El pensamiento de
Nietzsche surge de la descomposición final del idealismo hegemónico que había
marcado a la filosofía continental durante todo el siglo XIX desde Kant a
Dilthey. Este idealismo de ascendencia germánica es fundado por Kant,
encontrando su máximo apogeo en la filosofía de Hegel. Sin embargo, con la
muerte de este último, el idealismo empieza a declinar de forma acelerada. De
hecho, la filosofía de Nietzsche no puede comprenderse si no se entiende la
crítica a la filosofía kantiana y al idealismo en general por parte de su gran
maestro, Arthur Schopenhauer (1788-1860). Este último entendía que la realidad
de la cosa en sí estipulada por Kant no era de naturaleza racional, sino que
era una entidad metafísica dinámica y universal a la que Schopenhauer denomina
voluntad. Nietzsche recoge esta consideración de la voluntad y la aplica a los
grandes valores éticos que según él han conducido a la cultura occidental desde
Sócrates hasta él mismo, a saber, la supremacía del mundo inteligible o
"racional" sobre el mundo sensual.
La filosofía de
Nietzsche puede considerarse como la máxima expresión del espíritu romántico, a
saber, la restauración de la voluntad frente al dominio de la razón. Es por
ello por lo que se suele denominar como vitalistas las doctrinas de este
pensador tan peculiar. Ante la esterilidad del idealismo alemán, Nietzsche
pretende rescatar el antiguo espíritu naturalista de los filósofos
presocráticos, sobre todo el ideal de Heráclito. Las concepciones dinámicas y
naturales de este último fueron desterradas por lo que Nietzsche denomina la
decadencia del espíritu griego, la figura de Sócrates, pero, sobre todo, el
platonismo, la subordinación del mundo de las cosas al de las ideas.
En varios libros
como el nacimiento de la tragedia (1871) o El ocaso de los ídolos o
cómo se filosofa a martillazos (1889) Nietzsche entiende la evolución de la
cultura occidental como la lucha entre los valores dionisiacos, encarnados en
la vitalidad, el placer y lo sensual, y los valores apolíneos, representados
por la razón y lo abstracto. Según este autor, filósofos como Heráclito o
Epicuro representaban el equilibrio entre estas dos fuerzas, siendo hombres de
gran sabiduría que, según Nietzsche, entendían la naturaleza del mundo. Sin
embargo, la cultura griega sucumbió a los encantos del idealismo platónico,
alzando la razón y a las ideas abstractas como gobernantes universales.
Es en este punto en
el cual Nietzsche identifica la germinación de la peor enfermedad espiritual
que carcome a Occidente, el cristianismo. Esta religión es tachada por
Nietzsche como una enfermedad que surge de las clases más bajas y degeneradas,
el populacho y los esclavos. De hecho, su odio visceral hacia el cristianismo
llega a tal punto que la maldice como una perversión de mujeres y esclavos.
Para Nietzsche el cristianismo es la moralidad del esclavo, la reconversión de
los valores aristocráticos de la fuerza, la vitalidad y la hombría como maldad
y opresión, mientras que la perversión, el ascetismo obsesivo, la represión
sexual y la victimización en humildad, compasión y solidaridad. La moral
cristiana transformó al guerrero aristocrático y libre en el soldado uniformado
y deshumanizado.
A raíz de la
conquista del cristianismo de la espiritualidad de occidente, este impuso una
serie de valores que eclipsaron el culto al cuerpo, el devenir y la sensualidad,
por los “grandes valores” metafísicos e inmutables. Nietzsche combate contra
estos, siendo su gran descubrimiento que la moral cristiana se basa en
resentimiento del esclavo ante el señor, una “rebelión de las masas” como diría
el propio Ortega y Gasset. Con este rechazo a la cultura oficial, Nietzsche
expone sus cuatro grandes temas en varios de sus libros, siendo su gran obra Así
habló Zaratustra (1883,1885), la síntesis de estos temas en un lenguaje
cargado al extremo de símbolos y aires proféticos. Estos grandes temas o
“canciones” son: La muerte de Dios, la llegada del superhombre, el eterno
retorno y la voluntad de poder.
La muerte de
Dios
Este es el primero
de los grandes temas de la filosofía de Nietzsche. Dios no representa una
entidad teológica desde el punto de vista religioso (de hecho, Nietzsche
declara en varios pasajes que, para él, el ateísmo no es una postura
intelectual, sino algo que siempre ha sido natural en él), sino en las grandes
ideas metafísicas que han guiado a la cultura occidental. La concepción del Ser
que parte con Parménides y seguida por todos los demás filósofos (el Ser como
algo determinado), es atacado por Nietzsche como una especulación estéril que
castra el dinamismo orgiástico de la vida. Para este autor, la vida es puro
hacer, puro devenir, siendo las ideas abstractas fríos espejos en los que se
pierde todo su luminosidad y color. Dios
representa, siguiendo a Kant, como la mayor idea a la que aspira la Razón.
Para Nietzsche, esta
última es una farsa vacía que esclaviza a los hombres y los apartan del mundo
verdadero, el mundo de la carne y los sentidos. Pero con el descubrimiento de
esta farsa (y la evidente secularización sociocultural que el propio Nietzsche
experimentó), las grandes ideas que había guiado a la humanidad son desveladas
como ídolos que aplasta la voluntad del hombre, castrándolo espiritualmente,
como las jorobas de un camello. Ante la decadencia del mundo de las ideas y de
la moral de raíz cristiana, Nietzsche anticipa el ocaso del último hombre, la
superación del nihilismo, pero, sobre todo, la llegada del superhombre, el
verdadero triunfo de la voluntad del espíritu noble frente la masa esclavizada
y esclavizadora.
