miércoles, 10 de febrero de 2021

Descartes como educador

 En su ensayo la rebelión de las masas, Ortega y Gasset escribió que Descartes es "el padre de Europa", pues este separó la filosofía y a la ciencia de la teología, pues estas se encontraban asfixiadas y atrofiadas por la esclavitud escolástica. Al separar la filosofía y la ciencia de la teología, Descartes le da a Europa su mayor logro, el pensamiento racional y crítico, que rápidamente se extenderá a todos las disciplinas, no solo especulativas y experimentales, sino también a las humanas, como la economía o la política. Es el cultivo de la ciencia y la filosofía no religiosa lo que ha catapultado a Europa, y después a Occidente, al progreso cultural, humano y técnico, dándole la llave para la conquista del resto del mundo. 

Volviendo al plano estrictamente filosófico, Descartes, siguiendo las palabras de Heine, es el fundador de toda la filosofía moderna, pues de su obra emana las dos grandes escuelas filosóficas de la Edad Moderna (cimientos de la nuestra Edad Contemporánea), es decir, el racionalismo, como continuación del cartesianismo, como el propio empirismo, reacción al propio Descartes. 

En Sobre la historia de la religión y la filosofía en Alemania, Heine afirma que toda la filosofía entre Descartes y Kant asiste a la escuela cartesiana, siendo que autores como Spinoza, Leibniz o Wolf fomentan el aspecto idealista de dicha escuela, mientras que otros como Locke o Codillac fomentan el aspecto mecánico y materialista. Por tanto, Descartes supone la muerte de la escolástica y el nacimiento del espíritu occidental, del pensamiento racional y la ciencia, provocando de forma colateral, pero imparable, de la separación entre la Iglesia y el Estado en la Europa Occidental. 

Centrándonos en la filosofía cartesiana, esta puede dividirse en dos aspectos, los contenidos, expuestos en sus Meditaciones Metafísicas y en el libro primero de sus Principios de la Filosofía principalmente; y el método, el cual está tratado por autor en su Discurso del Método. Ambos aspectos de la obra del autor, estableciendo un sistema deductivo, innatista y dualista, donde se parte de la existencia del Yo, pasando por la de Dios, y seguidamente a la de las cosas del mundo. 

La res cogitan 

La metafísica cartesiana supuso toda una revolución filosófica con respecto a la filosofía justamente anterior a ella, la escolástica. Descartes rechaza toda la tradición que le precede, pues en vez de partir del Mundo, para demostrar la existencia del Alma y de Dios, sino que parte primero de la existencia del Alma para demostrar a Dios y el Mundo. 

Para ello, Descartes pone en duda la existencia de todo aquello que no sea verdadero de forma clara y distinta, es decir, evidente, pues de aquellos principios evidentes parten todas aquellas demostraciones que explican todo lo demás. Descartes esgrime su famoso método, la duda cartesiana y la deducción geométrica. Al aplicar esto, Descartes duda de todo aquello que damos por supuesto, como es la existencia de las cosas exteriores, pues estas pueden ser ilusiones creadas por nuestra mente como en los sueños. 

Es por ello que Descartes llega a la conclusión de que lo único de lo que no se puede dudar es de que se duda, es decir, del pensamiento, y como se piensa, se existe por tanto. Este es el famoso "cogito ergo sum", pienso luego existo, el gran logro de la metafísica cartesiana, pues este es un principio del que no se puede dudar, sino que es verdadero de forma evidente, es decir, es una intuición metafísica que sirve como base para todo conocimiento. Ahora bien, al estar seguros de que el yo existe, ¿de qué forma existe dicho yo? Claramente como cosa que piensa. 

El yo cartesiano es una sustancia que piensa, que duda, reflexiona y capta ideas. De estas ideas, hay algunas que Descartes afirma como ideas innatas, pues son ideas que están en mente sin recurrir a la experiencia. Entre estos, además de la existencia del propio yo, este tiene la idea de perfección, es decir, algo que es superior a sí mismo, ya que el yo entiende que si el duda, debe de haber alguien que no dude, sino que tenga evidencia intuitiva de toda verdad, es decir, que sea omniconsciente, a saber, Dios. El yo cartesiano, entendiendo como sustancia pensante distinta del cuerpo, es la base del dualismo filosófico moderno, el cual influye en diferentes autores y corrientes filosóficas de gran importancia. 

