueza y la cultura que hasta ahora. El hombre-masa, tanto el de Ortega como el actual, vive en plena abundancia y oportunidad, teniendo el horizonte al que llamamos futuro más abierto que nunca. 

Sin embargo, ya el propio Ortega, siguiendo a Nietzsche, denunció lo preocupante de esta situación, pues la mejora de las condiciones materiales y culturales del hombre-masa han hecho surgir un gran problema, pues el hombre-masa se dispone a conquistar el poder político, a saber, el Estado, de manera violenta y apasionada, tal y como reflejan el bolchevismo ruso, el fascismo italiano o el populismo posmoderno actual. Según Ortega, esta rebelión de las masas surge por la idea vacía de que el hombre vulgar tiene derecho a su propia vulgaridad, "la razón de la sinrazón". Esto podemos verlo en presidentes como los de Estados Unidos, Brasil, Venezuela o Argentina, los cuales atacan a la casta política tradicional y propone un antintelectualismo populista que defiende la toma del poder por parte del verdadero pueblo, aquel que ha estado rezagado del poder político durante mucho tiempo, hasta ahora. Este tipo de individuo, debido a su condición de masa, carece del refinamiento intelectual y científico del que precisa la técnica, idolatrando los resultados de esta última, pero sin entenderla y apreciar a la ciencia y la filosofía que subyace a ella, convirtiéndola en ideología y religión. 

En el campo de la política, ocurre algo parecido, pues las masas asaltan el poder, sea con la mano derecha o con la izquierda, pero sin entender la razón histórica que descansa detrás de toda acción política. El hombre medio actual, como si de una religión fanática se tratase, pide todos los derechos políticos sin atacar los deberes morales e históricos que les corresponden, quiere que su opinión sea escuchada, pero no quiere escuchar a nadie más. Los tiempos que corren, son los tiempos de la náusea política, donde la verdad se fabrica repitiendo mil veces mil mentiras. 

Muchos individuos cegados por su propia condición sociológica y política, desprecian las instituciones engendradas por la cultura occidental, como la democracia liberal, los derechos civiles o la ciencia moderna, llegando a rechazar dicha tradición y abogando por una revolución que genere un hombre nuevo, mirando con especial depravación y fanatismo las salvajes dictaduras orientales, como fue el caso del bolchevismo en Rusia, el cual envenenó (y sigue envenenando) las mentes de millones de individuos que abogaban (y algunos siguen abogando) por el "socialismo real", aquel que prometieron Lenin, Stalin, Mao o Pol Pot, y que solo trajo muerte y miseria. 

No obstante, muchos países, entre ellos España, prefieren apartar la mirada del neodespotismo del nuevo zarato ruso de Putin y del Imperio Chino de Xi Jinping, y mirar al otro lado del Atlántico, hacia el que antaño fue el Nuevo Mundo. Muchos sectores de la derecha, tanto europea, como española, miran con admiración infantil el autoritarismo estadounidense, del que el brasileño es alumno, el cual aboga por que su presidente baje los impuestos, trate a los criminales como animales, y en definitiva, sea un dictador complaciente y paternalista con el "pobre pueblo", azotado por la deslocalización de la economía. O por el contrario, la izquierda radical, en su declive, invoca a viejos lideres como Castro o Chávez, santurrones que sacrificaron a su pueblo querido a manos de saqueadores que ahora vacían las calles de Caracas, mientras hondean banderas y luchan por la "soberanía popular". Europa parece que duda de sí misma, y esto es muy peligroso, pues más allá de las costas lusas y de los montes Urales, solo hay barbarie. 

Por esto mismo, el socialismo marxista, el fascismo y el populismo actual que macha el espectro político son revoluciones estériles, pues carecen de un proyecto común real, ya que ambos movimientos no se nutren de las mejores ideas y de los mejores talentos intelectuales y científicos, como es el caso de la democracia liberal, sino de las pasiones irracionales del hombre vulgar. 