El superhombre
Ante la caída de los
grandes valores, Nietzsche ve la extensión de un enorme crepúsculo sobre la
humanidad, una era de nihilismo sin igual que termina por disolver toda la
cultura occidental. La destrucción de los ídolos, el último hombre se ve
avocado al vacío, a la nada, al nihilismo, lo que Nietzsche llamaba en su Genealogía
de la moral (1887) el nuevo budismo europeo. Esta actitud diluyente trae
consigo ese nuevo culto a la nada, ese afán positivista por diseccionar todas
las ideas que se le presenta al hombre. No obstante, este nihilismo no es el
fin en sí mismo, sino que es un medio para algo superior, un hombre mucho más
elevado y fortalecido, lo que Nietzsche llama el superhombre. A pesar de su
aparente darwinismo social, Nietzsche no entiende a este último desde una
concepción racista, es decir, la llegada de una raza superior de hombre que
conquiste la tierra y el espíritu occidental como pretendían sus deformadores
fascistas, sino que el superhombre es aquel que se tiene en sí mismo como valor
absoluto.
Aquel hombre que
esté más allá de los grandes ídoslos de Dios, la nación o la cultura llega a
una existencia superior, en la cual él es legislador y ejecutor de sus propios
actos, forjando su propia moralidad mediante la sensualidad y la fortaleza
física y espiritual. Nietzsche ve en el superhombre un canto a la vitalidad
natural, a la fuerza, la sensibilidad y el propio honor, asemejándose más a un
epicúreo romántico que ha un recalcitrante nacionalista antisemita. El
superhombre es el nuevo amanecer, el canto de mediodía, aquel que guía su
propia moralidad por medio del pensamiento más profundo de Nietzsche, el eterno
retorno.
El eterno
retorno
La idea de eterno
retorno es uno de los conceptos claves de la filosofía positiva de Nietzsche.
Esta idea tiene dos interpretaciones, una metafísica, y otra moral, siendo esta
última la más interesante y plausible.
Desde una óptica
metafísica, Nietzsche entiende que el universo está compuesto por una cantidad
finita de átomos de materia. Estos se organizan en múltiples formas durante un
tiempo infinito. Al ser la cantidad finita y el tiempo infinito, estos átomos repiten
configuraciones de forma indefinida, siendo que, aunque nuestras vidas acaben y
volvamos a la nada de la que venimos, nuestras vidas se repiten exactamente
igual en una infinidad de veces, viviendo las mismas vidas una y otra vez hasta
e infinito. Nietzsche entiende el universo como un ciclo que se desarrolla
indefinidamente, acercándose a la concepción cosmológica del propio Heráclito.
Esta interpretación metafísica del eterno retorno es compartida por algunos
modelos cosmológicos que describen al universo como una singularidad que se
expande y contrae indefinidamente. Sin embargo, estas explicaciones
cosmológicas no tienen mucha evidencia empírica, siendo la hipótesis del gran
desgarro mucho más aceptada por los cosmólogos actuales. No obstante, esta
concepción cíclica de Nietzsche encuentra un símil en el teorema de recurrencia
de H. Poncairé (1854-1912). Este afirma que en un sistema de energía finita y
confinado en un volumen espacial finito e invariable en el tiempo, retornará a
un estado arbitrariamente a la inicial.
La concepción moral
de este concepto es mucho más interesante, siendo expuesto por primera vez en La
gaya ciencia (1882). Esta quiere decir que, en el caso de que el eterno
retorno sea cierto, cómo debe de actuar el hombre moralmente ante la repetición
infinita de sus propios actos. Nietzsche responde: actuar de aquella forma en
la que a uno no le importe repetirlo eternamente. Este el gran principio moral
por el cual se guía a sí mismo el superhombre. Este último no debe recurrir a
grandes ídolos como la religión o el nacionalismo, ni sucumbir ante el más
absoluto sin sentido que le indica el nihilismo, sino que el nuevo hombre debe
actuar de aquella forma de la que se orgullezca por sí mismos, pues si fuesen
sus actos repetidos eternamente, este lloraría de felicidad por la gracia de
estos.
Nietzsche invita a
disfrutar de la vida, abrazar la sensualidad, el arte y el conocimiento crítico
y no dejarse esclavizar por ningún culto autodestructivo (como el
cristianismo). La filosofía nietzscheana no es un nihilismo negativo, sino un
canto a la vitalidad y el positivismo, la restauración de la dignidad de la
carne y el cuerpo, siendo el eterno retorno aquello por lo que se guía la gran
fuerza intelectual de Nietzsche, la voluntad de poder.
La voluntad de
poder
La voluntad de poder
es un concepto difuso y oscuro de la filosofía de Nietzsche. En su último
libro, la voluntad de poder (1901), es una vaga colección de fragmentos y
manuscritos que fueron recopilados por su hermana y por sus editores, por los
cual se muestran muchos fragmentos que desentonan con la figura del propio
autor, tal y como expone Eugen Fink en su genial libro la filosofía de
Nietzsche (1960). No obstante, en esta obra póstuma Nietzsche expone la
voluntad de poder como el sustrato ontológico de la propia realidad, siendo
todo lo que existe un conjunto de fuerzas dinámicas en contradicción y no
entidades estáticas.
Esta pretendía ser
la gran obra positiva de Nietzsche, el la cual este funda una nueva metafísica
en la que se sustentaría su ansiado superhombre. Adelantándose al propio
Heidegger (y sin ser una empedernido nacionalista y antisemita alemán como fue
este último), Nietzsche ve en el devenir y no en el ente el verdadero ser,
siendo la existencia un río bravo en el que todo fluye, nace, muere y renace en
un infinito retornar. Antes de consumirse en su locura final, Nietzsche lanzó
un canto a la vida, un himno a la voluntad y un nuevo humanismo…
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