No obstante, dicha tesis es profundamente errónea, pues del cogito ergo sum no se deduce que el yo sea cosa pensante, ya que el pensamiento solo es garante de existencia, pero no de existencia exclusivamente pensante. Por otra parte, numerosos filósofos posteriores a Descartes critican su "sustancia pensante", tales como Locke, el cual afirma que el yo es solo el sustrato que sostiene a las sensaciones e ideas tal y como ocurre con la materia en las cosas. Siguiendo a Locke, Hume afirma que el yo no es más que una idea que utilizamos para ordenar unas sensaciones, pero de la cual no tenemos ninguna sensación directa, no habiendo motivos para afirmar su existencia, siendo el yo un mero haz de sensaciones. 

No obstante, la crítica más profunda al yo cartesiano es la que realiza Ryle, definiendo el dualismo cartesiano como un error de categorización, pues el pensamiento es tomado como sujeto, en vez de como acto del propio cuerpo, tal y como muestra su famosas metáfora del "fantasma dentro de la máquina". 

El problema fundamental del yo cartesiano, tal y como postulan Kant, Wittgenstein o Ryle, es que Descartes toma como sustancia algo que en realidad es una acción (Ryle) o un supuesto lógico (Kant, Wittgenstein) del que no puede extraerse conocimiento alguno, pues no se tiene sensación o experiencia concreta, sea directa o indirecta, del propio yo como realidad sustancial, sino que en el mejor de los casos es un supuesto lógico que sirve de base a todas nuestras sensaciones y pensamientos, pero no puede afirmarse su existencia independiente, y mucho menos inmortal y distinta del cuerpo. 

 La res divina (o Dios como sustancia) 

Volviendo a la metafísica cartesiana, Descartes, tras hallar un principio puramente verdadero, deduce la existencia de una sustancia separada del yo y absolutamente perfecto, es decir, Dios. Descartes llega a la existencia de Dios por medio del yo pensante de la siguiente manera:

El yo cartesiano, tras ver la evidencia de su existencia como cosa pensante, ve que sí mismo es imperfecto, pues duda de las cosas y de sus propias ideas. Al verse a sí mismo como un ser imperfecto, la sustancia pensante que es el yo entiende a su vez que hay algo más perfecto, es decir, tiene la idea de un ser perfecto diferente a sí mismo. Proseguidamente, Descartes afirma que esta idea de un ser perfecto solo puede venir de dicho ser perfecto, pues no puede venir de sí mismo, ya que es imperfecto, ni tampoco de otra cosa imperfecta, por el mismo motivo. Por tanto, Dios existe porque es la causa de la idea de ser perfecto que tiene el yo pensante. 

A este razonamiento, Descartes añade una adaptación del argumento ontológico de Anselmo de Canterbury, afirmando que al ser Dios perfecto, la existencia está incluida en dicha perfección, pues si le faltase a dicho ser perfecto la "cualidad o atributo" de la existencia, no sería perfecto, pues padecería de una cadencia, algo incompatible con la propia perfección de la que goza dicho Ser Supremo, Dios.

Recapitulando, Descartes demuestra la existencia de Dios por medio del razonamiento que la idea de perfección no puede ser producida por un ser imperfecto, siendo que esta idea de perfección viene dado por un ser perfecto, algo que expone profundamente en sus Meditaciones Metafísicas, en particular la tercera meditación. Por otro lado, al ser Dios un ser perfecto, la existencia está incluida en su esencia perfecta, pues si le faltase, no sería perfecto, tal y como expone en su quinta meditación. Por tanto, la demostración de la existencia de Dios de Descartes es de doble filo. Por un lado, se fundamenta en la causalidad, y por el otro, en un argumento ontológico. 

La demostración que da Descartes, a pesar de su legibilidad y clara exposición, es completamente errónea en ambos aspectos. 

Por un lado, el argumento causal que demuestra la existencia de Dios por medio de la idea de Dios que tiene el yo, es totalmente ilícito, pues la categoría de causalidad solo es aplicable a los fenómenos de la experiencia, pues la idea de causalidad surge en nuestra mente tras analizar bastas regularidad estadísticas de los objetos de la experiencia sensible, o por otro lado, de las concatenaciones y de la propia estructura de la mente. 

