martes, 23 de marzo de 2021

A propósito de Leibniz

La figura de Leibniz es clave, no solo en la historia de la filosofía, sino en la historia cultural de la nación alemana. De hecho, Leibniz puede considerarse una de las figuras claves en el nacimiento y formación de la actual cultura alemana, compartiendo lugar con figuras de la talla de Lutero, Kant, Goethe, Hegel, Bismark o Hitler entre otras. Si Lutero es el padre de la lengua escrita alemana, Leibniz es el padre de la filosofía alemana (aunque escribiera mayoritariamente en francés). La obra de Leibniz, sistematizada por su discípulo Wolf, es el sedimento base del que emanan titanes intelectuales de la talla de Kant, Hegel, Marx, Cassirer o Heidegger. 

La obra de Leibniz parte del troco común del racionalismo continental que surgió con Descartes en el S.XVII. Sin embargo, Leibniz es un feroz crítico del sistema cartesiano, y sobre todo de sus incoherencias, como el deprecio a la información de los sentidos, la inconsistencia de la comunicación entre la res extensa y la res cogitan, o el papel de Dios en la filosofía en general. Leibniz, al igual que Spinoza, se separa del cartesianismo, pero sin dejar el racionalismo continental, sino asentando las bases del posterior criticismo kantiano y del idealismo alemán. Leibniz basa su filosofía en tres grandes pilares, su concepción epistemológica (precedente de la kantiana) del conocimiento, la monadología, y la armonía preestablecida, de la cual se desprenden su paralelismo psico-físico y su teodicea.  

La epistemología leibniziana parte de un reconocimiento tanto de lo empírico, como de lo racional, en su clásica división de los juicios entre las verdades de razón y las verdades de hecho. Las primeras son aquellas proposiciones que son necesariamente verdaderas por su propia naturaleza, o en lenguaje kantiano, anteriores a toda experiencia, a priori; mientras que las segundas no son necesarias, sino que son proposiciones empíricas que pueden ser en un principio de cualquier manera, pero que la experiencia confirma en una manera determinada. Las verdades de razón son de vital importancia para el autor, pues representan las grandes verdades absolutas que forman parten de la estructura intrínseca  del mundo. Entre estas verdades de razón, Leibniz destaca las proposiciones de la matemática pura, o determinados principios como el de no-contradicción (lógico) o el de razón suficiente (metafísico o trascendental). 

El principio de razón suficiente es crucial en el sistema leibniziano, pues en este se sostiene su concepción de Dios o el paralelismo psico-físico. Dicho principio afirma que todo lo que acaece es resultado de una razón suficiente subyacente, es decir, que todo aquello que existe lo hace por un motivo justificado, siendo lo contingente a su vez necesario debido a una razón determinada. Esto rompe con las verdades de hecho, las cuales son contingentes. Esto se debe a que lo que nosotros llamamos contingente, para Leibniz es necesario, solo que no conocemos la razón suficiente que lo causa, siendo Dios, desde su omnipresencia y omnipotencia, el único que puede conocer la razón suficiente de todo lo que es. 

A su vez, Leibniz entiende que dichas verdades de razón son verdades innatas, es decir, que son intrínsecas al ser humano y que no las obtiene por medio de la experiencia, tal y como expone en su voluminoso  Nuevos ensayos sobre el conocimiento humano, donde, a forma de diálogo, discute la tesis empirista defendida por Locke y Hume, la cual afirma que no existen verdades innatas y que el ser humano es una tabula rasa que es moldeada por la experiencia. Leibniz niega esto, afirmando (pareciéndose a Platón) que las verdades de razón son universales y de naturaleza distinta a la experiencia empírica, con lo cual, afirma de forma implícita la diferencia entre alma y cuerpo. 

Pero antes de pasar al paralelismo psico-físico, debemos detenernos en la monadología leibniziana, la cual puede definirse como un atomismo metafísico o idealismo objetivo. Leibniz concibe el mundo formado por átomos metafísicos llamados mónadas, las cuales son independientes, cerradas y representa en sí mismas a la totalidad del cosmos. Por tanto, Dios toma el papel de la mónada suprema, increada e incausada, causa suficiente de todo lo que existe. Estas mónadas son sustancias simples que conforman los compuestos espirituales como el alma o las percepciones, algo que se denomina pansiquismo. 

A su vez, estas mónadas, al ser simples y en sí mismas, cada una de ellas es diferente y única, no habiendo mónadas iguales entre sí. De esto se sigue que todos los cambios que sufren las mónadas son debidos a su naturaleza interna, es decir, no existe relación entre cada una de las mónadas entre sí, sino que las mónadas está cerradas en sí mismas, teniendo percepciones, y algunas apercepción, es decir, ser consciente de sí misma. Ahora bien, las mónadas no deben de considerarse como los átomos simples que componen los fenómenos de la experiencia, tal y como afirmaba Eberhard, sino que dichas mónadas son elementos simples metafísicos que están ajenos a la materia fenoménica. Es así que las mónadas son los elementos simples que componen las sustancias espirituales, mentales, o sencillamente no-sensoriales.  

Ahora bien, Leibniz, con su exótica monadología, se enfrenta al problema de la correspondencia entre espíritu y materia, pues si las mónadas no son los elementos simples constitutivos de los fenómenos materiales, cómo se explica la correspondencia aparente entre el mundo físico y el espiritual. Leibniz responde con su famosa armonía preestablecida. 

