viernes, 18 de junio de 2021

Luces y cenizas: Ernst Cassirer y el fin de la ilustración alemana

En su libro Tiempo de Magos el filósofo Wolfram Eilenberger analiza y comenta las vidas obras de los grandes pensadores alemanes de los años de entreguerras, a saber, la hermenéutica marxista de Walter Benjamín, la ontología fundamental de Martin Heidegger, el logicismo místico de Ludwig Wittgenstein y el idealismo neokantiano de Ernst Cassirer. De entre todos estos, Cassirer es quizás el menos popular dentro de la historia del pensamiento contemporáneo, no pudiendo competir con la colosal influencia de Heidegger o Wittgenstein. A pesar de la gran cantidad de ensayos y libros que produjo durante su vida de todo tipo de temas, desde la epistemología y la psicología, pasando por la historia y la antropología cultural, hasta la filosofía de la religión y el estudio de la mitología. 

Cassirer es el último representante del idealismo alemán, del espíritu ilustrado y de la defensa de los valores occidentales, los cuales fueron destruidos por las calamidades del fascismo y el comunismo, desgracias históricas que se cosecharon millones de vidas, entregando a las sociedades posteriores a una espiral de vacío posmoderno que carcomen la integridad del individuo y la sociedad en general. Ante todo Cassirer es heredero de la tradición neokantiana que inunda la filosofía académica en Alemania a finales del S. XIX. Esta corriente de pensamiento surge ante el auge de las ciencias naturales y sociales que se da en esta época y por la bancarrota teórica a la que llega el idealismo alemán tras la muerte de Hegel. Los neokantianos entendían que la filosofía alemana posterior a Kant, a saber, Fichte, Schelling y Hegel entre otros, había desembocado en un conjunto de disparates especulativos carentes del rigor y moderación que estipulan las tesis Kant respecto a toda metafísica. Es por ello que autores de la talla de Fechner, Natorp, Hartmann y por supuesto Herman Cohen decidieron volver al espíritu rigurosos de Kant. 

 El neokantianismo fue definido por Ortega y Gasset y Heidegger como una mera "filosofía de frontera", una disciplina apagada y sin autonomía propia, que tiene por única misión velar por el carácter científico de las tesis de nuestro conocimiento, desechando toda metafísica y ética como meras especulaciones sin fundamento empírico, algo que recuerda al positivismo. De hecho, algunos importantes científicos expertos en el campo de la psicología o la fisiología adoptaron el neokantianismo como marco epistemológico de trabajo, como fue el propio Fechner. Sin embargo, esta consideración no hace justicia al neokantianismo, pues este no se limita a volver a Kant, sino a usar la obra de este como banco de trabajo, a la vez que expandir la obra de este último a multitud de campos, desde la psicología, pasando por la historia, hasta la metafísica y la epistemología. Más que resucitar las teorías de Kant, los neokantianos como Cassirer pretenden resucitar su actitud universalista e ilustrada, algo que no pudo conseguir en Alemania ante la irrupción del nazismo y de los delirios ontológicos de Heidegger, el cual pervirtió la filosofía alemana con su nacionalsocialismo metafísico. 

La obra de Cassirer es una reconsideración de los principios kantianos. Si Kant redujo la metafísica a epistemología, Cassirer redujo esta última a la antropología, entendiendo que los fenómenos que percibimos no son cosas en sí, sino construcciones realizadas por nuestro raciocinio en basa a un material sensible y unos conceptos intrínsecos a nosotros mismos. Lo novedoso que introduce Cassirer respecto a Kant es que este último entiende que estos conceptos no son categorías puras del entendimiento, sino símbolos culturales que estructuran nuestra mente en función de los contextos sociales en los que vive el sujeto. 

Los símbolos son los átomos de los fenómenos culturales que estructuran nuestro conocimiento, pues en todo juicio que hagamos, por muy empírico y simple que sea, intervienen procesos cognitivos y sociales como el lenguaje, la religión o los valores morales que determinan todo nuestro conocimiento acerca de los fenómenos. Para Cassirer (y para la actual psicología social) toda nuestra experiencia queda estructurada por los símbolos culturales que el sujeto adopta de la sociedad. El lenguaje es una de estas condiciones culturales, pues con su aparición, se da un salto cualitativo inmenso entre el animal y el hombre, pues este último tiene la capacidad de pensar en algo mucho más rico y potente que simples estímulos, el concepto. 

El concepto permite al hombre hacer generalidades y abstracciones que le permite tener conocimientos más precisos y complejo sobre el mundo y sobre sí mismo, siendo esto último lo más importante para Cassirer, es decir, el objetivo de la filosofía es la reflexión de la naturaleza del hombre como ser cultural, estableciendo a la antropología filosófica como la cumbre de la razón humana, algo similar al impulso que da Kant a la ética sobre la propia metafísica, afirmando ambos que el hombre no es un medio, sino un fin en sí mismo, una declaración de humanismo sin precedentes en la historia de la filosofía alemana. 

La cuestión de la esencia de la condición humana fue lo que enfrentó a Cassirer con las tesis archialemanas de Heidegger, hasta tal punto que ambos pensadores se enfrentaron públicamente durante la Conferencia de Davos en 1929, evento cumbre de la filosofía alemana de principios del S.XX. En este encuentro, ambos eruditos discutieron públicamente sobre la obra de Kant. Heidegger consideraba que este último pretendía dar una interpretación metafísica del hombre, lo cual haría que la obra de Kant fuese la instauración de una metafísica puramente alemana. 

Cassirer rechazaba tajantemente esto, pues entiende que la obra de Kant no es metafísica, sino antropológica, centrada en la de dilucidar y limitar la condición del ser humano. Según Cassirer, y en contra de Heidegger, el legado de Kant no es la de instaurar una metafísica alemana que superara a la griega, sino la de pensar al hombre a través de la razón, y fundamentar una ética humanista y universalista ajena a toda consideración nacionalista en contra posición a Fichte, Hegel y Heidegger. Cassirer defiende, sin mucho éxito, el iluminismo kantiano frente a las deformaciones metafísicas y nacionalistas de Heidegger, llegando al punto de ser ridiculizado por Enmanuel Levinas, el cual se disfrazó de Cassirer tiñendo su pelo de ceniza, a la vez que llenaba sus bolsillos con ceniza, representando el legado del idealismo alemán, del cual Cassirer fue su último campeón, quedando de su espíritu puramente kantiano meras sombras y cenizas. 

  

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