A su vez, el argumento ontológico que da Descartes, el cual es casi idéntico al de Anselmo, no es válido, pues presupone que la existencia es una cualidad de aquellos objetos que afirmamos que existen. Esto es radicalmente falso, pues la existencia no es una cualidad intrínseca, sino una categoría que aplicamos a los conceptos y objetos que se encuentran disponibles materialmente en determinada cantidad, es decir, la existencia indica qué cantidad de determinado objeto se encuentra disponible materialmente. 

Si la existencia fuese una cualidad, no podríamos hablar si quiera de las cosas que aseguramos que no existen, como un limón azul (natural) o una quimera, pues da existencia no sería una cualidad suya. No obstante, podemos pensar en estos objetos como objetos con determinadas características, pero afirmamos que son inexistentes porque implican alguna contradicción lógica (un círculo cuadrado) o por que no está disponible materialmente (un limón azul). 

En definitiva, la existencia es una categoría que aplicamos a las cosas que podemos experimentar y de las que tenemos cierta intuición de ser independientes a nosotros mismos, y en ningún modo una cualidad intrínseca de los propios objetos. Por esto mismo, el argumento ontológico de Descartes (y cualquiera en definitiva) descansa en una falta de compresión de los conceptos filosóficos utilizados, y de un uso indebido de la categoría "existencia", desmoronándose toda su demostración aparentemente sólida tras un breve, pero profundo, análisis de dichas categorías y conceptos. 

Sin embargo, la demostración cartesiana de Dios no acaba aquí, pues, tanto en la parte V de su Discurso del Método, como a lo largo de su voluminosa obra Principios de Filosofía, expone un primer esbozo de lo que posteriormente sería la argumentación deísta, propia de pensadores de la talla de Newton, Voltaire o Diderot, es decir, lo que Kant llamaría argumento físico-teológico. 

Este argumento, esgrimido por Descartes y otros, afirma que las regularidades y el orden que observamos  en la naturaleza, como la estructura del ala de un insecto o el fascinante y complejo sistema circulatorio humano es producto de una mente creadora que diseña dichas estructuras naturales, sean orgánicas o inorgánicas. 

Este argumento fue muy seductor para grandes pensadores, como Newton, el cual entendía que la ley de Gravitación Universal era el efecto de la actividad de Dios sobre la pasividad de la materia. Por otro lado, Carl Linneo, padre del taxonomía, argumentaba que la increíble complejidad y variedad de los seres vivos es producto de un diseño inteligente concebido por una mente creadora. 

No obstante, este argumento hace aguas por todas partes. Por un lado, este argumento tiene una inconsistencia teórica en su propio núcleo lógico, pues el diseño de una estructura no implica su creación, sino solo su planificación por una determinada mente. En este caso, tal y como lo expone Kant, este argumento no puede explicar si la materia es dependiente de dicho diseño, es decir, el argumento no puede explicar si la materia se sostiene a sí misma (es eterna e increada) o si es dependiente de una causa superior (es finita y creada). Lo único que puede explicar este argumento es que la forma de la materia es dad por un Diseñador o Demiurgo Supremo, pero en ningún caso de que dicho Demiurgo sea creador de la materia. Es así que este argumento solo explica el "diseño inteligente" y no la "creación inteligente", pero este punto cae por la experiencia empírica que ha proporcionado la ciencia moderna. 

La revolución científica del S.XIX y XX ha proporcionado diversas teorías en todos los campos que explica de forma más plausible y racional la causa de las estructuras que observamos en la naturaleza. En el caso de las entidades biológicas, la complejidad y variedad que observamos en esta se explica mejor y de forma más racional y parsimonia por medio de la selección natural propuesta por Darwin y Wallas, y entre otros campos. Es por ello que dicha variedad en los seres vivos queda explicada por la selección natural de las especies biológicas que se adaptan mejor diversidad de medios, sobreviviendo las especies que disponen de estructuras, órganos y comportamientos más adecuados para sobrevivir en el medio o ecosistema en el que vive, mientras que las que no disponen de lo anterior, son desplazadas, degeneran y consiguientemente se extinguen. 

Por otro lado, en el campo de la física, la misteriosa gravedad de Newton daba un origen divino, es explicada por la física relativista de Einstein, pues dicha fuerza de gravedad que atrae a los objetos entre sí, no es una fuerza, sino una distorsión o deformación del especio-tiempo causado por objetos másicos. 

