domingo, 26 de septiembre de 2021

Separatismo y nacionalismo español

 La constitución de España como un Estado-nación ha sido un proceso histórico-social realmente traumático y convulso que ha generado una serie de tensiones internas y externas que no solo se limitan a nuestro pasado inmediato, sino que tiene repercusiones muy serias en nuestro presente político y social, encarnados en la lucha separatista catalana (y en menor medida vasca y gallega) y la violación de nuestra soberanía por parte de Marruecos y otras potencias extranjeras como Rusia o China. Actualmente nuestro país sufre una crisis de identidad nacional e histórica que pone en tensión fuerzas políticas que carcomen el consenso social y pone en pie de guerra a la comunidad española en disputas que solo fomentan aún más la crispación política, dando una inestabilidad propicia para los movimientos secesionistas y las injerencias extrajeras. La identidad nacional española, tras el naufragio del Imperio Español, ha sido objeto de tremendas disputas, llegando en varias ocasiones a conflictos y guerras civiles, siendo la Guerra Civil de 1936 el episodio más trágico de nuestra historia contemporánea. Esta disputa por el "ser de España" ha movilizado a la izquierda y la derecha política en una intensa confrontación, provocando que muchos españoles no se identifiquen como españoles, mientras que otros se adjudican la esencia española por medio de arquetipos y dogmas socio-religiosos tan aberrantes que recuerdan a las pinturas negras de Goya. 

La izquierda política, abogando por el federalismo, la autodeterminación de los pueblos, la diversidad cultural y el internacionalismo, ha descuidado seriamente a España como proyecto nacional diferenciado (no por ello excluyente) de las demás nacionalidades europeas, algo que tiene como efecto retroactivo que la derecha se movilice como defensora de la identidad nacional, la cual reducen a la adopción dogmática de los supuestos valores tradicionales, como el catolicismo o el folclore, algo que impulsan mediante el centralismo y el unitarismo, algo que no tiene en consideración la diversidad cultural y lingüística de nuestro país, justificando la defensa de dichas identidades regionales, degenerando en su extremo más aberrante en el separatismo catalanista y vasco. Para comprender el problema separatista y el "ser de España" debemos de entender primero el concepto de nación y su relación con el Estado y la sociedad. 

El filósofo e historiador José Álvarez Junco realiza un excepcional trabajo de investigación en su libro Dioses útiles, naciones y nacionalismos, a cerca del concepto de nación y como se ha ido articulando a lo largo de la Historia en diferentes territorios, dedicándole especial atención al caso español. Dicho autor afirma que el concepto de nación está compuesto por una serie de características y factores cambiantes y difusos de difícil dilucidación. Sin embargo, puede extraerse la idea general y simplificada de que una nación es una colectividad humana diferenciada por una serie de factores geográficos, culturales e históricos, la cual tiene como objetivo la de conformarse como una entidad política independiente que se gobierne a sí misma y al territorio con el que se identifica. Dicha meta solo puede lograrse por la construcción de un Estado-nacional. 

El concepto de Estado guarda una profunda relación con el de nación, pero sin llegar a identificarse, como pretenden los nacionalistas de toda índole. El Estado ha sido definido a lo largo de la historia por multitud de filósofos, científicos e ideólogos de todo tipo, desde Platón y Aristóteles, pasado por Hobbes, Locke, Kant o Hegel, hasta definiciones más actuales como las de Marx, Lenin, Strauss o Fukuyama entre otros muchos. Sin embargo, creo que la definición más pragmática es la dada por el sociólogo y economista alemán Max Weber. Este autor define el Estado en su ya clásico ensayo El político como vocación, como el órgano político-administrativo que posee el monopolio de la violencia en un territorio determinado. Dicha violencia es legitimada por un conjunto de tradiciones comunes a dicha colectividad, y por la construcción de un sistema jurídico-racional común a todo el territorio. 

