viernes, 1 de abril de 2022

Nietzsche y la ontología de la voluntad

Friedrich Nietzsche (1884-1900) es uno de los pensadores más controvertidos de toda la historia de la filosofía occidental. Personalidades tan respetadas como Bertrand Russell (1872-1970) afirman sin tapujos que este filósofo alemán es una de las grandes fuentes intelectuales del fascismo, en especial del nazismo alemán. Sin embargo, otros especialistas como Sartre o Gadamer han expuesto serias dudas a esta interpretación filofascista del pensamiento de Nietzsche, pues muchos de sus escritos más tardíos fueron censurados y distorsionados por su hermana y por sus editores, abiertamente antisemitas y fascistas. Es por ello por lo que Nietzsche ha sido una personalidad muy compleja y controvertida, siendo defendido y atacado por muchos pensadores posteriores a él. Pero, cuál era el contexto cultural y filosófico de este autor, y cuáles son sus doctrinas fundamentales. 

El pensamiento de Nietzsche surge de la descomposición final del idealismo hegemónico que había marcado a la filosofía continental durante todo el siglo XIX desde Kant a Dilthey. Este idealismo de ascendencia germánica es fundado por Kant, encontrando su máximo apogeo en la filosofía de Hegel. Sin embargo, con la muerte de este último, el idealismo empieza a declinar de forma acelerada. De hecho, la filosofía de Nietzsche no puede comprenderse si no se entiende la crítica a la filosofía kantiana y al idealismo en general por parte de su gran maestro, Arthur Schopenhauer (1788-1860). Este último entendía que la realidad de la cosa en sí estipulada por Kant no era de naturaleza racional, sino que era una entidad metafísica dinámica y universal a la que Schopenhauer denomina voluntad. Nietzsche recoge esta consideración de la voluntad y la aplica a los grandes valores éticos que según él han conducido a la cultura occidental desde Sócrates hasta él mismo, a saber, la supremacía del mundo inteligible o "racional" sobre el mundo sensual. 

La filosofía de Nietzsche puede considerarse como la máxima expresión del espíritu romántico, a saber, la restauración de la voluntad frente al dominio de la razón. Es por ello por lo que se suele denominar como vitalistas las doctrinas de este pensador tan peculiar. Ante la esterilidad del idealismo alemán, Nietzsche pretende rescatar el antiguo espíritu naturalista de los filósofos presocráticos, sobre todo el ideal de Heráclito. Las concepciones dinámicas y naturales de este último fueron desterradas por lo que Nietzsche denomina la decadencia del espíritu griego, la figura de Sócrates, pero, sobre todo, el platonismo, la subordinación del mundo de las cosas al de las ideas.

En varios libros como el nacimiento de la tragedia (1871) o El ocaso de los ídolos o cómo se filosofa a martillazos (1889) Nietzsche entiende la evolución de la cultura occidental como la lucha entre los valores dionisiacos, encarnados en la vitalidad, el placer y lo sensual, y los valores apolíneos, representados por la razón y lo abstracto. Según este autor, filósofos como Heráclito o Epicuro representaban el equilibrio entre estas dos fuerzas, siendo hombres de gran sabiduría que, según Nietzsche, entendían la naturaleza del mundo. Sin embargo, la cultura griega sucumbió a los encantos del idealismo platónico, alzando la razón y a las ideas abstractas como gobernantes universales.

Es en este punto en el cual Nietzsche identifica la germinación de la peor enfermedad espiritual que carcome a Occidente, el cristianismo. Esta religión es tachada por Nietzsche como una enfermedad que surge de las clases más bajas y degeneradas, el populacho y los esclavos. De hecho, su odio visceral hacia el cristianismo llega a tal punto que la maldice como una perversión de mujeres y esclavos. Para Nietzsche el cristianismo es la moralidad del esclavo, la reconversión de los valores aristocráticos de la fuerza, la vitalidad y la hombría como maldad y opresión, mientras que la perversión, el ascetismo obsesivo, la represión sexual y la victimización en humildad, compasión y solidaridad. La moral cristiana transformó al guerrero aristocrático y libre en el soldado uniformado y deshumanizado.

