miércoles, 3 de febrero de 2021

Sobre Roma edificaré mi Iglesia

 I

Como buen español, el catolicismo ha sido (y sigue siendo) una parte muy importante de mi vida. Desde que empecé mi vida académico-escolar, el catolicismo ha estado muy presente en mi educación. Desde pequeño tuve un interés por los dogmas de la Iglesia, en especial el de la Santa Trinidad. Mi mente adolescente, la cual había leído y escuchado sobre otras religiones, como el islam o el judaísmo, no entendía muy bien aquel dogma tan absurdo y enigmático que es que Dios es uno y trino. Veía más sensato las doctrinas acerca de Yahvé o Alá que la de Jesucristo, pues Dios, tal y como me lo planteaban mis profesores de religión, es lo más perfecto y supremo que existe, solo existiendo un único Dios, pues sino no sería perfecto. 

Arrastrado por un gran curiosidad y perplejidad ante aquel dogma, pregunté a mis profesores cómo era posible que Dios fuese uno y trino a la vez, pues si Dios es Uno, no puede ser que Cristo y el Espíritu Santo lo sean también Dios, pues entonces serían tres dioses y no uno, siendo que esto último es por lo que judíos y musulmanes llaman a los cristianos politeístas, algo que al principio me parecía lógico, y que me lo sigue pareciendo. Mis profesores, todos sobrepasados e incluso alguno molesto, me dijeron en casi todas las ocasiones que aquello era algo que dictaba la Iglesia, que era un tradición de 2.000 años de antigüedad y que no debía cuestionarla sino quería ir al averno después de muerto... 

Con el tiempo, empecé a interesarme de nuevo por el tema, pues con la tierna edad de 16 años me empecé a interesar por la filosofía, algo que debo a mi querida madre, pues ella me ha dado los dos regalos más importantes de mi vida, el nacimiento y el haberme dado el primer libro de filosofía que he leído, el Banque de Platón, quedando totalmente prendido por este hermoso saber. Así pues, y como buen aspirante a filósofo, empecé a leer a los grandes clásicos: Platón, Aristóteles, Descartes, Hume, Kant, Nietzsche... 

Es así que en mi humilde camino por la filosofía y sus grandes maestros, topé con la filosofía cristiana, más concretamente con Agustín de Hipona y Tomás de Aquino. Estos, desde posturas diferentes, intentaban (sin mucho éxito) defender el dogma cristiano por medio de la filosofía, avasallándola a la teología. Es en este punto donde me encuentro con aquella cuestión infantil que tanto me costaba entender, la Trinidad. Pero esta vez fue mucho más revelador e interesante, pues la  lectura de textos filosóficos me hizo adquirir una cierta forma de pensar que me llama a explorar todos los rincones y recovecos de todas los pensamientos humanos. Es así que descubrí la Biblia y el Corán, maravillándome de su riqueza simbólica e histórica, pues ahora entendía muchos pasajes que había oído en las decenas de misas a las que había asistido. Ahora entendía algunos fragmentos sobre la creación del Mundo contada por el Génesis, la alianza de Yahvé con Israel del Éxodo, el reinado de David, las profecías de Ezequiel e Isaías, o la buena nueva del Evangelio. Pero de entre todos aquellos pasajes, los que más me emocionaron por redescubrir fueron las Cartas de Pablo y el Apocalipsis de Juan, pues en aquellos textos cargados de metáforas, profecías y símbolos, se encuentran entretejidos los dogmas más primigenios de la doctrina cristiana, la Trinidad y la Resurrección. 

La primera de estas ideas, la Trinidad, la descarté, pues me parecía totalmente ilógica y contradictoria, pues lo uno es uno, y lo trino, trino, siendo imposible que lo uno sea trino ni lo trino uno. Sin embargo, la segunda idea, la de la Resurrección, me parecía aun más absurda y curiosa, incluso con un punto místico. En las Cartas de Pablo, se presenta a Jesús de Nazaret no solo como mesías, como Cristo, sino como Dios, como el Verbo hecho Carne, algo que la tradición judía rechaza por completo, pues tal y como le dijo Yahvé a Moisés en el Sinaí, "Yo soy el que soy", es decir, Dios no tiene imagen, forma o silueta, algo que tanto los judíos como los musulmanes llevan al extremo de que no tienen un arte pictográfico, ni mucho menos escultórico, como el que tiene el cristianismo. 