El Estado, desde una perspectiva materialista, es el elemento que da realidad soberana a una determinada colectividad política, pudiendo diferenciarse de los demás Estados y corpúsculos políticos, siendo la colectividad que alcanza la construcción de un Estado capaz de ordenarse a sí misma sin depender de otro (hasta cierto punto). Sin embargo, la forma que ha ido adoptado el Estado a lo largo de la historia ha marcado cada una de las épocas históricas, en especial en Europa. Desde las polis griegas, pasando por la República y el Imperio Romano, las monarquías feudales y repúblicas italianas, hasta el concepto de Estado que ha perdurado hasta nuestros días, el Estado-nación. 

Los orígenes del Estado-nación suele atribuirse a la Revolución Francesa que, tras el desplome del monarquismo absolutista borbónico, la colectividad francesa se define a sí misma por medio de la construcción de un Estado que se identifica con una identidad nacional, Francia, primero como monarquía constitucional, y después como república nacional contrapuesta a las monarquías tradicionalistas de la vieja Europa. Sin embargo, debe de aclararse los conceptos utilizados a la hora de discernir la relación existente entre Nación y Estado. 

 Uno de los fundadores del concepto de nación en términos culturales fue el filósofo alemán Fichte, el cual aplica su doctrina idealista del "Yo absoluto" a las colectividades humanas. Para este pensador, la nación es aquella colectividad de personas que se identifican en una sola entidad, la nación, siendo la sustancia unificadora la cultura. Esta última, al margen de las parafernalias metafísicas de Fichte y sus seguidores, no es más que las costumbres, el terreno y la lengua entre otras, que comparten una comunidad de seres humanos. Esta es la doctrina que ha perdurado durante todo el S.XIX y el XX, desde los nacionalismos románticos europeos e iberoamericanos, pasando por el fascismo y el comunismo, hasta la descolonización y el fin del Guerra Fría. 

Tal doctrina ha sido la base de delirantes teorías y prácticas políticas que han supuesto nefastos conflictos civiles e internacionales mucho peores que los religiosos. Esto se debe a que la principal repercusión que tiene esta doctrina es que donde haya un grupo de seres humanos que hablen una lengua y tengan ciertas costumbres que las diferencien las demás, dicha comunidad es una nación, y como tal, debe de poseer su propio Estado, o incorporarse al Estado-nación madre. Este es el caso del nazismo alemán, el cual afirmaba que donde hubiera alemanes en Europa Oriental, era por derecho histórico y cultural parte del nuevo Reich Alemán. También es el caso de las fatales guerras balcánicas, pues tanto los serbios como los croatas nacionalistas afirman que los territorios donde hay croatas (o serbios) es parte de la Nación Madre. 

 En el caso de España, esta idea fichteana de nación se muestra claramente en el nacionalismo español, como en los separatismos regionalistas, en especial en Cataluña y el País Vasco. Como buenos seguidores de Fichte, los separatistas catalanistas entienden que en aquel territorio donde se hable catalán y se sigan las costumbres catalanas, existe una nación catalana, que, como tal, debe de tener su Estado propio totalmente diferenciado del Estado español. Es por ello por lo que muchos separatistas catalanes afirman la existencia del difuso concepto de "Países Catalanes", como Juan Fuster. Estos serían la construcción de un Estado catalán que englobe a todos las regiones catalanohablantes, añadiéndose a Cataluña regiones como Valencia, las islas Baleares, algunas regiones del sur de Francia, Andorra, e incluso algunos enclaves de Cerdeña. Es el mismo caso que el separatismo vasco, el cual a propiciado la existencia de un fenómeno tan terrible como es el terrorismo a manos de ETA. Sin embargo, este nacionalismo regionalista no solo se muestra en estas dos regiones de España, sino en otras como Galicia, Andalucía, Madrid o incluso las Islas Canarias. Este absurdo regionalismo surge del pensamiento de "casillero" que ya examinaba Ortega y Gasset en su España Invertebrada. Este trata de identificarse con una entidad cultural que es superior a los demás, tanto que merece un Estado propio por encima de las circunstancias materiales.  

Pero si la doctrina de la nación cultural de Fichte, al confundir los conceptos de Estado, nación y cultura, produce casos tan delirantes como que regiones de entidades estatales quieran separarse por el mero hecho de tener algunas características diferentes, o la de incorporar regiones de forma agresiva, debe de examinarse al margen de esta doctrina las relaciones objetivas entre el Estado, la nación y la cultura, algo que una perspectiva materialista permite discernir mejor. 

