lunes, 30 de mayo de 2022

Carlomagno y el nacimiento de Europa: la desintegración del Imperio Carolingio y el origen de las naciones europeas

 La Alta Edad Media es uno de los periodos más oscuros y olvidados de la Historia Europea debido a la escasa información que se tiene de este periodo en comparación con otras etapas históricas. Este supone un periodo de transición entre la estructura política y económica centralizada del Imperio Romano y el feudalismo medieval. Examinando la época inmediatamente posterior, la Baja Edad Media, aparece multitud de reinos y entidades feudales que recuerda a las nacionales actuales de Europa, como puede ser la Francia de los Capetos, El Reino de Inglaterra, los reinos cristianos de la Península Ibérica, los Estados Italianos o el Reino de Hungría entre otros. Entre la caída del Imperio Romano de Occidente y la aparición plena de todos estos reinos y estados, Europa sufre un ciclo de desintegración, recomposición y separación que conformaron las bases de todas estas entidades feudales que suponen los cimientos de las actuales naciones europeas (Riche, 1993).

Esta etapa histórica de transformaciones tiene su origen en la interacción entre los diferentes pueblos germánicos que emigraron a Europa a partir del S.III d.C y las ya rígidas estructuras económicas y militares del Imperio Romano tardío. En su libro Historia social y económica de la Europa Medieval (1991), Hodgett expone que las políticas económicas intervencionistas y la reforma militar que llevó a cabo el emperador Diocleciano supuso la base más remota de la posterior economía feudal, ya que la enorme intervención del Estado romano en la economía frenó a largo plazo el comercio y la industria, además de concentrar la riqueza en grandes propiedades terratenientes, base de los señoríos feudales. Estas políticas económicas y militares provocaron la fragmentación del Imperio en diferentes provincias. Este proceso de descomposición política y administrativa se aceleró en Europa Occidental con la separación de esta última con la zona Oriental, haciendo que el Imperio Romano de Occidente se desintegrara progresivamente hasta su total desaparición en el 476 con la invasión de Odoacro (Riche, 1993).

Con la caída del Imperio Romano de Occidente los diferentes pueblos germánicos ocupan progresivamente el vacío dejando por este en varias de sus antiguas provincias. La Península Ibérica es ocupada por los suevos y los visigodos, mientras que la Galia es habitada por burgundios y francos. Las Islas Británicas, la cuales habían sido abandonadas por las legiones romanas mucho antes, son arrebatas a las tribus celtas por los anglosajones, mientras que Italia y parte de la costa Dálmata es controlado por el reino ostrogodo de Teodorico el Grande. Por último, los vándalos, después de su efímera estancia en la Bética, pasan a establecer un reino en la costa norafricana. Con el paso del tiempo diferentes pueblos empiezan a someter y eliminar a sus vecinos más débiles. Este es el caso de los suevos, los cuales fueron barridos de la historia por los visigodos a manos de su gran rey Leovigildo; o el de los burgundios, los cuales fueron conquistados por los francos a manos de Clodoveo. Es este último reino el que se expande hacia Europa Oriental, primero consolidándose como una monarquía feudal durante la dinastía merovingia, adquiriendo la categoría de Imperio con la obra de un importantísimo monarca, Carlomagno (Brendiss, 2017).

Las conquistas de Clodoveo y sus descendientes francos establecieron la base primigenia de la Europa Occidental, más concretamente Francia. Los merovingios establecieron una monarquía hereditaria que se basaba en la redistribución de la riqueza en forma de tierras y privilegios entre los señores guerreros que posibilitaron las conquistas merovingias. No obstante, a partir de Dagoberto I, los reyes merovingios comienzan a perder cada vez más poder, siendo dominados por sus señores y quedando relegados a un papel cada vez más simbólico, siendo finalmente sustituidos por los mayordomos de palacio, capitaneados por la casa carolingia (Brendiss, 2017).

Siendo la moribunda dinastía merovingia finalizada por Pipino el Breve, el hijo de este, Carlomagno, comienza una centralización del poder político y administrativo que intenta emular al desaparecido Imperio Romano de Occidente, siendo Carlomagno recompensado con la corona imperial por parte del papado el día de Navidad del año 800 d.C. Para poder realizar sus planes políticos, Carlomagno tuvo que asegurar las fronteras del reino franco debido al peligro que suponía las tribus sajonas que vivía más allá del Rin. Con esto comenzó una serie de campañas militares que supuso el sometimiento y cristianización de grandes zonas de Europa Central, conquistando a multitud de tribus germanas, incorporándolas a la administración imperial, además de someter a tributo a varios reinos dominados por eslavos, como Moravia, Bohemia, Croacia. Además, aseguró el control del norte de Italia conquistando a los lombardos, teniendo sus dominios frontera con los Estados Pontificios y las tierras del Emperador Bizantino (Brendiss, 2017).

