viernes, 29 de abril de 2022

La escuela de Frankfurt y la nueva concepción social de la filosofía

 El marxismo es una de las grandes corrientes filosóficas que empapa multitud de disciplinas dentro de las popularmente llamadas ciencias sociales. Ramas como la economía, la sociología, la psicología o la antropología albergan escuelas de clara influencia marxista. Sin embargo, estas últimas no se han limitado a aplicar los rígidos esquemas del marxismo clásico a sus respectivos campos, sino que han recogido su espíritu materialista y crítico para dar nuevas perspectivas en el estudio de fenómenos sociales cada vez más complejos (Cruz, 2010 ). 

La escuela de Fráncfort, imbuido por este espíritu marxista, supuso un cambio de enfoque en la sociología como ciencia. Dicha escuela contiene pensadores y teorías muy heterogéneas, separadas tanto por el tiempo como por la ideología. No obstante, todas estas parten de una base común, una actitud crítica hacia la sociedad y las fuerzas subyacentes que la mantienen. Para ello, los fundadores de la escuela, Theodor Adorno (1903-1969) y Max Horkheimer (1895-1972), recogieron el análisis dialéctico de Hegel, la teoría socioeconómica de Marx, las reflexiones teóricas sobre el Estado de Weber, y el emergente psicoanálisis freudiano (Cruz, 2010 ). 

Lo que suele llamarse la primera generación de la Escuela, capitaneada por Adorno y Horkheimer [a los que se suele relacionar con Herbert Marcuse (1898-1979), Erich Fromm (1900 a 1980) o Walter Benjamín (1892-1940)], entiende que las estructuras sociales, las cuales son un producto de las dinámicas económicas, son las que moldean y transforman los deseos más profundos de los ciudadanos con el fin de garantizar una “correcta” forma de pensar, expresarse y desear”, mediante la utilización masiva de la educación reglada y los medios de comunicación capitalistas. Los diferentes fenómenos psicosociales y culturales que caracterizan a una sociedad no son un producto libre y espontáneo, sino que son estructuras prefijadas por las estructuras estatales y por los grandes capitales con el fin de mantener la dinámica capitalista de explotación, satisfaciendo los deseos de la clase trabajadora mediante una potente industria cultural, manteniéndola alejada de la conciencia de clases y la crítica social (Cruz, 2010 ). 

En el caso de Adorno, el capitalismo existe una especie de visión racionalista que encuentra sus bases en la Ilustración europea. En su libro Dialéctica de la ilustración (1944), Adorno afirma que durante la Ilustración se originó la concepción de la razón como instrumento de dominación sobre la naturaleza y el semejante (Adorno, 2020). Esta razón instrumental entiende a todos las entidades naturales y sociales como un conjunto de fenómenos cuantificables, analizables y, sobre todo, manipulables por el propio hombre. Esto justificaría la Razón a utilizar la naturaleza y a la sociedad como meros instrumentos para un fin determinado, sea el incremento de la producción industrial (capitalismo burgués), la construcción del socialismo real (Unión Soviética) o el crecimiento del consumo de forma indefinida (neoliberalismo). Desde este punto de vista, la naturaleza es reducida a un conjunto de materias primas a explotar, mientras que los seres humanos son reducidos al concepto de capital humano, el sujeto ideal de explotación (Adorno, 2020). 

Desde esta postura crítica, Adorno y Horkheimer caen en un cierto pesimismo, pues argumentan que cualquier movimiento social que quiera cambiar dicha situación, adquirir fuerza, acaba en dos derroteros: o es fagocitado por las estructuras estatales y económicas, o conquista el poder, formando un nuevo sistema de represión física y cultural para mantener el poder. Es por ello por lo que estos autores fueron especialmente críticos con e marxismo soviético, tachándolo de escolástica soviética, debido a que el leninismo se convirtió en una nueva forma de razón instrumental (quizás su forma más brutal), pues justificaba cualquier acción por brutal que sea, con el objetivo de crear un nuevo hombre, el homo sovieticus (Cruz, 2010 ). 

El pesimismo social de Adorno y Horkheimer hizo que otros autores de la escuela plantearan vías alternativas para poder justificar la acción social con un objetivo transformador. Este es el caso de Herbert Marcuse o Erich Fromm. El primero, desde una óptica freudomarxista, entiende que el desarrollo de la civilización ha hecho que nuestros deseos más profundos y naturales se transfiguren en pensamientos, emociones y acciones “deseables socialmente”. Marcuse propone configurar una sociedad equitativa donde podamos expresar nuestros deseos y anhelos de una forma más relajada y democrática, entendiendo al hombre no como un ser unidimensional bajo la óptica capitalista, sino como una un ser social multipolar. Erich Fromm comparte muchas de estas reflexiones, aunque desde una óptica mucho más humanística. Fromm argumenta que las dinámicas socioeconómicas propias del capitalismo llevan a la frustración, la violencia, el consumismo y el nihilismo que aliena al hombre no solo en el plano material, sino también en el espiritual. Fromm propone un cambio de actitud, un socialismo con rostro humano (Cruz, 2010 ). 