La expulsión de Dios como causa del orden observado en la naturaleza no se limita a las ciencias naturales, sino también a las ciencias sociales o humanas, siendo que especialidades como la economía, la psicología, la sociología o la antropología ente otras, proporcionan explicaciones teóricas blindadas por la experiencia empírica (al menos de forma provisional), mucho más racional y plausible que recurrir a la existencia de Dios, llegando un punto donde Dios es defenestrado de todo nuestro conocimiento racional... 

La res extensa 

 Volviendo a Descartes, tras haber expuesto su demostración de la existencia de Dios, este pasa a demostrar la existencia de las cosas extensas. El argumento parte de Dios, siendo este infinito y bueno. Siendo bueno y a la vez causa de nuestra ideas, las ideas que nosotros tenemos de las cosas, siempre y cuando sean claras y evidentes, podemos estar seguros de dichas ideas, pues su claridad y evidencia tiene causa en Dios, y siendo este bueno, no nos engaña (genio maligno) por ser infinitamente bueno. 

La experiencia sensible es confusa y vaga, pero dicha oscuridad no puede partir de Dios, pues este no es engañador, sino que debe partir de un uso enorme de la sensibilidad y de la razón, tal y como expone Descartes en su sexta meditación metafísica. Por otra parte, Descartes ya puede separar el sueño de la vigilia, pues en el sueño la memoria es muy pobre y las ideas que surgen están totalmente descoordinadas. 

Esta argumentación es inconsistente, pues se fundamenta en la existencia de Dios como ser infinitamente bueno y creador, como hemos visto anteriormente, la existencia de Dios es muy problemática, impidiendo construir argumento alguno sobre cimientos tan pobres y débiles. 

La geometría como método de la filosofía y la ciencia

Tras haber repasado los fundamentos metafísicos de la filosofía cartesiana, cabe detenerse en su famoso método el cual adapto de la Geometría. El método cartesiano es puramente deductivo, pues parte de proposiciones evidentes y claras por sí mismas, lo que podemos llamar axiomas. Estos son proposiciones de las que no se puede dudar, a la vez que es absurdo intentar demostrar, pues son evidentes por sí mismas. 

Estos axiomas son obtenidos por Descartes mediante su duda metódica , dando por falso en una primera instancia todo aquello que presente un mínimo de duda, descartándose como falsa. Solo se aceptará como axioma aquella proposición que sea evidente y clara, sin duda posible alguna. Es entonces que Descartes llega a su famosa proposición cogito ergo sum, comenzando toda la metafísica anteriormente expuesta, teniendo como base dicho axioma. 

El método de Descartes, el cual será imitado por Spinoza, es estrictamente deductivo, pues parte de axiomas generales hacia lo más particular, es decir, parte del yo cartesiano como ente axiomático, pasando por Dios, como ente demostrando, hacia la existencia de las cosas extensas. Sin embargo, este método, aunque claro y sencillo, no es desarrollado con éxito por Descartes, pues como ya comentó Leibniz sobre la Ética de Spinoza, este cree demostrar algo de forma axiomática cuando no demuestra  realmente nada. Esto se debe a que el axioma en el que se funda todo el edificio cartesiano no es un axioma, sino un supuesto o prejuicio metafísico el cual ha sido expuesto anteriormente. 

Conclusión: Descartes como educador 

A pesar de que la filosofía de Descartes, como sistema metafísica y epistemológico, está totalmente obsoleta y superada, la obra de este pensador francés es puramente educativa, pues este separa o independiza la ciencia y la filosofía  de la teología dogmática. Esta separación de la fe supone el nacimiento de la filosofía racional y de la ciencia teórico-empírica, fundamentos del espíritu de Occidente, algo con lo que no hubiera podido llegar a su mayoría de edad y conquistar el resto del Mundo. 

Descartes, tal y como afirma Ortega y Gasset, es el padre de Europa , es aquel, como antaño Moisés, separo las aguas de la ignorancia y lleva al pueblo prometido, Occidente, hacia la tierra prometida, el Mundo entero. No obstante, el destino de Descartes, al igual que el de Moisés, no es llegar a la inmoral (y falsa) promesa de la Modernidad, sino asegurar su camino por los desiertos del dogmatismo religioso. 

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