Pablo presenta a Cristo como la encarnación de Dios, como Dios hecho hombre, es decir, Cristo es Dios Hijo. Es divinización de Cristo es justificado por Pablo por el hecho de que Cristo ha resucitado, a bajado a los abismos como todo hombre, pero ha vencido a la Muerte resucitando de entre los muertos, algo que lo aleja de los simples mortales y lo eleva a la misma condición que Dios. Tal es la importancia del hecho de la resurrección, que la escatología cristiana se basa enteramente en la segunda venida de Cristo y en la resurrección de muertos para ser juzgados en el fin de los tiempos. Por tanto, la escatología cristina, tal y como afirmo Kierkegaard, se basa en la promesa futura de que todos los seguidores de Cristo se unirán a él en la resurrección, es decir, todos los hombres tienden a convertirse en Cristo, en ser Dios mismos en el nuevo Israel que describe Juan en su Apocalipsis. Es aquí donde radica el mensaje cristiano original, en la imitación de Cristo para ser igual a él, para ser Dios mismo, tal y como prometió la serpiente a Adán y Eva si comían de la fruta prohibida, "Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal" (Génesis 3,5). El mensaje de Pablo es que Dios es Hombre en la figura de Cristo, siendo el de Juan que todos seremos Dios en la resurrección final. 

Al llegar a estas conclusiones, recordé varias cosas, entre ellas las teorías arquetípicas de Jung, la doctrina del nirvana de Buda, a los socialistas utópicos, el neoplatonismo de Plotino, a Agustín de Hipona o incluso al viejo paganismo grecolatino. Pero la gran mayoría de reflexiones que hice acerca de estas lecturas no me decían mucho sobre los dogmas que mantiene la Iglesia Católica, como su rígida jerarquía eclesiástica, sus ansias de expansión como de un imperio se tratase, o su interés tan acusado por los asuntos políticos y sociales. A pesar de no entender aquellas cuestiones, seguí con mis lecturas filosóficas tranquilamente, hasta que topé con Marx, pero sobre todo con Hegel, y descubrí mi segunda gran pasión, la Historia... 

II

Toda doctrina, sea filosófica, científica o religiosa, es un hecho histórico, y como todo hecho histórico, está inmerso en un determinado contexto. Para poder entender una teoría científica, filosófica o religiosa, como puede ser la física newtoniana, el marxismo o la teología luterana, debemos de analizar y comprender claramente el contexto donde se desarrolla dicha teoría, es decir, debemos entender el espíritu de la época en al que se gesta. La dogmática católica no es una excepción a esto último, pues las religiones tienen como caldo de cultivo una serie condiciones geográficas, económicas, políticas o culturales entre otras. Es por ello que, para entender al catolicismo, debemos de seguir el rastro que deja durante todo el devenir histórico, lo que me traslada a la vieja tierra de Judea durante, la dominación romana. 

Judea era un región pobre y muy conflictiva en los tiempos de Cristo y Pablo en comparación con las ricas y pacíficas tierras de Roma, Grecia, Cartago o Hispania durante el gobierno de los Augustos. Judea tenía una religión nacional muy viva y agresiva, el judaísmo, el cual arrastraba una antigua tradición que había sobrevivido a la conquista de múltiples pueblos e imperios, como los asirios, caldeos, persas, griegos y romanos. Esta religión, la cual es distinta  a la que entendemos por judaísmo actual, profesaba una religión puramente monoteísta, dedicando todos los rezos, plegarias, sacrificios y alabanzas a un único dios, Yahvé (o Jehová), el cual era un dios celoso y colérico, que mandaba a rechazar cualquier otro dios como mera idolatría. De hecho, el judaísmo puede definirse como una religión en lucha eterna contra la idolatría, tanto que Israel, el padre de todos las tribus judías y que ahora lleva por nombre la tierra de Judea, significa que "el que lucha contra El" siendo El el dios supremo de la mitología cannaena, la gran enemiga de la religión judía en el Antiguo Testamento. 