A pesar de su gran labor administrativa y cultural, el Imperio Carolingio se desintegró rápidamente debido a las luchas intestinas entre los sucesores de Carlomagno. Se configuraron tres reinos sucesores del Imperio Carolingio por medio del Tratado de Verdun (843), la Francia Occidental de Carlos el Calvo, la Francia Media de Lotario, y la Francia Oriental de Luís Germánico. Sin embargo, este reparto no fue duradero, pues la Francia Media de Lotario era un conglomerado de feudos inconexos que recorría una franja entre Flandes y el norte de Italia entre dos grandes reinos hostiles. La desintegración de los dominios de Lotario se convirtió en un espacio de conflicto para los dos reinos francos restantes, resultando en una victoria de la Francia Oriental sobre la Occidental, con lo cual se consumó la separación definitiva entre lo que sería Francia y Alemania-Austria (Rivera, 2010).

La Francia Occidental, retenida por Carlos el Calvo, es la base primigenia del posterior reino de Francia. Este reino protofeudal experimentó una gran inestabilidad política ante la decadencia y extinción final de la dinastía carolingia. Con la muerte de Luis V, la posesión del reino pasa a Hugo Capeto, estableciendo una dinastía que, con altibajos, será dueña de Francia hasta Carlos X y la Revolución de Junio en pleno S.XIX. Los Capetos, de forma intermitente y progresiva, fueron combatiendo al resto de señores feudales circundantes a sus dominios, llegando a formar mediados del S. XV. Este proceso de centralización conllevó a la incorporación de varias entidades feudales, como Borgoña, Aquitania, Occitania, Alsacia, Lorena o el Franco Condado a los dominios del rey, formando una identidad nacional que culminará con la Revolución Francesa (Rivera, 2010).

La Francia Media fue la unión de los territorios heredaros por Lotario I, nieto de Carlomagno. Este, tras la desintegración del Imperio Carolingio y la firma del tratado de Verdún, pudo retener una estrecha franja de tierra que iba desde Flandes hasta Italia. Este reino personal se componía por tres zonas: Lotaringia, Borgoña y el norte de Italia. A pesar de mantener la corona imperial, con la muerte de Lotario, la Francia Media fue descomponiéndose debido a dos factores: la gran heterogeneidad geográfica, cultural y económica de los territorios, y la injerencia externa de la Francia Occidental, la Oriental y los Estados Pontificios. De las ruinas de la Francia Media surgirán países tan importantes como los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo o la moderna Italia entre otros (Rivera, 2010).

La Francia Oriental, conquistada por Luis el Germánico, pudo crecer en territorio a costa de la inestabilidad de la Francia Media, pudiendo incorporar bajo sus influencias una gran cantidad de condados, ducados y otras entidades feudales. No obstante, esta gran cantidad de feudos bajo su vasallaje provocó la descentralización del poder y la incapacidad de los monarcas para controlar a sus propios vasallos. Ante esta anarquía feudal, Alemania intenta, con el apoyo parcial de la Iglesia, reestructurarse en el Sacro Imperio Romano Germánica (I Reich), siendo su gran fundador Otón I. Esta entidad política era una federación feudal extremadamente descentralizada que dependía muchísimo de la relación entre el Emperador Germánico, la nobleza de los diferentes reinos y feudos, y el Papa. 

Es por ello por lo que al Sacro Imperio no se le puede denominar con un Estado centralizado, sino más bien como una laxa federación de monarquías y ciudades liberales medievales que reconocen a un soberano común, pero que de facto cada una de estas son autónomas por sí mismas. Esta gran descentralización del poder imperial, además de las desastrosas relaciones externas del propio Emperador, hizo que el Sacro Imperio no pudiera hacer frente ante la expansión de otros Estados mucho más centralizados, como Francia o Prusia. La primera puso fin al Imperio, primero en la Paz de Wesfalia y después en la batalla de Austerlitz. La segunda pudo reunir las ruinas del Sacro Imperio y unificar al pueblo alemán en un Estado centralizado, el Imperio Alemán (II Reich).

El Imperio Carolingio estableció el marco en el cual nacieron y se desarrollaron en forma de grandes Estados, cimentando las bases de lo que podría considerarse como una “identidad europea” subyacente a todas ellas. Si la Razón es la Madre de Europa, Carlomagno es su Padre político, pues de la ruinas de su obra surgieron sus poderosas y crueles hijas, las naciones de Europa.  

Referencias

Bendriss, E. (2017). Breve Historia De Los Carolingios. Editorial Dilema.

Riche, P., Riché, P., & Allen, M. I. (1993). The Carolingians: A Family Who Forged Europe (Reimpresión ed.). University of Pennsylvania Press.

Rivera, J. C. (2010). Breve Historia de Carlomagno y El Sacro Imperio Romano Germánico (1.a ed.). Ediciones Alejandría S.A de C.V, mx books, EDS8N.

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