A raíz de la conquista del cristianismo de la espiritualidad de occidente, este impuso una serie de valores que eclipsaron el culto al cuerpo, el devenir y la sensualidad, por los “grandes valores” metafísicos e inmutables. Nietzsche combate contra estos, siendo su gran descubrimiento que la moral cristiana se basa en resentimiento del esclavo ante el señor, una “rebelión de las masas” como diría el propio Ortega y Gasset. Con este rechazo a la cultura oficial, Nietzsche expone sus cuatro grandes temas en varios de sus libros, siendo su gran obra Así habló Zaratustra (1883,1885), la síntesis de estos temas en un lenguaje cargado al extremo de símbolos y aires proféticos. Estos grandes temas o “canciones” son: La muerte de Dios, la llegada del superhombre, el eterno retorno y la voluntad de poder.

La muerte de Dios

Este es el primero de los grandes temas de la filosofía de Nietzsche. Dios no representa una entidad teológica desde el punto de vista religioso (de hecho, Nietzsche declara en varios pasajes que, para él, el ateísmo no es una postura intelectual, sino algo que siempre ha sido natural en él), sino en las grandes ideas metafísicas que han guiado a la cultura occidental. La concepción del Ser que parte con Parménides y seguida por todos los demás filósofos (el Ser como algo determinado), es atacado por Nietzsche como una especulación estéril que castra el dinamismo orgiástico de la vida. Para este autor, la vida es puro hacer, puro devenir, siendo las ideas abstractas fríos espejos en los que se pierde todo su luminosidad y color.  Dios representa, siguiendo a Kant, como la mayor idea a la que aspira la Razón.

Para Nietzsche, esta última es una farsa vacía que esclaviza a los hombres y los apartan del mundo verdadero, el mundo de la carne y los sentidos. Pero con el descubrimiento de esta farsa (y la evidente secularización sociocultural que el propio Nietzsche experimentó), las grandes ideas que había guiado a la humanidad son desveladas como ídolos que aplasta la voluntad del hombre, castrándolo espiritualmente, como las jorobas de un camello. Ante la decadencia del mundo de las ideas y de la moral de raíz cristiana, Nietzsche anticipa el ocaso del último hombre, la superación del nihilismo, pero, sobre todo, la llegada del superhombre, el verdadero triunfo de la voluntad del espíritu noble frente la masa esclavizada y esclavizadora.

El superhombre

Ante la caída de los grandes valores, Nietzsche ve la extensión de un enorme crepúsculo sobre la humanidad, una era de nihilismo sin igual que termina por disolver toda la cultura occidental. La destrucción de los ídolos, el último hombre se ve avocado al vacío, a la nada, al nihilismo, lo que Nietzsche llamaba en su Genealogía de la moral (1887) el nuevo budismo europeo. Esta actitud diluyente trae consigo ese nuevo culto a la nada, ese afán positivista por diseccionar todas las ideas que se le presenta al hombre. No obstante, este nihilismo no es el fin en sí mismo, sino que es un medio para algo superior, un hombre mucho más elevado y fortalecido, lo que Nietzsche llama el superhombre. A pesar de su aparente darwinismo social, Nietzsche no entiende a este último desde una concepción racista, es decir, la llegada de una raza superior de hombre que conquiste la tierra y el espíritu occidental como pretendían sus deformadores fascistas, sino que el superhombre es aquel que se tiene en sí mismo como valor absoluto.

Aquel hombre que esté más allá de los grandes ídoslos de Dios, la nación o la cultura llega a una existencia superior, en la cual él es legislador y ejecutor de sus propios actos, forjando su propia moralidad mediante la sensualidad y la fortaleza física y espiritual. Nietzsche ve en el superhombre un canto a la vitalidad natural, a la fuerza, la sensibilidad y el propio honor, asemejándose más a un epicúreo romántico que ha un recalcitrante nacionalista antisemita. El superhombre es el nuevo amanecer, el canto de mediodía, aquel que guía su propia moralidad por medio del pensamiento más profundo de Nietzsche, el eterno retorno.