En los tiempos que corren, vemos el mismo fenómeno, pero de una manera mucho más sutil, pero  también más profunda. Los actuales partidos políticos, como ya comentaba Max Weber, son partidos de masas. Esto último no es necesariamente negativo, sino que proporciona a toda la ciudadanía una participación proporcional en la vida política. El problema surge cuando el hombre-masa es quien dirige los movimientos políticos, convirtiéndose los proyectos futuros que proponían los últimos a la ciudadanía, en griterío e insultos alimentados de odio y miedo, con el mero objetivo de instalarse en el poder, pero sin proyecto alguno que ofrecer a toda la nación. La presidencia de Trump, Bolsonaro, Maduro u Orbán no difiere del gobierno del caudillo de las hordas hérulas de Odoacro, que tras asaltar Roma y destruir la figura del Emperador, gobernó como vivió y murió, como un mero caudillo y saqueador sin dar nada fértil a la Historia. 

Las extremas derecha e izquierda son un mero efecto de esto último, ya que sus presuntas ideas y proyectos no se basan en una meta común que reúna en un marco general a todos los ciudadanos, sino una confrontación de una supuesta "mayoría" contra una minoría opresiva y monopolista, ya sean los globalistas o los capitalistas neoliberales. La extrema derecha recrimina a los progresistas, a los traidores de la patria y a los extranjeros la putrefacción de sus tradiciones anacrónicas como la religión o el "espíritu nacional"; mientras que la extrema izquierda lo hace a los elementos reaccionarios de la sociedad, a la propiedad privada, el dinero, la cultura y el comercio, que impide el inevitable (casi escatológico) "progreso social". Ambas comparten una profunda carencia de sentido común y una ceguera histórica. 

Siempre se ha recriminado a los políticos de elitistas, pero la política es un asunto de élites, de gente noble. Sin embargo, esto no quiere decir que el poder sea de las clases más pudientes, pues estos no son nobles en su gran mayoría, sino meros plutócratas tan vulgares como el mendigo más pobre del barrio más marginal de Madrid o Barcelona. La verdadera élite es aquella compuesta por hombres y mujeres de intelecto abierto, crítico y pragmático, algo que solo tiene unos pocos debido al esfuerzo intelectual y moral que conlleva esto, al igual que no todos tienen los maravillosos músculos de Aquiles o la hermosa voz de Pavarotti. 

Sin embargo, no debe de caerse en el mismo error que Platón, a saber, que los políticos tienen que ser los filósofos. Los políticos tienen que ser políticos, Ahora bien, estos tienen que ser capaces de escuchar a los filósofos y a los científicos, siendo críticos y pragmáticos con todas las propuestas, incluido con las suyas propias, para poder proponer proyectos de futuro para toda la nación por medio de un diálogo claro y conciliador, pues aquel que tiene convicciones inalterables, o es un niño, o un profeta, que es lo mismo que ser un dictador.  Dichos políticos deben ser lo que solemos llamar "hombres de Estado". 

En nuestro país, esta manera de hacer política está siendo asediada por aquellos políticos que están al servicio del hombre-masa. Este tipo de individuo, el cual no es más que una horda bárbara dentro de la civilización, representa el peligro que existe cuando las masas influyen en el poder político, el Estado pues su ímpetu solo consiste en la exigencia de forma violenta de derechos y más derechos, y ninguna obligación o deber, antes mediante manifestaciones o rebeliones armadas, mientras que ahora a base de gritos y golpes de teclado en las llamadas redes sociales, ese templo a la idolatría e ignorancia que flota en el ciberespacio y masturba a nuestros insatisfechos egos. 

El mayor peligro que presenta el auge del hombre-masa es su conquista del Estado, ya que, para este, con una pura mentalidad weberiana, el Estado no es más que aquel que ostenta el poder,  aquel quien a exigir todo derecho y ningún deber, estatalizando la vida pública y privada, destruyendo el rico dinamismo que caracteriza a las sociedades occidentales. Cuando el Estado inunda la vida de los individuos, los intercambios intelectuales, culturales, económicos y artísticos se hacen cada vez más rígidos, atrofiándose en un monismo social que termina por matar a los individuos mental y socialmente. Esto provoca que toda riqueza cultural y económica se asfixie bajo enormes montañas burocráticas, siendo todo más lento, tosco y pobre, tal y como ocurrió con el fascismo o el socialismo soviético, y tal y como ocurre ahora mismo con el nacionalismo nipón, el socialismo de mercado chino, el chavismo en Venezuela, el peronismo en Argentina, o la polarización política en Estado Unidos. La estatalización de la vida pública y privada viene acompañada de un curioso y terrible fenómeno sociológico que algunos llaman con el extraño oxímoron que es la industria cultural