En primer lugar, no pude aceptarse la idea de que la nación es la autoidentificación de una colectividad con una entidad superior y que tiene el deber supremo de formar un Estado, algo que el propio Hegel afirmaba diciendo que "toda nación tiene el deber de formarse como Estado". La nación no es un contrato consciente que establece una sociedad, sino una conjunción de circunstanciales materiales e históricas que se van gestando poco a poco en un territorio determinado. Las naciones se componen de un sustrato material muy diverso, desde componentes étnicos y antropológicos, hasta la influencia de Estados no-nacionales ya extintos (como el Imperio Español o el Austrohúngaro) que ha configurado el territorio y la población. Es así que la Nación es una entidad histórica que es posterior a los Estados y poblaciones, haciendo que no toda Nación sea un Estado, o no toda colectividad sea una Nación. 

El primer caso es de los kurdos o los sijis, naciones que se diferencian notablemente sobre de otras colectividades y que tienen un desarrollo político muy fuerte, pero que no dispone de las circunstancias materiales, como que están sometidas bajo Estados mucho más fuertes como Turquía o la India. No obstante, el caso más intereses es el segundo, aquellas colectividades que tienen un fuerte componente regionalista, pero que objetivamente no pude configurarse como una nación, y menos como un Estado-nación tal y como pretenden los nacionalistas. Este es el caso de Cataluña y el País Vasco, en el que sus separatistas respectivos defienden la autodeterminación nacional, la cual está totalmente injustificada. 

 La doctrina de la autoderminación nacional es, a pesar de su popularización por parte del expresidente estadounidense Wilson (sus famosos 14 puntos), viene de la tradición marxista. Para el marxismo, un territorio solo puede autodeterminarse como una nación independiente si cumple una serie de requisitos, como al tener un grado de industrialización diferente a la del Estado al que pertenece, tener una religión diferente otras características. Sin embargo, el punto más importante de esta doctrina es que si una región quiere autodeterminarse como nación, debe de haber sido anteriormente una entidad política independiente del Estado al que pertenece. Este es el caso de Chequia, la cual su autodeterminación nacional respecto al Imperio Austrohúngaro está justificada debido a que antes de su incorporación a este, era un Estado independiente encarnado en el reino eslavo de Bohemia. También es el caso de Escocia, la cual, antes de la unión con Inglaterra, era un reino independiente, incluso rival, de esta última. 

Los separatistas catalanes y vascos (y en menor medida los gallegos) defienden esta doctrina arguyendo que sus naciones respectivamente fueron anexionadas por Castilla y sometidas posteriormente por el Estado Español, exigiendo en el caso catalán un referéndum injustificado en términos históricos y sociales; mientras que los separatistas vascos justificaron el terrorismo (y hoy en día muchos lo intenta blanquear por la represión española) por la liberación nacional. Lo que no entienden este separatismo es que las condiciones históricas de sus respectivas regiones invalidad el argumento de la autodeterminación, pues además de que no poseen grados de industrialización muy diferentes respecto al resto de España, la gran mayoría de habitantes hablan el español como lengua familiar, y el no poseer una religión distinta entre otras cosas; ni Cataluña ni el País Vasco ni Galicia han sido entidades políticas independientes. 

En el caso catalán, esta región nunca fue una entidad independiente. Cataluña comienza su historia con la Marca Hispánica, una entidad feudal establecida por Carlomagno como estado colchón que protegía el Imperio Carolingio del islam. A pesar de que las entidades feudales que conformaban el imperio de Carlomagno eran bastante autónomas, en especial las marcas fronterizas como Cataluña, siempre dependían de los designios del Imperio, además de que esta Marca fue de una existencia efímera debido al precoz desplome del Imperio Carolingio. Con posterioridad, la Marca Hispánica se fragmentó y de ella se conformaron los famosos Condados Catalanes, siendo el de Barcelona el más importante. A pesar de que estos condados gozaron de gran autonomía, estuvieron siempre supeditados primero por los reyes de Francia, y posteriormente por la Corona de Aragón. Con la unión de las coronas de Castilla y Aragón, Cataluña acabó por incorporarse, al igual que Valencia o Andalucía, a la realidad española, siendo una región con sus propias características identitarias, pero no una realidad nacional o política soberana, sino un ingrediente más de la realidad histórica de España. 