Esta religión convivía de forma intermitente con la gran tradición del mundo antiguo, la helénica, la cual es transportada por las legiones y colonos romanos por todo el mundo mediterráneo. Dicha tradición, a nivel superficial profesaba un politeísmo donde los dioses eran creados a imagen y semejanza del hombre, teniendo todos ellos figura humana, padeciendo vicios, placeres y dolores como los seres humanos. Este politeísmo es totalmente opuesto al judaísmo, pues profesaba multitud de dioses de figura humana representados en bellísimas esculturas donde se muestran todos sus atributos humanos, algo que horrorizaba a los judíos con su Dios celoso y abstracto. 

No obstante, la tradición helénica es mucho más que este pintoresco y rico politeísmo, pues la cultura griega nos ha proporcionado uno de los grandes pilares de la cultura occidental de la que tanto disfrutamos (y en la que muchos ingratos e ignorantes pretenden desterrar), la filosofía, el pensamiento racional desligado de toda concepción religiosa. El pensamiento helénico es el fundamento de todo el conocimiento occidental, sustentándose en la obra de dos grades colosos, por un lado el idealismo de Platón, y por el otro el empirismo de Aristóteles.  

El platonismo fue muy atractivo para algunos grupos religiosos, como las comunidades judías de grandes ciudades helénicas como Alejandría, siendo en esta ciudad donde se tradujo por primera vez el Antiguo Testamento del hebreo al griego, la Septuaginta. De hecho, una rama del platonismo, el llamado neoplatonismo, el cual fue desarrollado por pensadores tales como Plotino, Proclo o Porfirio, tuvo una notable influencia tanto el misticismo judío, la Cábala, como en el pensamiento de Agustín de Hipona, uno de los grandes Padres de la Iglesia. Esta adaptación del platonismo defendía la existencia de un único Dios, el Uno, el cual está más allá de toda la existencia concreta y delimitación formal, pero que se manifiesta en nuestro intelecto mediante emanaciones o Hipostasis, surgiendo del Uno el Nous, las Ideas, el Alma, y como aquello que está más alejado del Uno, la materia, la cual es vista por estos filósofos como algo negativo. 

El cometido de toda persona es volver a reconciliarse con el Uno, de rechazar la materia mediante el ascetismo y aspirar al Bien Supremo, el Uno, la unión mística con Dios. Esta concepción puramente idealista y mística de Dios fue recogida por varios grupos judíos ,y más tardíamente, por grupos cristianos primitivos próximos a la cultura helénica. De hecho, esta tradición también sedujo a grupos musulmanes, como los sufíes, los cuales profesan una variante mística del islam donde se busca la unión e identificación con Alá por medio del ascetismo, la música y la danza.

El platonismo (en su versión neoplatónica) proporcionará al cristianismo una base intelectual y mística con la que articular los diferentes dogmas acerca de la sustancia de Cristo y su relación con Dios Padre. No obstante, esto lo comparte también con el judaísmo tardío y con el islam, pues tanto Maimónides como Avicena o Averroes estudiaron la obra de Platón-Plotino. Sin embargo, el cristianismo se diferencia de estas dos religiones por el énfasis que da este a las Hipostasis, mientras que las otras dos religiones se centran el la unidad de Dios, es decir, son estrictamente monoteístas.    

Junto con el judaísmo y el helenismo, el cristianismo encuentra su tercer pilar no en otra doctrina, sino en una poderosa institución político-económica, el Imperio Romano. Debe de recordarse que el cristianismo surge en Judea durante la ocupación romana. El Imperio no supondrán en un primer momento una fuente ideológica, pero sí una vía de transmisión que permitirá que esta religión se expanda como si de un virus se tratase por todo el mundo grecorromano.

En una primera instancia, Roma supone el enemigo mortal de la nueva fe, pues esta promulgaba ideas políticas, económicas, sociales y morales muy diferentes a la de la tradición romana, como puede ser el desprecio por el comercio, el colectivismo y el desprecio de los poderosos. No obstante, con el declive de la religión grecorromana y los múltiples desastres militares de Roma acaecidos desde la muerte de Cómodo, el Imperio empieza una larga, pero inexorable decadencia que llevará a un profundo pesimismo de la sociedad romana y a un interés por las religiones místicas de Oriente, como el culto de Isis, los mitos eleusinos, el mitraísmo o el propio cristianismo. Este último se hizo muy atractivo, pues transmitía un mensaje de salvación universal y de gloria para los pobres y los pisoteados, algo que encaja muy bien en el clima de anarquía militar que asolaba a Roma durante el S. III d.C. 