Esta tesis leibniziana afirma que la correspondencia entre el mundo físico y el espiritual no es debido a ninguna comunicación entre dichas sustancias, tal y como afirmaba Descartes, sino en que ambas están ordenadas de forma paralela, es decir, el orden de los elementos de cada una de estas sustancias está armonizada respeto a su equivalente entre sí. Es por ello que cuando un estímulo visual se asocia a un pensamiento, según Leibniz, no es que dicho estímulo visual genere aquel pensamiento, sino que ambos están sincronizados en su movimiento y aparición, pero no estando comunicados, pues ambos son sustancias diferentes. Ahora bien, dicha armonía está preestablecida por Dios, el cual ordena las mónadas de forma que estén sincronizadas con los fenómenos sensibles como la materia, el espacio o el tiempo. A esto se le suele llamar paralelismo psicofísico. 

Dicho paralelismo psico-físico reposa en la existencia de Dios, pues es Dios quien posibilita la sincronicidad paralela entre mónadas y fenómenos. Es así que la demostración de Dios es crucial para la supervivencia del sistema leibniziano. Para ello, Leibniz esgrime una serie de argumentos para demostrar su existencia de diferente índole, desde un argumento ontológico, pasado por el de las eternas verdades, hasta uno cosmológico, además de propia la armonía preestablecida. 

El argumento ontológico que da Leibniz es arto conocido y carente de originalidad. Este afirma que Dios existe porque, al ser perfecto, debe de existir, porque si no existiera, tendría una carencia y no sería perfecto, por tanto, la existencia de Dios está contenida en su propia esencia. El argumento de las eternas verdades, el cual fue formulado primeramente por Descartes, afirma que la verdades innatas no se tienen por causa a sí mismas, a la vez que no son causadas por la experiencia, sino que son efecto de Dios. Por otro lado, el principio de razón suficiente desemboca directamente en Dios, pues al tener todo una razón suficiente subyacente, la causa primera es Dios, el cual da el carácter de necesidad a toda relación causal. Todos estos argumentos no son originales de Leibniz, sino que son repeticiones de argumentos anteriores formulados por otros pensadores, siendo que el argumento cosmológico se remonta a Aristóteles. Es el argumento de la armonía preestablecida el que es original de Leibniz. 

Dicho argumento afirma que el orden sincronizado existente entre materia y espíritu, cuerpo y alma, es impuesto por Dios, siendo que este ordena de tal forma que dichas sustancias, a pesar de tener naturalezas opuestas, son armonizadas por Dios, configuradas para que haya una correspondencia entre ambas sustancias, al igual que dos líneas paralelas son semejantes entre sí y se comportan igual, pero nunca se toca. 

Ahora bien, si Dios es el que establece esta armonía preestablecida, la cual es llamada por Kant como argumento físico-teológico, tropieza con el problema de la existencia del mal, el cual es una serie de desórdenes aparentes de lo que debería de ser. Leibniz intenta subsanar este problema con sus tesis "del mejor de los mundos posibles", el cual afirma que Dios, al tener una serie determinada de mónadas y fenómenos a ordenar, este obtiene una multitud de combinaciones posibles que dan infinidad de mundos posibles con diferentes combinaciones. Siguiendo el principio de razón suficiente, el mundo real es la mejor opción de entre todas estas combinaciones que Dios observa en las infinidad de configuraciones diferentes, reduciendo el mal hasta lo mínimamente posible en función de los elementos dados. Esta artificiosa teoría es llamada como teodicea, es decir, el estudio de la posibilidad de Dios y la existencia del mal, iniciada por Agustín de Hipona. 

La interpretación kantiana de la filosofía leibniziana

Según Kant la filosofía de Leibniz ha sufrido muchísimas deformaciones debido a las interpretaciones desastrosas que realizaron sus discípulos, excepto Wolf, ya que han deformado los principios básicos de su doctrina con el afán de salvaguardar su querida metafísica dogmática. De acuerdo con Kant, la filosofía de Leibniz descansa en tres pilares fundamentales: el principio de razón suficiente, la monadología y la armonía preestablecida. 

El principio de razón suficiente, de acuerdo con Kant, le sirve a Leibniz para fundamentar todos aquellos juicios que no se basan en el principio de no-contradicción, es decir, el principio de razón suficiente es el fundamento de los juicios sintéticos, mientras que el de no-contradicción fundamenta los juicios analíticos, ya que están contenidos en sí mismos, mientras que el de razón suficiente es la base de los sintéticos, pues da conocimiento de conceptos que va más allá de sí mismos. Es Wolf quien intenta reducir este último principio al de no contradicción, y este a su vez al de identidad, siendo este el principio supremo de todo conocimiento según la metafísica dogmática. 

Desde la perspectiva kantiana, la doctrina de las mónadas no afirma que la materia y lo sensible en general esté constituido por entes simples no sensibles, lo cual pretende Eberhard, ya que lo sensible no esta constituido por mónadas, ya que entonces serían fenoménicas, lo cual entra en contradicción con la naturaleza de las mónadas, las cuales son entes intelectuales o espirituales que conforman la realidad no sensible.

Por último, Kant afirma que la armonía preestablecida es un símil de su doctrina, es decir, que la concordancia entre lo sensible y lo intelectual es que este último es la condición formal de toda sensibilidad posible. 

A causa de una gran admiración a Leibniz, Kant, más que una defensa de su sistema, hace una adaptación de las doctrinas leibnizianas y wolfianas a los esquemas de su filosofía trascendental. Aunque su interpretación de las mónadas sea correcta de acuerdo con una lectura desnuda de Leibniz, los otros dos puntos son más que cuestionables, ya que, tal y como expone Heidegger en su Introducción a Qué es metafísica, Leibniz era un auténtico metafísico revestido de ropajes lógicos y matemáticos, aspirante fallido a la contemplación de la cosa en sí o noúmeno. 

 

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