El caso vasco es aún más infundado que el catalán (incluso que el gallego), pues el nacionalismo vasco adopta por completo la doctrina fichteana de la autodeterminación, es decir, los separatistas vascos defienden la existencia de una nación vasca que debe de conquistar su propia Estado, hasta tal punto que defienden la existencia de la "raza vasca", es decir, argumentos que recuerda lejanamente al darwinismo social que inspiró al racismo anglosajón o incluso al nazismo. El pueblo vasco son un conglomerado de pequeñas tribus aisladas que se mantuvieron al margen de la romanización y de la invasión árabe. Sin embargo, este aislamiento hizo que nunca pasaran del estado tribal y que no conformaran ninguna entidad política independiente, sino que siguieron en ese estado hasta que los primeros reinos cristianos los incorporaron a sus dominios. Es así que el pueblo vasco está más alejado de nacionalidad que el catalán, debido a que en ningún momento configuraron entidad política alguna, sino que pertenecieron a la Corana de Castilla, al Reino de Navarra y a Francia durante toda su existencia. Si estas regiones no son nacionalidades históricas, qué son. Regiones históricas, comunidades humanas diferenciadas pero que pertenecen a la una realidad histórica común, España. 

Aunque el argumento de la autodeterminación no es injustificado para las realidades catalana, vasca o gallega, esto no quiere decir, tal y como pretenden los nacionalistas españoles, que estas regiones no puedan separarse y construir sus respectivas nacionalidades y estados. Sin poder recurrir a la autodeterminación, sí que pueden recurrir al conflicto armada, a una guerra de liberación nacional. Muchos de los Estado-nación actuales son el producto de grandes conflictos armados y de la construcción de un sentimiento de nación a posteriori. Es el caso de Bélgica, la cual, antes de su nacimiento en 1833, era una provincia de los Países Bajos, al cual había permanecido desde siempre. Solo fue por el conflicto armado y la lucha civil por la cual Bélgica pudo construir un Estado-nación independiente, algo que hoy en día se ven claras secuelas, pues existen fuertes tendencias separatistas por parte de la zona flamenca del país, la cual se diferencia notablemente de la parte sur, de un marcado carácter afrancesado. 

Los Estados Modernos son aquellos que han compuesto las naciones políticas actuales por medio del control de la educación y la economía. Este es el caso de Italia, que antes de su unificación, eran un conjunto de regiones separadas cada una con su dialecto particular, siendo el italiano moderno una fusión de todos estos dialectos sostenidos por una base común. Otro ejemplo notable es Grecia, que, tras su independencia del Imperio Otomano en 1830, tuvo que construir una lengua griega y una identidad nacional que pudiera integrar todas las realidades regionales. Es el mismo caso de Israel o la India, Estados que, tras conquistar su independencia política, por medio de la educación y la economía, construyen una identidad nacional por medio de un sustrato común a todas las regiones que lo componen. 

En conclusión, ante la ausencia de toda autodeterminación, los separatismos regionalistas que atacan a España solo tienen la vía armada, algo que el terrorismo vasco entendió perfectamente. Es así como debe de entenderse hasta donde pueden llegar las fuerzas separatistas. Además, el centralismo de tradición francesa que siempre ha intentado implementar el Estado español solo ha provocado mayores reacciones separatistas. Algunos apuntan al federalismo como la solución del separatismo en España, algo que es difícil de conseguir, pero no imposible. Creo que el concepto de estado-nación arrastrado a la humanidad en general a luchas intestinas sin sentido. 

Las naciones son el producto de los Estados, y estos son como organismos, nacen, crecen, declinan y desaparecen. España no es una realidad histórica universal ni inmutable, sino un fenómeno histórico más que cuando llegue su tiempo, deberá desaparecer como hizo el Imperio Romano o la Unión Soviética. Sueño con el día en que España desaparezca, pero que la causa de muerte no sea su balcanización, sino la fagocitación de esta por parte de una futura nación europea que traiga el sueño de Kant, la paz perpetua.


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