El cristianismo, como atestigua Nietzsche en su Anticristo, es una religión que se enfoca que los débiles y desafortunados, propagándose con mucha facilidad por la población esclava y los militares de bajo rango. De hecho, el paganismo empezó a quedar relegado a poblaciones rurales y a algunas castas aristócratas con el empuje del cristianismo. No obstante, este cristianismo primitivo difiere mucho del ideal católico, pues este último más que enemigo de Roma, es la estatalización del cristianismo, su romanización, tal y como expresa el economista y teólogo de la liberación F.H. Hinkelammert, afirmando que el catolicismo es el termidor del cristianismo. 

Sin embargo, estas fuentes o pilares de las que se nutre el cristianismo no explica suficientemente su transformación en la doctrina católica, pues esta se debe a la acción sobre estas influencias de dos hombres y una institución, importantísimos para esta religión: Pablo de Tarso, su fundador, Constantino el Grande, su consolidador, y el Papado, su defensor. 

III 

Tal y como expone Jesús Mosterín en su libro Los Cristianos, el verdadero fundador del cristianismo no es Jesús de Nazaret, sino Pablo de Tarso. La figura de Jesús, al margen de la dogmática cristiana, es muy ambigua y hay muchas sospechas de que tal figura nunca existió o por lo menos ha sido increíblemente deformada. Esto se debe que, a parte de los Evangelios, solo existe una fuente histórica que menciona a Jesús de Nazaret, la famosa obra del historiador judío Flavio Josefo, Antigüedades judías, la cual se cree que ha sido deformada adrede por los copistas cristianos para justificar históricamente la existencia de Jesús. 

La cuestión de que si existió Jesús o no, no es tan importante como muchos creen, pues en el caso de existir, sería tan distinta de la representación que realiza Pablo en sus cartas que sería como si no existiese. Pablo realiza una increíble obra, tanto teológica como misionera, pues construye toda una cosmovisión que descansa sobre la figura de Cristo, no la de un revolucionario judío que abogaba por el comunitarismo y proclamaba el fin de los tiempos, sino, recurriendo a las sutilezas del helenismo, expone a Cristo como el Hijo de Dios, como el Verbo hecho Carne, la potencia hecha acto en lenguaje aristotélico. Pablo, aunque se oponía al helenismo, lo comprendía muy bien. Cristo es la Hipostasis de Dios y la promesa de la futura unión de todos los hombres con Dios. 

La teología paulina, tal y como describe Hinkelammert en su ensayo Totalitarismo del Mercado, se caracteriza por un marcado platonismo, pues tal y como escribió en una de sus cartas: caminad en el Espíritu, y no dejéis que se cumpla los deseos de la carne (Gálatas 5:16). Pablo, siguiendo a Platón, entiende que la esencia del hombre, aquella parte del ser humana que aspira a la comunión con Dios por medio de Cristo, es el alma o espíritu. Esta entidad metafísica se encuentra encerrada en el cuerpo, aprisionada por los delirios de la carne. Pero Cristo promete la salvación eterna de la esclavitud de la carne y de su última consecuencia, la muerte. La muerte como consecución de los delirios de la carne, como la lujuria o la codicia, es la base de la concepción del pecado que posteriormente desarrollará Agustín de Hipona y será una de las bases del cristianismo oficial. 

Aplicando este platonismo a Cristo, Pablo universaliza su figura, reduciendo todo rastro de caudillo nacionalista judío que se expresa en algunos textos evangélicos. Cristo es superior a la Ley de Moisés, y por tanto, la invalida, pues Cristo es el redentor de la carne, mientras que la Torá es la Ley para controlar la carne, algo que ya no es necesario, pues Cristo trae el Reino de Dios a los hombres para que todos vuelvan al seno del Padre. Al superar la ley judía, Pablo traslada el mensaje de Cristo a todas las naciones, a todos los pueblos y a todas los hombres, pues todos somos hermanos de Cristo, todos tenemos a Dios en nuestra alma. Ahora bien, para poder llevar este mensaje universal, Pablo debe de dejar Judea y realizar numerosos viajes por todo el Mediterráneo, y para ello, dispone del Imperio Romano. 