Con el pasar del tiempo, una segunda generación de pensadores nació del seno de la Escuela de Frankfort, la cual reexamina de forma critica las teorías de Adorno y Horkheimer, además de hacer nuevas propuestas para el cambio social y la defensa de formas de vivir mucho más democráticas y satisfactorias. De entre todos estos especialistas, la figura de Jünger Habermas (1929) resuena con fuerza, habiendo tres grandes contribuciones a la filosofía actual de un gran talante racional y coherente, la Teoría de la acción comunicativa, la ética discursiva y la democracia deliberativa (Cruz, 2010 ). 

Habermas se parta de la concepción pesimista de la Ilustración de la primera generación. En su lugar, Habermas afirma que la razón ilustrada se caracteriza por su cosmopolitismo, es decir, por su capacidad para la comunicación entre varios agentes. Habermas distingue entre la acción instrumental, la cual se centra en la consecución de objetivos, y la acción comunicativa, la cual pretende la comunicación entre sujetos en un espacio común, intercambiando perspectivas y opiniones con el objetivo de entender al otro e integran nuestra realidad personal en un entramado social por medio de la deliberación (Habermas, 2011). 

La acción comunicativa discurre sobre lo que Habermas denomina “mundo de vida”. Este se define como el horizonte trascendental en el cual el hablante y el oyente pueden encontrarse mediante el lenguaje y el simbolismo. Desde esta óptica, el sujeto afirma la existencia del otro como igual, viendo la relación entre el sujeto y el otro (los otros) como interacción en el que los papeles de emisor y receptor cambian continuamente. Por medio de la acción comunitaria, las personas pueden entender el mundo por medio de la comunicación equitativa y libre, respetando la existencia y el valor del otro en todo momento. Los roles de emisor y receptor adquieren su propio dinamismo, en el cual en la que el otro tiene una función esencial para el sujeto que remite a los principios de igualdad y moralidad  (Habermas, 2011).

Por medio de la acción comunicativa, Habermas una nueva propuesta de ética, la ética discursiva. Habermas se considera a sí mismo como un universalista moral, es decir, para Habermas, la ética debe de ser una moral para todas las personas y culturas, una serie de valores y conductas deseables para toda la humanidad. Sin embargo, Habermas rechaza la concepción iusnaturalista y deontológica de la ética y el derecho, pues las concepciones morales universales provienen de principios metafísicos, sino de la acción comunicativa entre todos los implicados en un contexto histórico determinado. La ética discursiva, tal y como su nombre lo indica, se basa en el discurso entre las partes, en la deliberación por parte de los otros para ver qué es lo realmente bueno en general (Habermas, 2011).

Una de las principales críticas que realiza Habermas es a la teoría del desarrollo moral del psicólogo cognitivista Lawrence Kohlberg (1927-1987). Este último, influenciado por los trabajos de Jean Piaget (1896-1980), afirmaba en sus trabajos que las personas tienen un desarrollo evolutivo en cuento a sus concepciones morales, el cual se conforma por estadios. Según Kohlberg, solo muy pocas personas llegan al último estadio moral, en el cual la persona entiende que existen unos valores molares universales que van más allá de cualquier contexto o situación (Martínez, 2011). Es en este punto en el que Habermas crítica a Kohlberg. El filósofo alemán afirma que el desarrolló moral no finaliza en este estadio, sino que el culmen del desarrollo moral universal reside en que lo universal emerge de la comunicación con el otro. Esto quiere decir que una concepción moral universal solo es posible si el sujeto moral reconoce a los demás como iguales, una actitud cosmopolita de todas las personas y culturas (Martínez, 2011). 

Es en este punto cuando Habermas propone su famosa democracia deliberativa. Este modelo pretende aplicar los principios de la acción comunitaria y la ética discursiva a las decisiones políticas mediante un modelo de democracia participativa. Esta se basa la adopción de un procedimiento colectivo de toma de decisiones políticas que incluya la participación de todos los potencialmente afectados por tales decisiones, y que estaría basado en el principio de la deliberación, que implica la argumentación y discusión pública de las diversas propuestas (Velasco, 2009). 

Con todo esto Habermas pretende orientar la filosofía y las ciencias sociales a lo que él llama “El proyecto inconcluso de la modernidad”. Habermas pretende revitalizar la modernidad mientras la defensa de la razón ilustrada y cosmopolita con la base para garantizar el progreso social y democrático. Habermas, ante teorías posmodernas de origen francés, vuelve a encender la llama de la razón, siendo una de las grandes aportaciones actuales que ha dado la filosofía alemana. 

Por último, debe de mencionarse, aunque sea brevemente, la obra del filósofo y sociólogo Axel Honneth (1949). Siguiendo los trabajos de Habermas, Honneth propone su famosa Teoría del reconocimiento. Esta teoría afirma que los conflictos sociales no son producto de la autoconservación de las partes, sino que cada parte lucha por su propio reconocimiento. Los agentes del conflicto luchan por imponer su propia visión. De hecho, el propio Honneth se apoya en una tesis fundamental de Fichte, “el hombre solamente es hombre entre otros hombres”, una clara alusión a la teoría intersubjetivista de su maestro Habermas.   


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