A finales del siglo XIX la filosofía teoría había llegado a un callejón sin salida. El idealismo alemán empuñaba las especulaciones abstractas de Hegel (1770-1831) como ídolos de ceniza frente al positivismo francés. Este último, obnubilado por los avances científicos y el empirismo, se alzó contra la teología y la metafísica, pero sin poder generar un sistema alternativo que pudiera convencer a todos los pensadores, provocando que muchos se erigieran en contra de este. A su vez, una serie de científicos e intelectuales alemanes, artos del idealismo hegeliano asfixiante que se respiraba en las universidades teutonas, encontraron en Kant (1724-1804), y en especial en su Crítica a la razón pura (1781), un espíritu y actitud más moderada y rígida con las teorías científicas y con las especulaciones metafísicas.
El neokantismo se desarrolló no solo entre los profesores
universitarios de filosofía como Herman Cohen (1842-1918) o Ernst Cassirer
(1874-1945) entre otros, sino que fue muy popular entre científicos de la época
como Hermann von Helmholtz (1821-1894) o Gustav Theodor Fechner (1801-1887) entre
otros. Esta escuela de filosofía, según Ortega y Gasset (1883-1955), quedó
relegada una función “fronteriza”, es decir, que se limitaba garantizar el
rigor científico y apartar a la filosofía de los yermos campos de la metafísica
especulativa por medio del idealismo trascendental fundado por Kant. A parte del
positivismo, el idealismo alemán y el neokantismo, la filosofía de esta época
también era asediada por el materialismo dialéctico, el retoño teórico que
parió con gran dolor el marxismo. Su gran sistematizador fue Friedrich Engels
(1820-1895), el cual desarrolló los fundamentos y dogmas de esta teoría,
apartando al marxismo filosófico de los nuevos avances científicos que trajo
los primeros años del S.XX, como la mecánica relativista, la física cuántica o
las nuevas investigaciones en antropología, economía o psicología.
La filosofía continental se había enquistado en estas
escuelas, produciendo enormes cantidades de escritos y libros, pero no pudiendo
conquistar ninguna la supremacía paradigmática. Es así que un conjunto de
científicos y filósofos empezaron a alzarse contra esta filosofía tradicional,
argumentado que muchos de los grandes problemas que había aquejado a la
filosofía desde su nacimiento en las costas de la Antigua Grecia, eran
realmente pseudoproblemas, cuestiones sin sentido que había surgido a un mal
uso del lenguaje y a una mala implementación de los conceptos y de las
categorías que caracterizan al lenguaje.
Este giro lingüístico y formal por parte de una serie de
pensadores se conoce como filosofía analítica, la cual pretender fundamentar las
hipótesis y teorías filosóficas por medio de proposiciones con sentido y
esclareciendo todos los conceptos y categorías de las que se haga uso. El
fundador de esta concepción de la filosofía es Gottlob Frege (1848-1925),
lógica, matemático y profesor de filosofía alemán en la universidad de Jena
durante los finales del S. X.I.X y principios de S. X.X. La actividad principal
de Frege fue en el campo de las matemáticas, la lógica y la semántica.
Frege fue un claro defensor de la postura logicista frente a
las matemáticas. Esto quiere decir que defendía que las verdades matemáticas
podían reducirse a las verdades lógicas, siendo estas los principios elementales
del pensamiento de lo verdadero. No obstante, la concepción logicista de Frege
es bastante limitada, pues solo contempla la reducción de la aritmética y la
teoría de conjuntos a la propia lógica, mientras que respecto a la geometría tuvo
una postra mucho más kantiana hasta la etapa final de su vida. En su gran obra
Fundamentos de la Aritmética (1884), Frege establece todos los principios y
métodos para exponer los axiomas y conceptos matemáticos al lenguaje formal que
había establecido en su Ideografía (1874).
Tras la demoledora crítica que recibirá por parte de Bertrand
Russel (1872-1970), Frege abandona sus esperanzas de basar la aritmética a la
lógica formal, especulando el posible papel de la geometría en su sistema lógico.
En cuanto a este último punto, Frege entendía los axiomas de la geometría desde
un punto de vista clásico.