Para utilizar el Imperio Romano como transmisor de la buena nueva, Pablo diluye todo matiz agresivo y político de Jesús, afirmando que el buen cristiano es amable, generoso y respetuoso con la autoridad. Esto se debe a que el propio Pablo era ciudadano romano, es decir, conocía los privilegios y los deberes de cada ciudadano y entendió que para extender el mensaje de Cristo a todo el Mundo, este no debía de entrar en contradicción con la autoridad romana. El problema de esto último reside en que el mismo Pablo afirmaba que solo hay un Dios y que el resto de dioses son falsos, tal y como expuso en su visita a Atenas. Esto no chocaba demasiado con la política del Imperio, pero los cristianos primitivos se negaron a rendir culto al Emperador, algo meramente simbólico, pero necesario para garantizar la supremacía y autoridad del Estado romano. A su vez, Pablo jue incapaz de crear una estructura centralizada que reuniera todas las diferentes iglesias que se formaron, pero proporción las bases sobre las que se edificaría el futuro cristianismo y todas sus ramas. Es así que Pablo, y no Pedro, es el primer Padre de la Iglesia. 

IV 

Donde fracasó Pablo, triunfó Constantino. Pablo dejo un cuerpo teológico y moral general muy laxo y que daba a muchas interpretaciones distintas. Esto provocó que durante varios siglos el cristianismo se fragmentara en multitud de sectas y corpúsculos, algunos integrados completamente en el mundo grecorromano, los de tendencia paulina, otros de mayor antigüedad defendían el carácter judaico y político de esta nueva religión, mientras que otros grupos, los gnósticos, se retiraban al desierto o a zonas apartadas, pues entendía que la carne era la casa del mal, teniendo que abstenerse de todas las comodidades de las ciudades para poder acercarse a la divinidad inmaterial de Dios. 

El grupo judaizante llegó a su fin con la destrucción del Templo a manos de las tropas del general Vespasiano, pero el gnosticismo acampaba a sus anchas por todo el Imperio, deformando las doctrinas cristianas, como afirmar que la figura carnal de Cristo era falsa y que el Dios del Antiguo Testamento, al ser el creador del Mundo, era el Diablo, pues la materia es la cuna del pecado. El gnosticismo fragmentó durante mucho tiempo al cristianismo, tanto que, acompañado de la persecución romana, estuvo a punto de disolver al movimiento religioso y hacer lo desaparecer.

Sin embargo, muchas comunidades cristianas, conscientes de su débil situación, empezaron a organizarse en cuerpos sociales y religiosos mucho más jerarquizadas y comunicados entre si, surgiendo poco a poco la figura del Obispo, rector de una comunidad cristiana determinada que se asentaba en un ciudad o pueblo. Es así que empiezan a surgir obispados por todo el territorio romano, en especial en Alejandría, Antioquía, Jerusalén o Roma entre otras. No obstante, esto no garantizó el acuerdo entre estas comunidades u obispados, pues surgieron disputas en cuanto a la cristología, es decir, a la naturaleza de Cristo, si este era solo un hombre (arrianismo), si solo era Dios (monofisismo), si era ambas cosas, pero de forma separada (nestorianismo) o si ambas naturalezas estaban mezcladas (trinitarios). 

Disputas encarnizadas y amargas cubrieron a este primer cristianismo, el cual ya había seducido a muchos ciudadanos romanos. Tanto es así que el emperador Constantino, el cual había movido el centro de poder del Imperio de Roma a Bizancio (Constantinopla), se interesó por esta religión debido al poder que tenía sobre muchos súbditos suyos. Tal era su visión de futuro para el Estado romano, que intervino (a pesar de ser pagano) en estas disputas que amenazan con enfrentar a sus propios súbditos entre ellos. 