La industria cultural es un oxímoron porque "industria" y "cultura" son términos incompatibles, pues la industria es la técnica de la "repetición en masa", mientras que la cultura es la variedad y la comunicación entre espíritus humanos abiertos y despiertos, sea la religión, la literatura, la ciencia o la filosofía de un mismo pueblo, algo que ya afirmó el propio Hegel en sus Lecciones de Filosofía de la Historia. 

Ahora bien, aunque la cultura sea el espíritu de un pueblo, esta es creada por los miembros más despiertos intelectualmente de dicho pueblo, siendo que el resto de miembros participan de esta en proporción a su elevación intelectual, siendo la religión y la lengua el estadio más bajo culturalmente y que mayor acceso tiene el hombre medio, mientras que la ciencia y la filosofía deben estar reservados a la élite intelectual, a aquellos individuos mejores dotados intelectualmente sin tener en cuenta su condición económica o social, ya que son aquellos que tienen el intelecto lo suficientemente despierto y ejercitado para tratar las sutilezas y profundidades propias de la ciencia y la filosofía. No obstante, hoy en día ocurre que el hombre-masa se ha apropiado de los avances técnicos proporcionados por la ciencia, pero sin entenderla, desprestigiándola y entregándola a pseudociencias y pseudofilosofías desprovistas de toda razón. 

En la política, ocurre lo mismo. Los nuevos partidos desconocen la propia civilización en la que se asientan, dedicándose  exclusivamente a cebar las masas con derechos vacíos, pues estos no implican ningún deber, algo que es indispensable de todo derecho civil y social. Por tanto, la política del mundo occidental corre un serio peligro, ya que esta carente de objetivos, no hay nadie que dirija ni mande en el mundo realmente, occidente va a la deriva. Ante este vacío de poder dejado por las minorías cultivadas, las cuales han sido defenestradas del poder en muchos gobiernos por parte de las masas bárbaras que antaño asolaban Roma y ahora hacen lo mismo con Washington, pero desde dentro. El hombre-masa se alza en rebelión violenta en contra de las instituciones que lo gestaron, surgiendo multitud de grupos políticos que actúan como sectas religiosas alimentadas por el odio y el desprecio a ciertas minorías, los intelectuales

Cuando las masas asaltan la cultura, la destruyen, pues esta pasa a ser consumida en masa y a capricho, sin ningún esfuerzo reflexivo, ya que ahora la ciencia, la literatura o la filosofía "deben de ser para todos", homogenizándose en un pastiche colectivo donde desaparece todo individualismo y personalidad enriquecedora. 

Vivimos los tiempos de la oclocracia digital, hordas bárbaras carcomen los pilares de Occidente, desde la derecha y la izquierda. Es así que los tiempos que corren son tiempos de crisis, de decadencia, y mucho peores que las invasiones bárbaras que asolaron Roma, pues estas venían de lejanas estepas orientales, mientras que la barbarie que roe a Occidente es algo endémico, del hombre-masa, que al igual que las terribles hordas godas del salvaje Alarico, ahora asaltan los muros del Capitolio, vestidos con pieles de bestias y hondeando banderas de sangre en el corazón mismo de Occidente. 

Europa mira con espanto al Nuevo Mundo, donde hordas blancas asaltan las instituciones que antaño sirvieron como modelo democrático para el resto de los pueblos, mientras que en el sur se alzan nuevos caudillos poseídos por el espíritu de los más antiguos. Europa mira con pesadumbre, como un soldado romano que patrulla el muro de Adriano, aquella muralla que separaba la civilización de la barbarie. Sin embargo, esta vez Europa, apostada con su quebrada lanza y su roñoso escudo, no teme por la venida de salvajes pictos, sino que esta vez los salvajes vienen de la misma Roma... 


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