Una teoría axiomática es un conjunto de verdades acerca de
un ámbito determinado de la realidad (en este caso la geometría), organizado de
tal manera que casi todos los conceptos que intervienen en la teoría son
definidos a partir de unos pocos conceptos elementales, los cuales no son
definidos, siendo todas las verdades que componen la teoría son demostradas a
partir de unas pocas verdades o axiomáticas que no son demostradas por su
presunta evidencia (Mosterín, 1980). Frege expandió y mejoró este enfoque por
medio de la aclaración y exposición de los métodos de inferencia de estos
axiomas. No obstante, con el auge de las geometrías no euclidianas por parte de
varios autores como Gauss, Bolyai o Lobatchevski, esta concepción clásica de
las teorías axiomáticas clásica quedo relegada al puro ostracismo, como el propio
Frege (Mosterín, 1980).
El primer artículo trata sobre la distinción que realiza Frege entre objeto y función. Para este, todo lo que hay y todo de lo que se puede hablar es o un objeto o una función. Las cosas concretas, como los animales, los planetas, las personas o los valores veritativos (lo verdadero y lo falso) son objetos, son entidades a las que nuestro lenguaje hacer referencia. Mientras que la función es el elemento “no saturado” de nuestras proposiciones, la cual por sí solo no dice nada, sino que necesita de un elemento “saturado” (objeto) para poder tener sentido. La función puede ser de dos tipos, conceptos y relaciones. Un concepto es una función de un argumento cuyos valores son valores veritativo, mientras que una relación es una función de dos argumentos cuyos valores son valores veritativos (Mosterín 1980).
Los números son tratados por Frege como extensiones conceptuales. Esto quiere decir que los números son clases de clases. Los números son conjuntos de conjuntos de objetos que comparten una o varias propiedades en común. Desde la perspectiva de Frege, los números son conjuntos que tienen realidad ontológica en sí mismos, una clara postura platónica. En relación con esta distinción, Frege diferencia entre nombres (o expresiones nominales) y expresiones fuctoriales. Los primeros son elementos saturados y hacen referencia a objetos, mientras que las segundas son expresiones lingüísticas que designan a una función determinada (Mosterín, 1980).
El segundo artículo, Sobre el sentido y la referencia,
supone el aporte más importante que realiza Frege a la semántica y la filosofía
del lenguaje. Según Frege, el lenguaje se asienta sobre dos elementos
fundamentales, el sentido y la referencia. Esta última se entiende como el
objeto o argumento extramental que designa una palabra o una proposición
determinada, mientras que el sentido es la forma en la que se hace referencia a
un objeto o argumento. La referencia es la base extramental u ontológica que
subyace a casi todas las estructuras lingüísticas, mientras que el sentido es el
pensamiento (no confundir con representación mental, la cual es subjetiva) al
que se asocia a dicha referencia. Esto explica que expresiones como “la piedra
de Abraham” y la “Mezquita de la Piedra”, tenga la misma referencia, una formación
rocosa con una serie de cualidades físicas y químicas, pero que tengan sentidos
diferentes.
Frege admitía que había expresiones que no tienen referencia,
pero que la alusión a la referencia es indispensable para un adecuado análisis
y uso del lenguaje, algo por lo que es bastante criticado. Este último punto es
lo que le separa tajantemente de la fenomenología de Husserl, pues a pesar de que
este último acepto el logicismo objetivo de Frege, no se preocupó por las
consecuencias ontológicas de su sistema. La filosofía de Frege, más allá del análisis
lingüístico, es una fundamentación ontológica del lenguaje, pues para este
autor, el lenguaje debe de hacer referencia a entidades objetivas, sean reales
(los planetas, los animales…) o no-reales (los números, las entidades
geométricas…). La ontología de Frege supone la culminación del realismo
metafísico clásico, en que cada expresión dada por el lenguaje se le asocia una
entidad objetiva concreta. Este presupuesto será aceptado por Wittgenstein,
pero este último entenderá que esta posición no puede ser demostrable mediante
el lenguaje, ya que no hay ninguna experiencia que indique la correspondencia
entre el mundo objetivo y el lenguaje…
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