Para poder llevar esta empresa, Constantino, tras legalizar el cristianismo en el Edicto de Milán en el año 313, convocó a todos los obispos del mundo romano para que asistieran a un  concilio ecuménico en la ciudad de Nicea. En este concilio, Constantino escuchó las diferentes tesis sobre la naturaleza de Cristo. Acto seguido, estableció que a partir de ese momento la cristiandad, si quiere ser favorable al Estado, deberá de adoptar por unanimidad la doctrina de que en Cristo hay dos personas, la humana y la divina, y que ambas está mezcladas en perfecta unidad. Con este acto, el cristianismo pasó a quedar integrado en la estructura estatal de Roma (o mejor dicho Constantinopla), convirtiéndose los obispos en agentes estatales de las diferentes provincias romanas donde habitaban cristianos. 

Con este acto, Constantino transformó una religión que originalmente abogaba por el comunitarismo y por el recelo hacia toda autoridad terrenal (pareciéndose más a movimientos políticos actuales como el anarquismo o algunas ramas del socialismo libertario que al propio catolicismo), en una herramienta estatal más para dominar a enormes masas de población. De hecho, el propio Constantino se convirtió al cristianismo en su lecho de muerto, siendo su tarea rematada por Teodosio I (el Grande), el cual convirtió al cristianismo en la religión oficial y prohibió y marginó hasta la extinción a todos los demás cultos. Con esto, Cristo paso de ser el salvador de todo la humanidad, ha ser el monarca universal de todo el mundo, siendo su figura encarnada en el Emperador, su vicario. 

Sin embargo, las obras de Constantino y de Teodosio no impidieron la inexorable decadencia que sufría el Estado romano, siendo acosado en el exterior por hordas de invasores germánicos, y en el interior por la desaparición del comercio, la incompetencia de sus propios gobernantes y el abandono progresivo de la ciudades hacia las zonas rurales. Las legiones, compuestas de mercenarios germanos, comandados por generales igualmente germanos, se hicieron díscolas y rebeldes, hasta el punto de abandonar las fronteras y proclamar a sus generales como emperadores. A todos estos factores, se le sumó que Teodosio dividió el Imperio entre sus dos hijos, Honorio en Occidente y Arcadio en Oriente, provocando que se genera una rivalidad intestina entre ambas partes que terminó por socavar la autoridad del Estado en Occidente, quedando un vacío de poder que sería rellenado, no por un Emperador o Rey, sino por un Obispo, el de Roma, lo que ahora llamamos Papa... 

 Tal fue la degeneración de la autoridad del Emperador en Occidente, que este abandonó la ciudad eterna y se estableció con su corte en Rávena, al norte de Italia, la cual era mejor defendible y más segura para su persona en caso de invasión exterior o de rebelión interna. Es así que la autoridad estatal desaparece en muchas ciudades romanas, entre ellas la misma Roma. Estas quedan administradas por los obispos de cada ciudad, adquiriendo progresivamente mucho peso político y económico el obispo romano, el cual paso a ser denominado Papa. 

El Papado fue el sustituto del Emperador en Roma, adquiriendo los poderes de este poco a poco. Esto se muestra claramente en el episodio que protagonizaron Atila el Huno y el papa León I el Magno, el cual negoció al margen del Emperador con el poderoso Atila para que este no arrasara Roma. Con esto, y con otros muchos acontecimientos históricos más, el Papa adquirió los poderes terrenales del Emperador, nombrando y destituyendo reyes y duques a voluntad, tal y como hacían durante la Edad Media, cumbre de su poder. Sin embargo, esta acumulación del poder terrenal y espiritual que adquirió el Papado, primero en Roma, después en Italia y finalmente en Occidente, tiene una base intelectual en muchos pensadores, pero el más importante de todos ellos es, sin lugar a dudas, Agustín de Hipona. 

Tal y como expone J. Ferrater en su ensayo Cuatro visiones de la Historia de Universal, Agustín, aparte de su teología, es todo un filósofo de la Historia. Agustín establece toda una doctrina del devenir histórico, entendiendo este como un progreso lineal y único que se desarrolla por medio de la lucha entre la Ciudad Celeste o la de los hijos de Abel, y la Ciudad Oscura o la de los hijos de Caín. Agustín defiende que la progresión histórica es una cuestión teológica, un enfrentamiento entre la Luz de Dios y la Oscuridad del Pecado, pues este último carece de esencia, es decir, el pecado no es algo positivo, sino la ausencia de bien. 