El eterno retorno

La idea de eterno retorno es uno de los conceptos claves de la filosofía positiva de Nietzsche. Esta idea tiene dos interpretaciones, una metafísica, y otra moral, siendo esta última la más interesante y plausible.

Desde una óptica metafísica, Nietzsche entiende que el universo está compuesto por una cantidad finita de átomos de materia. Estos se organizan en múltiples formas durante un tiempo infinito. Al ser la cantidad finita y el tiempo infinito, estos átomos repiten configuraciones de forma indefinida, siendo que, aunque nuestras vidas acaben y volvamos a la nada de la que venimos, nuestras vidas se repiten exactamente igual en una infinidad de veces, viviendo las mismas vidas una y otra vez hasta e infinito. Nietzsche entiende el universo como un ciclo que se desarrolla indefinidamente, acercándose a la concepción cosmológica del propio Heráclito. Esta interpretación metafísica del eterno retorno es compartida por algunos modelos cosmológicos que describen al universo como una singularidad que se expande y contrae indefinidamente. Sin embargo, estas explicaciones cosmológicas no tienen mucha evidencia empírica, siendo la hipótesis del gran desgarro mucho más aceptada por los cosmólogos actuales. No obstante, esta concepción cíclica de Nietzsche encuentra un símil en el teorema de recurrencia de H. Poncairé (1854-1912). Este afirma que en un sistema de energía finita y confinado en un volumen espacial finito e invariable en el tiempo, retornará a un estado arbitrariamente a la inicial.

La concepción moral de este concepto es mucho más interesante, siendo expuesto por primera vez en La gaya ciencia (1882). Esta quiere decir que, en el caso de que el eterno retorno sea cierto, cómo debe de actuar el hombre moralmente ante la repetición infinita de sus propios actos. Nietzsche responde: actuar de aquella forma en la que a uno no le importe repetirlo eternamente. Este el gran principio moral por el cual se guía a sí mismo el superhombre. Este último no debe recurrir a grandes ídolos como la religión o el nacionalismo, ni sucumbir ante el más absoluto sin sentido que le indica el nihilismo, sino que el nuevo hombre debe actuar de aquella forma de la que se orgullezca por sí mismos, pues si fuesen sus actos repetidos eternamente, este lloraría de felicidad por la gracia de estos.

Nietzsche invita a disfrutar de la vida, abrazar la sensualidad, el arte y el conocimiento crítico y no dejarse esclavizar por ningún culto autodestructivo (como el cristianismo). La filosofía nietzscheana no es un nihilismo negativo, sino un canto a la vitalidad y el positivismo, la restauración de la dignidad de la carne y el cuerpo, siendo el eterno retorno aquello por lo que se guía la gran fuerza intelectual de Nietzsche, la voluntad de poder.

La voluntad de poder

La voluntad de poder es un concepto difuso y oscuro de la filosofía de Nietzsche. En su último libro, la voluntad de poder (1901), es una vaga colección de fragmentos y manuscritos que fueron recopilados por su hermana y por sus editores, por los cual se muestran muchos fragmentos que desentonan con la figura del propio autor, tal y como expone Eugen Fink en su genial libro la filosofía de Nietzsche (1960). No obstante, en esta obra póstuma Nietzsche expone la voluntad de poder como el sustrato ontológico de la propia realidad, siendo todo lo que existe un conjunto de fuerzas dinámicas en contradicción y no entidades estáticas.

Esta pretendía ser la gran obra positiva de Nietzsche, el la cual este funda una nueva metafísica en la que se sustentaría su ansiado superhombre. Adelantándose al propio Heidegger (y sin ser una empedernido nacionalista y antisemita alemán como fue este último), Nietzsche ve en el devenir y no en el ente el verdadero ser, siendo la existencia un río bravo en el que todo fluye, nace, muere y renace en un infinito retornar. Antes de consumirse en su locura final, Nietzsche lanzó un canto a la vida, un himno a la voluntad y un nuevo humanismo… 



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