El origen de la filosofía
Para Dilthey la filosofía no nace
de la estructura de una razón absoluta como defendía Hegel, ni de una
estructura mental como afirma la psicología positivista, sino que nace
de la vivencia humana misma. La vida es el despliegue de una personas en
diferentes estados, en interdependencia con el mundo, algo que recuerda la ya
clásica expresión de Ortega y Gasset: “yo soy yo y mi circunstancia”.
Cada estado es un suceso o
acontecimiento que tiene como correlatos a la mismidad del alma y el mundo
objetivo, siendo la forma de todo acontecimiento el tiempo. Cada uno de estos
estados tiene tres momentos, a saber: la representación del mundo exterior o
interior, el estímulo afectivo, y la volición. A su vez, el cambio de una
vivencia a otra, es decir, la afluencia del tiempo es en sí misma una vivencia.
La estructura de la relación de todas las vivencias adquiere un carácter estrictamente
teleológica, pues cada instante de la vida es un todo, siendo la teleología la
estructura unitaria y global de todas las vivencias en el fluir del tiempo.
Tomando en conjunto, la vida ofrece
dos aspectos fundamentales: un proceso por el cual el alma se asienta en la
representación, la estimulación y la volición. Además, como evolución, como cambio
constante de carácter teleológico: teniendo tres fases: la condicionalidad
evolutiva del cuerpo, la influencia del medio, y, sobre todo, la conexión con
la vida de cada cual con el mundo espiritual (cultural-histórico).
Por esta última acción, la vida
es fundamentalmente social e histórica, pues esta no es solamente la vida de
una alma asilada, sino la vida de un alma que convive social e históricamente
de la vida de las demás almas. Estos tres aspectos de la vida individual y social,
a saber, representación, estimulación afectiva y volición, surgen impulsados
por la estructura misma de la vida, siendo la representación concerniente al
mundo objetivo, la estimulación a la capacidad de valorar y de la experimentar
los valores, y de la volición o acciones volitivas surge los principios de
acción, que guían al hombre en sus propios actos.
Representación: Imagen del mundo
objetivo.
Estimulación: Experiencia de los
valores.
Volición: Principios de acción.
Es entonces que Dilthey afirma
que la filosofía nace como el impulso de organizar en una estructura teleológica
estos tres aspectos de la vivencia humana, estructurados en un todo orgánico y
teleológico.
El objeto de la filosofía
La vida, como conjunto de acontecimientos
estructurados de forma teleológica teniendo como base formal el tiempo, se
presenta al hombre en forma de concepción del mundo, como visión general y
unitaria de la propia vida con sus propios enigmas. Para Dilthey, el objeto de
la filosofía es precisamente el enigma de la vida, siendo la filosofía una concepción
del mundo universalmente válida, general y fundamentada en la razón, diferenciándose
de la religión y el arte. Para Dilthey, la concepción religiosa del mundo se
caracteriza por que el hombre y del mundo se caracteriza por que el hombre y el
mundo están rodeados por lo invisible, por lo trascendental, es decir, la
Divinidad es el fundamento del mundo, siendo la concepción religiosa del mundo
tiene por esencia y soporte a Dios, a lo trascendente, lo suprasensible.
Por otro lado, la concepción artística
del mundo no mira hacia lo trascendente o invisible, sino que se centra en una
serie de momentos concretos e individuales, y los elevan al plano idea. En la
concepción artística, el hombre no se evade del mundo para entregarse a lo trascendente,
sino que reposa idealmente en algunos valores intrínsecos al mundo, la eternización
de lo singular, tal y como afirmó Schelling: lo infinito representado en lo
finito.
Sin embargo, Dilthey afirma que
la filosofía como concepción del mundo es muy distinta a la religión o el arte,
ya que la filosofía es la concepción del mundo de forma unitaria y teleológica
fundamentada en la razón, siendo general y universal, es decir, considerar la
vida en sí misma. No obstante, Dilthey distingue entre el objeto de la
filosofía y su función, siendo que el primero no es el conocimiento del mundo,
sino el enigma de la vida, mientras que su función es proporcionar un saber
racional y universal para la vida individual histórica.
El problema de la filosofía
Para Dilthey, el problema de la
filosofía no es algo abstracto concerniente a su objeto, sino que es un
problema concreto, en el cual la función de la filosofía es la misma, peor el
material en el que se articula es distinto dependiendo del momento temporal.
Ante esto, Dilthey argumenta que no existe una filosofía, sino que hay unas
filosofías determinadas, solo pudiendo concebirse la filosofía a modo general
como historicidad, siendo el problema de la filosofía el choque de las tres
grandes familias filosóficas según Dilthey:
-Naturalismo: materialismo
antiguo y moderno, positivismo.
-Idealismo Objetivo: estoicismo,
Spinoza, Leibniz, Schelling, Hegel, etc.
-Idealismo de la libertad:
Platón, la filosofía helenística-romana, la especulación cristiana, Kant,
Fichte, etc.
El choque de estas tres
concepciones filosóficas del mundo es según Dilthey el problema filosófica de
nuestra tiempo. Las diferencias entre estas concepciones filosóficas son lógica
y metafísicamente irreductibles entre sí, pues todas pretenden ser objetivas.
No obstante, Dilthey argumenta que si en vez, de considerar en cuanto objetivos
estas concepciones filosóficas las tomamos en cuanto a su función con respecto
a la vida, entendemos a estas concepciones no como sistemas dialéctico-metafísicos,
sino de forma hermenéutica. Se trata de tomar la filosofía y su diversidad de
contenido objetivo no como razones de objetividad, sino de entenderla desde la
estructura misma de la vida. A esto Dilthey lo llama interpretación
hermenéutica.
Por medio de la interpretación
hermenéutica Dilthey llega al principio de esta disputa, a saber, el carácter polifacético
de la propia vida, obteniendo una “filosofía de las filosofías”, es decir, la
interpretación hermenéutica de las raíces históricas de cada una de las filosofías,
a saber, Dilthey defiende el llamado historicismo.
De lo que se trata es de
comprender cómo según los diversos facetas de la vida, y las tendencias
dominantes de cada pensador o de cada época, se han alumbrado verdades objetivos
distintas e irreconciliables. La existencia de una misma realidad objetiva, y
dentro de ella la primacía de la realidad del espíritu es justamente el resultado
de esta filosofía de la filosofía. Toda verdad y objetividad se hallan encasilladas
en la vida del espíritu.
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