Sin embargo, Agustín afirma que la distinción entre estas dos ciudades (Jerusalén y Roma) es vaga y difusa, estando ambas mezcladas en una en el mundo terrenal. Es por esto que la historia es la lucha entre estas dos fuerzas condensadas en el Mundo creado por Dios, y más concretamente en el poder político. Agustín, por tanto, defiende que le poder político terrenal debe de imitar a la Ciudad Celeste que triunfará en el Juicio Final sobre la de la Ciudad del Pecado. El poder terrenal debe quedar supeditado y subordinado al poder espiritual. La unión de ambos poderes se condensa en el poder eclesiástico, siendo su monarca universal el Papa. 

La filosofía de Agustín, la cual expone en su  La Ciudad de Dios, supone un cuerpo doctrinal para todas las acciones que toma la naciente Iglesia y el Papado en el plano político a raíz de la ausencia del Emperador en Roma e Italia. En función de esto, el obispado de Roma empieza a reclamar la supremacía sobre todos los demás, sometiendo con relativa facilidad todos los occidentales. Ante la incapacidad de los emperadores bizantinos para garantizar la seguridad de las tierras pontífices de las amenazas de los lombardos, el Papa busca el respaldo del reino de los francos, coronando el Papa León III al rey de los francos, Carlomagno, como Emperador de Occidente, siendo subordinado y defensor de la cristiandad, y en consecuencia del propio Papa. 

Esta acumulación de poder que sufrió la Iglesia de Roma, proporcionó a esta la supremacía sobre toda la comunidad cristiana occidental, aplastando todo movimiento herético y comandando grandes (y desastrosas) operaciones militares como fueron las Cruzadas. De hecho, el Cisma de Oriente, que se produjo en el 1054, no fue a casusa de grandes diferencias teológicas entre la iglesia griega y romana, sino en una cuestión política y administrativa, centradas en dos cuestiones, el idioma de la liturgia (latín o griego) y el enfrentamiento entre el Papa y el Patriarca de Constantinopla, el cual era un subordinado del Emperador Bizantino. Este Cisma fue una de las primeras fisuras del poder político del Papado. 

VI 

Terminado este ensayo de un ensayo, creo llegar a entender cual es la esencia del catolicismo. Esta no es el mensaje de Cristo ni la universalidad, pues casi todas las ramas del cristianismo poseen estas características. El catolicismo se diferencia de las demás ramas del cristianismo en su misma sede, Roma. El catolicismo es la romanización del mensaje cristiano, siendo el Papa el remanente del antiguo Emperador. La estructura eclesiástica católica está increíblemente concentrada en la curia romana y el Papa, tanto que la Ciudad del Vaticano, el país más pequeño del Mundo, aun tiene un gran poder político, económico y diplomático por todo el Globo. 

Es así que la anécdota con la que empecé este opúsculo queda resuelta. La Santa Trinidad no es verdadera por la estructura lógica de su doctrina, sino porque la espada pontífice dicta sentencia sobre las almas de aquellos que bajo su égida gobierna. La dogmática católica, lejos de sostenerse por las aburridas y tediosas doctrinas tomísticas que tantos intelectuales españoles reivindican sobre la "irracionalidad de anglosajona", lo hace por medio de la lógica del acero. 

Con todo esto que acabo de comentar en estrechos párrafos, solo espero que el querido lector, cuando pasee por las calles de su ciudad o los campos de su pueblo, y vea imponerse una monumental catedral o una humilde parroquia rural, piense que aquella no es un simple edifico destinado al culto, sino que son resquicios (por no decir ruinas) del esplendor Romano, pues donde ahora predican en soledad obispos, curas y párrocos, antaño gobernaban cónsules, procuradores y legiones romanas. Es así que el Imperio simplemente cambio las águilas por cruces, pero sin dejar de alzar la espada... 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La escula Austria de economía y la pseudociencia de la praxología

 Una de las escuelas de pensamiento económica que se se ha puesto de moda entre muchos políticos, ideólogos y demás difamadores es la escuel...